Lecturas del viernes, tercera semana de adviento, ciclo A

Pastoral: 
Litúrgica
Date: 
Vie, 2013-12-20

I. Contemplamos la Palabra

Lectura del libro de Isaías 7,10-14:

En aquellos días, el Señor habló a Acaz: «Pide una señal al Señor, tu Dios: en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo.»
Respondió Acaz: «No la pido, no quiero tentar al Señor.»
Entonces dijo Dios: «Escucha, casa de David: ¿No os basta cansar a los hombres, que cansáis incluso a mi Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal: Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa "Dios-con-nosotros".»

Sal 23,1-2.3-4ab.5-6 R/. Va a entrar el Señor, él es el Rey de la gloria

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos. R/.

¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
El hombre de manos inocentes y puro corazón,
que no confía en los ídolos. R/.

Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob. R/.

Lectura del santo evangelio según san Lucas 1,26-38:

A los seis meses, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María.
El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.» Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél. El ángel le dijo: «No temas, Maria, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.»
Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?» El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible.» María contestó: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» Y la dejó el ángel.

II. Compartimos la Palabra

María y Gabriel

En toda vocación hay un mensajero, un ángel; y en la de María, también. Lo que sucede es que en María y con María, todo es distinto, todo es más cercano a la divinidad. Aquí el importante es Dios que, en lugar de firmar su mensaje, envía su ángel a María. Pero, es Dios el que anuncia, el que propone, el que pide y el que espera una respuesta. Estamos ante una teofanía, pero no una más, sino la más esperada y preparada por el mismo Dios, sirviéndose de sus Profetas. Y, en el estilo de Dios, sin alfombras ni campanas, con sencillez y claridad. Algo que todos en Israel sabían que tenía que suceder cuando llegara el momento oportuno. Aquel fue el momento.

De tejas abajo, todo gira en torno a la figura de María, nada menos que inmaculada, aunque no nos consta que ella lo supiera, y menos todavía cuantos convivían con ella en Nazaret y en su mismo hogar. ¿Cómo es posible que no se notara? Es distinto de ser rubia o morena, tener los ojos azules o verdes. Sabiendo nosotros lo que no sabían ellos y ellas, creemos que María tenía que parecer lo que era. Su forma de tratar a los demás, de hablar, de orar, de ayudar, de querer… todo tenía que ser propio y exclusivo del único ser, junto con su Hijo, no sólo sin mancha ni pecado alguno, sino llena de gracia y de una paz desbordarte por todos los poros de su persona. ¡Y nadie se dio cuenta más que Dios y suponemos que el ángel!

“No temas, María”… “Aquí está la esclava del Señor”

“No temas”, aunque la reacción más normal de toda persona humana ante lo sagrado sea la sorpresa, el asombro y el temblor. María “se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél”. “No temas”, porque Dios no interviene para generar miedos, inquietudes y desasosiegos. Todo lo contrario, lo hace para concebir esperanza y disipar el temor.

María intuyó inmediatamente las intenciones de Dios. Intuirlas no significaba entenderlas, pero el Dios de María le infundió confianza, serenidad y entereza. Supo cuál era la voluntad de Dios, y contestó lo que cielos y tierra estaban esperando: “Aquí está la esclava del Señor. HÁGASE en mí según tu palabra”. Abrió su corazón para empezar a llenarlo con todo lo que no entendía, pero sabía era de Dios, y a secundar su voluntad. Lo que había hecho y lo que iba a seguir haciendo de por vida.

Dos detalles:

Entiendo lo que se ha traducido por: “Aquí está la ESCLAVA del Señor”, y, entendiéndolo, por supuesto lo comparto. Pero, la palabra no me gusta, pienso que no es la más afortunada. María, tal como normalmente entendemos la palabra, no se sintió esclava de nadie, y menos de Dios. En primer lugar, porque Dios no quiere esclavos, sino hijos; con minúscula, pero hijos. Y, en el caso de María, la quería hija y madre, no esclava.

“Y la dejó el ángel”. Y la dejó porque, a partir de entonces, teniendo a Jesús con ella, no necesitaba mensajeros. Y porque Jesús, al hacerse hombre, humano, quería a su Madre humana como él, sin efluvios y ayudas angelicales, sino con todo lo que ser humano, humana, significaba. Como él. ¿Cómo nosotros?

Fray Hermelindo Fernández Rodríguez
La Virgen del Camino