BERNARDO pertenecía a la gran familia florentina de los Uberti. Renunció a un brillante porvenir para ingresar en la austera Orden de Valleumbrosa, fundada poco antes por San Juan Gualberto. Con el tiempo, Bernardo llegó a ser abad del monasterio de San Salvio y, más tarde, general de la orden. Urbano II le elevó al cardenalato y le confió varias embajadas. En aquella época, Parma se vio violentamente desgarrada por el cisma del obispo Cadalo, quien se erigió en antipapa, así como por el de los obispos que apoyaron a otro antipapa parmesano, Guiberto de Ravena. Precisamente en esa época turbulenta, San Bernardo fue elegido obispo de Parma y recibió la consagración de manos del Papa Pascual II. El santo apoyó celosamente al Papa legítimo y aplicó las reformas de San Gregorio VIII, sobre todo en materia de simonía, pues ese abuso era muy común en su diócesis. Por esa razón, los partidarios del antipapa Maginulfo hicieron prisionero a San Bernardo el año de 1101, en el momentó en que celebraba la misa y le desterraron de su diócesis durante dos años. En aquella época, en la que tantos obispos no sólo aceptaban el poder temporal, sino que lo buscaban, San Bernardo tuvo el mérito de renunciar al que había heredado de sus predecesores en la sede de Parma. Por otra parte, jamás olvidó —ni permitió que otros olvidasen— que había abrazado el estado de perfección en la vida monástica, de suerte que siguió observando la regla en cuanto se lo permitían sus deberes episcopales. En 1127, los jefes del partido de los Hohenstaufen proclamaron rey de Alemania a Conrado, olvidando los derechos de Lotario II; San Bernardo protestó contra la elección y tuvo que huir nuevamente de Parma. Lotario fue coronado emperador en Roma, en 1133. San Bernardo murió en Parma el 4 de diciembre de ese mismo año.
Alban Butler - Vida de los Santos