2013-12-30 L’Osservatore Romano
Son aún ellos, los desplazados, los refugiados, los inmigrantes a menudo rechazados, las víctimas de la trata de personas y del trabajo esclavo, el centro de las preocupaciones del Papa Francisco en estas jornadas de fiesta.
Aún más ayer, domingo 29 de diciembre, día en el que la Iglesia celebra la fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret, la primera en sufrir la deshonra del exilio, el huir de la persecución. Una suerte, dijo el Pontífice, compartida hoy por millones de familias en muchas partes del mundo. Son las familias de los refugiados, de los inmigrantes. No siempre, añadió, «encuentran auténtica acogida, respeto y aprecio por los valores que llevan consigo». Sus legítimas expectativas no raramente chocan con situaciones de dificultad que, a menudo, desembocan en la explotación. Una suerte, esta última, que reúne sobre todo a las «víctimas de la trata de personas y del trabajo esclavo». Pero el pensamiento del Papa se dirigió también a quienes definió «exiliados ocultos», aquellos, es decir, que viven el exilio en el seno de las familias mismas: «los ancianos, por ejemplo, que a veces son tratados como presencias incómodas». Y el Pontífice afirmó que para comprender verdaderamente el estado de salud de una familia es necesario «ver cómo se tratan en la misma a los niños y a los ancianos». Al respecto, el Papa Francisco repitió las tres palabras que considera la clave justa «para vivir en paz y alegría en la familia: permiso, gracias, perdón». Por último, recordó que la familia ocupará el centro de la próxima Asamblea sinodal e invitó a los fieles —a los de la plaza de San Pedro se unieron los que estaban conectados en directo desde Nazaret, Barcelona, Loreto y otras ciudades del mundo— a recitar la oración que él compuso para esa ocasión.