La Sagrada Familia, advertida por Dios, se libra del peligro (cfr. Mt 2, 13-15.19-23)

Fiesta de la Sagrada Familia Ciclo A

Dios es único pero no solitario; es Padre, Hijo y Espíritu Santo ¡Es familia! Él nos ha creado a imagen suya ¡Estamos hechos para la comunión de personas! Sin embargo, el pecado nos encadenó al egoísmo y nos condenó a la soledad que divide. Pero Dios nos ha rescatado enviándonos a su propio Hijo, nacido en Belén, quien nos libera del pecado, nos reúne en su familia la Iglesia y nos hace hijos del Padre, partícipes de su vida plena y eternamente feliz, que consiste en amar.

En Belén, Jesús, que ha venido a traernos la paz, nos enseña que el amor es la auténtica fuerza capaz de unirnos y de transformar al mundo, a pesar de las dificultades. Así lo demuestra a través de su propia Familia, que, como muchas, enfrentó problemas y necesidades ¡Hasta fue perseguida y obligada a emigrar!

Hoy también muchas familias son marginadas por la injusticia, la inequidad, la falta de oportunidades, la corrupción, la pobreza, el desempleo, los falsos modelos, la violencia y la impunidad ¡Cuántas familias se ven obligadas a emigrar, padeciendo el drama de la separación y la soledad! ¡Y qué decir de la persecución que enfrentan los niños por nacer de parte de aquellos que, como advierte el Papa Francisco, “niegan su dignidad humana, quitándoles la vida y promoviendo legislaciones para que nadie pueda impedirlo”[1]!

¡Cuántos problemas y peligros enfrentan nuestras familias! Y si queremos seguir adelante hasta alcanzar una vida plena y eterna, es preciso aprender del ejemplo de la Sagrada Familia, formada por Jesús, María y José, que supo dejarse unir y guiar por Dios, escuchando y cumpliendo su Palabra.

Dios alertó a José para que librara a su Familia de la persecución de Herodes, que quería eliminar al Salvador, porque, como explica san Agustín, no comprendió que “Cristo no había venido para arrebatar la gloria de los otros, sino para dar la suya”[2]. ¡Hay tantos “Herodes” que siguen persiguiendo a Jesús y a su familia la Iglesia, y que provocan injusticia y violencia a la gran familia humana, cegados por una ambición egoísta que les impide reconocer, valorar y respetar la vida, la dignidad y los derechos de los demás!

“El mal tiene siempre un rostro y un nombre –decía Juan Pablo II–: el rostro y el nombre de los hombres y mujeres que libremente lo eligen”[3]. Por favor, no caigamos en manos de esta clase de gente. Hagamos caso a Dios. Sólo Él puede alertarnos de los peligros y engaños que debemos librar, y mostrarnos el camino de la libertad y del auténtico desarrollo integral. ¡Que su Palabra, que nos trae la paz, habite en nosotros con toda su riqueza![4]

Esa Palabra nos orienta para saber cómo actuar y conservar la paz, cuando constatamos las diferentes formas de sentir y de pensar entre hombres y mujeres, y entre jóvenes y adultos; cuando hay chismes y malos entendidos; cuando la familia ha sufrido la separación de los padres o la responsabilidad recae en uno solo; cuando se convive con un pariente anciano o enfermo; cuando se carece de lo necesario; cuando un familiar ha caído en una adicción o va por mal camino; cuando se vive la angustia de no saber qué ha sido de un pariente desaparecido o secuestrado; cuando se llora la muerte de papá, de mamá o de un hijo.

El camino es el respeto y hacer el bien a los padres[5], y ser compasivos, magnánimos, humildes, afables y pacientes con todos. Sabernos soportar y perdonarnos mutuamente, poniendo por encima de todas las virtudes el amor, que conduce a la unidad[6]. Siguiendo este camino, haremos realidad un desarrollo integral del que nadie quede excluido; viviremos en paz, seremos dichosos, y nos irá bien en esta vida y en la definitiva[7] ¡Vale la pena!


[1] Evangelii Gaudium, 213.

[2] In sermonibus de innocentibus.

[3] Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2005.

[4] Cfr. Aclamación: Col 3,15.16.

[5] Cfr. 1ª Lectura: Eclo 3, 3-7. 14-17.

[6] Cfr. 2ª. Lectura: Col 3,12-21.

[7] Cfr. Sal 127.

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