La Convivencia Sacerdotal

Domingo 12 de Enero de 2014

Con motivo de la próxima Convivencia Sacerdotal, los invito a reflexionar sobre la fraternidad que hemos de vivir, de manera muy particular quienes hemos recibido el Sacramento del Orden. Si todos los hombres, y en particular los cristianos, hemos de reconocernos y tratarnos como hermanos, hay una razón más fuerte para que los ministros ordenados vivamos en verdadera fraternidad. El don que se nos concedió por este sacramento es un vínculo que nos incorpora a una familia. El sacerdocio en la Iglesia no puede entenderse, ni debe vivirse, como un privilegio personal.

Cristo, Sumo Sacerdote, hace partícipes de su consagración y misión no a individuos aislados, sino a un grupo compacto, a un verdadero equipo, al que llamamos “colegio” en el sentido de un cuerpo único. El Evangelio dice literalmente que “hizo a los Doce”, para hablar de una institución. Desde ese momento aquellos discípulos tuvieron conciencia de pertenecer al grupo, de compartir una vocación que habrían de ejercer en espíritu solidario.

En la Última Cena, al conferir el Señor Jesús a los Apóstoles la potestad de celebrar el memorial de su amor, les insiste en la importancia de vivir la caridad fraterna, y pide para ellos al Padre el don de la perfecta unidad. Es una característica que ha de distinguirlos a fin de que el mundo crea, su testimonio sea aceptable y su apostolado fecundo.

Si bien todos los sacerdotes del mundo compartimos la misma vocación, en cada Iglesia particular, es decir, en cada diócesis, estamos llamados a vivir de manera más palpable, con mayor compromiso y en forma patente esta relación que nos integra en un solo presbiterio. Incardinarse en una diócesis no es sólo un trámite jurídico sino la inserción vital en un cuerpo. San Ignacio de Antioquía usaba el símil de las cuerdas de la lira para resaltar la armonía que debe prevalecer en las relaciones de los sacerdotes entre sí y con su obispo.

Así como los sacerdotes diocesanos se incorporan a tal o cual presbiterio, los sacerdotes religiosos forman parte de una familia que se identifica por un determinado carisma. Sin embargo, cuando un sacerdote religioso es destinado a vivir y trabajar en una diócesis, llega también a integrarse al presbiterio local aportando su carisma propio y comprometiéndose a realizar su ministerio en comunión con el Obispo del lugar y asumiendo las directrices del plan propio de la diócesis.

Sería deformar las cosas pensar que formamos un simple gremio laboral o un sindicato. El obispo, más que cabeza de una empresa o líder de un grupo, ha de considerarse un hermano mayor o, más aún, un padre que crea y fomenta el espíritu de afecto y comunión entre todos sus sacerdotes.

Pertenecer o trabajar en una diócesis no es para encerrarnos en los límites geográficos de una parcela desinteresándose de las necesidades de la Iglesia Universal. Todo sacerdote debe tener disponibilidad misionera y estar dispuesto a servir cuando se vea oportuno y conveniente en cualquier rincón de la tierra. Un corazón generoso nos ha de llevar a ser testigos de Jesús en todo pueblo y nación.

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