MENSAJE DE LA CEM EN OCASIÓN DE LA NAVIDAD 2013

CEM / B. 88 2013

Amigas y amigos:

En Navidad celebramos que Dios, autor de cuanto existe, se nos acerca de tal manera que se hace uno de nosotros y entra en nuestro mundo y en nuestra historia para rescatarnos de la soledad del pecado y de su más terrible consecuencia: la muerte. Jesús nace en Belén para comunicarnos al Espíritu Santo, convocarnos en su Iglesia y hacernos hijos de Dios.

Por eso el ángel nos dice: “Les anuncio una gran alegría: les ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor” (Lc 2,10) ¡Jesús viene para hacernos partícipes de la vida plena y eternamente feliz de Dios! Consciente de lo que esto significa, san Gregorio exclamaba: “Si no fuese tuyo ¡Oh Cristo mío! me sentiría criatura finita” (Poemata de ipso). Ser de Cristo significa unirnos a Él y vivir como nos enseña: amando a Dios y amando al prójimo.

Este amor es la fuerza capaz de transformar a nuestro país y al mundo, en el que muchos hermanos y hermanas son víctimas de diversas formas de injusticia, pobreza, desempleo, violencia, explotación, trata de personas, corrupción, impunidad, daños a la ecología, y no pocos padecen todavía las consecuencias de los recientes desastres naturales ¡Y qué decir del drama que sufren tantos migrantes y sus familias!

Jesús, nacido en Belén, se nos ofrece como una luz que ilumina el camino que debemos seguir para superar estas inequidades que, como señala el Papa, son la “raíz de los males sociales” (Evangelii Gaudium, 202). Cristo nos enseña que “la solución nunca consistirá en escapar de una relación personal y comprometida con Dios que al mismo tiempo nos comprometa con los otros” (ibíd., 91).

Si no contribuimos cada uno desde nuestra propia responsabilidad en la edificación de una sociedad en la que a todos se haga posible una vida digna y un desarrollo integral, “no habrá programas políticos ni recursos policiales o de inteligencia que puedan asegurar indefinidamente la tranquilidad. Es el mal cristalizado en estructuras sociales injustas, a partir del cual no puede esperarse un futuro mejor” (ibíd., 59).

En su nacimiento, Jesús experimentó muchas adversidades: la carencia de un lugar para que su Madre lo diera a luz (cfr. Lc 2, 7); la amenaza de Herodes, que obligó a su Familia a refugiarse en Egipto (cfr. Mt 2,13-14). Sin embargo, no se dejó vencer, sino que fue capaz de transformar definitivamente la historia humana con el poder del amor.

Como discípulos misioneros suyos, ¡no nos dejemos vencer por las dificultades! Suscitemos una cadena de transformaciones que vayan mejorando nuestra familia, nuestros ambientes, nuestra nación y nuestro mundo, valorando, respetando, promoviendo y defendiendo la vida, la dignidad y los derechos de toda persona, especialmente de los más vulnerables.

Que Santa María de Guadalupe, en quien “vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes, que no necesitan maltratar a otros para sentirse importantes” (Evangelii Gaudium, 288), nos obtenga de Dios la gracia de vivir esta Navidad un encuentro con Jesús, que nos lleve a “hacer equipo” con los demás, más allá de las legítimas diferencias, para generar con paciencia y constancia aquellos dinamismos que fructificarán en importantes acontecimientos históricos (ibíd., 223) ¡Feliz Navidad!

Por los Obispos de México.

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