Logros y retos de la inculturación litúrgica en los pueblos indígenas

de Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo de San Cristóbal de las Casas

1. Inculturación y evangelización

Al abordar este tema de la inculturación de la liturgia, parto de lo que, desde el 4 de diciembre de 1963, indicó el Concilio Vaticano II: “La Iglesia no pretende imponer una rígida uniformidad en aquello que no afecta a la fe o al bien de toda la comunidad, ni siquiera en la liturgia; por el contrario, respeta y promueve el genio y las cualidades peculiares de las distintas razas y pueblos. Estudia con simpatía y, si puede, conserva íntegro lo que en las costumbres de los pueblos encuentra que no esté indisolublemente vinculado a supersticiones y errores, y aun a veces los acepta en la misma liturgia, con tal de que se pueda armonizar con el verdadero y auténtico espíritu litúrgico. Al revisar los libros litúrgicos, salvada la unidad sustancial del Rito romano, se admitirán variaciones y adaptaciones legítimas a los diversos grupos, regiones, pueblos, especialmente en las misiones, y se tendrá esto en cuenta oportunamente al establecer la estructura de los ritos y las rúbricas” (SC 37-38). “En ciertos lugares y circunstancias, urge una adaptación más profunda de la liturgia, lo cual implica mayores dificultades… Las adaptaciones que se consideren útiles o necesarias, se propondrán a la Sede Apostólica para introducirlas con su consentimiento” (Ib, 40).

Para aplicar esto que ordena el Concilio, la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos publicó, el 25 de enero de 1994, la IV Instrucción titulada La Liturgia Romana y la Inculturación. Entre otras cosas, este documento dice que “la diversidad no perjudica su unidad, sino que la enriquece” (No. 1). “La liturgia de la Iglesia debe ser capaz de expresarse en toda cultura humana, conservando al mismo tiempo su identidad por la fidelidad a la tradición recibida del Señor” (No. 18). “La liturgia, como el Evangelio, debe respetar las culturas, pero al mismo tiempo invita a purificarlas y santificarlas… Los cristianos venidos del paganismo, al adherirse a Cristo, tuvieron que renunciar a los ídolos, a las mitologías, a las supersticiones… Conciliar las renuncias exigidas por la fe en Cristo con la fidelidad a la cultura y a las tradiciones del pueblo al que pertenecen, fue el reto de los primeros cristianos… Y lo mismo será para los cristianos de todos los tiempos” (Nos.19-20). “La diversidad en algunos elementos de las celebraciones litúrgicas es fuente de enriquecimiento, respetando siempre la unidad sustancial del Rito romano, la unidad de toda la Iglesia y la integridad de la fe que ha sido transmitida a los santos de una vez para siempre” (No. 70).

Considerando, sin embargo, que al término “inculturación” se le dan muchas interpretaciones, asumo lo que el Magisterio de la Iglesia nos dice sobre su significado y sus exigencias para la evangelización. Pero tengamos en cuenta, primero, que hoy se habla más bien de un proceso intercultural, de “interculturalidad”, como una interrelación entre las diversas culturas, con influjos positivos y negativos entre ellas, y segundo: que la inculturación no se refiere sólo a los pueblos indígenas, sino a todas las culturas, también a las urbanas.

1.1 Juan Pablo II

Según el Papa Juan Pablo II, “la inculturación significa una íntima transformación de los auténticos valores culturales por su integración en el cristianismo y el enraizamiento del cristianismo en las diversas culturas humanas” (RMi 52). También: “la encarnación del Evangelio en las culturas autóctonas y al mismo tiempo la introducción de estas culturas en la vida de la Iglesia” (Slavorum Apostoli, 21). “Por la inculturación, la Iglesia encarna el Evangelio en las diversas culturas y, al mismo tiempo, ella introduce los pueblos con sus culturas en su propia comunidad” (RMi 52).

Como ya había dicho el Concilio Vaticano II, la penetración del Evangelio en un determinado medio sociocultural, por una parte, “fecunda como desde sus entrañas las cualidades espirituales y los propios valores de cada pueblo..., los consolida, los perfecciona y los restaura en Cristo” (GS 58); por otra, la Iglesia asimila estos valores, en cuanto son compatibles con el Evangelio, “para profundizar mejor el mensaje de Cristo y expresarlo más perfectamente en la celebración litúrgica y en la vida de la multiforme comunidad de fieles” (Ibid). Este doble movimiento que se da en la tarea de la inculturación expresa uno de los componentes del misterio de la Encarnación (cf Juan Pablo II: Catechesi tradendae, 53).

“Al entrar en contacto con las culturas, la Iglesia debe acoger todo lo que, en las tradiciones de los pueblos, es compatible con el Evangelio, a fin de comunicarles las riquezas de Cristo y enriquecerse ella misma con la sabiduría multiforme de las naciones de la tierra” (Juan Pablo II: Discurso al Pontificio Consejo para la Cultura [17 enero 1987], No. 5).

1.2 Benedicto XVI

Por su parte, el Papa Benedicto XVI tuvo intervenciones muy iluminadoras sobre este tema de la inculturación: “Para cumplir la misión salvífica que la Iglesia recibió de Cristo, se trata de hacer que el Evangelio penetre en lo más profundo de las culturas y las tradiciones de vuestro pueblo, caracterizadas por la riqueza de sus valores humanos, espirituales y morales, sin dejar de purificar estas culturas, mediante una conversión necesaria, de lo que en ellas se opone a la plenitud de verdad y de vida que se manifiesta en Cristo Jesús. Esto también requiere anunciar y vivir la buena nueva, entablando sin temor un diálogo crítico con las culturas nuevas vinculadas a la aparición de la globalización, para que la Iglesia les lleve un mensaje cada vez más pertinente y creíble, permaneciendo fiel al mandato que recibió de su Señor (cf Mt 28,19)” (A los Obispos de Camerún: 18 de marzo de 2006).

“El cristianismo está abierto a todo lo que hay de justo, verdadero y puro en las culturas y en las civilizaciones; a lo que alegra, consuela y fortalece nuestra existencia. San Pablo, en la carta a los Filipenses, escribió: ‘Todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo esto tenedlo en cuenta’ (Flp 4,8). Por tanto, los discípulos de Cristo reconocen y acogen de buen grado los auténticos valores de la cultura de nuestro tiempo, como el conocimiento científico y el desarrollo tecnológico, los derechos del hombre, la libertad religiosa y la democracia. Sin embargo, no ignoran y no subestiman la peligrosa fragilidad de la naturaleza humana, que es una amenaza para el camino del hombre en todo contexto histórico. En particular, no descuidan las tensiones interiores y las contradicciones de nuestra época. Por eso, la obra de evangelización nunca consiste sólo en adaptarse a las culturas, sino que siempre es también una purificación, un corte valiente, que se transforma en maduración y saneamiento, una apertura que permite nacer a la ‘nueva creatura’ (2 Cor 5,17; Gál 6,15) que es el fruto del Espíritu Santo” (A la IV Asamblea Eclesial Nacional Italiana, 19 de octubre de 2006).

“El papel histórico, espiritual, cultural y social que ha desempeñado la Iglesia católica en América Latina sigue siendo primario, también gracias a la feliz fusión entre la antigua y rica sensibilidad de los pueblos indígenas con el cristianismo y con la cultura moderna. Como sabemos, algunos ambientes afirman un contraste entre la riqueza y profundidad de las culturas precolombinas y la fe cristiana, presentada como una imposición exterior o una alienación para los pueblos de América Latina. En verdad, el encuentro entre estas culturas y la fe en Cristo fue una respuesta interiormente esperada por esas culturas. Por tanto, no hay que renegar de ese encuentro, sino que se ha de profundizar: ha creado la verdadera identidad de los pueblos de América Latina” (A los Nuncios Apostólicos de los países de América Latina, 17 de febrero de 2007).

En su Exhortación Sacramentum caritatis [22 de febrero de 2007], afirma: “A partir de las afirmaciones fundamentales del Concilio Vaticano II, se ha subrayado varias veces la importancia de la participación activa de los fieles en el Sacrificio eucarístico. Para favorecerla, se pueden permitir algunas adaptaciones apropiadas a los diversos contextos y culturas. El hecho de que haya habido algunos abusos no disminuye la claridad de este principio, que se debe mantener de acuerdo con las necesidades reales de la Iglesia, que vive y celebra el misterio de Cristo en situaciones culturales diferentes. En efecto, el Señor Jesús, precisamente en el misterio de la Encarnación, naciendo de mujer como hombre perfecto, no sólo está en relación directa con las expectativas expresadas en el Antiguo Testamento, sino también con las de todos los pueblos. Con eso, El ha manifestado que Dios quiere encontrarse con nosotros en nuestro contexto vital. Por tanto, para una participación más eficaz de los fieles en los santos Misterios, es útil proseguir el proceso de inculturación en el ámbito de la celebración eucarística, teniendo en cuenta las posibilidades de adaptación” de los diversos documentos de la Iglesia al respecto. “Para lograr este objetivo, recomiendo a las Conferencias Episcopales que favorezcan el adecuado equilibrio entre los criterios y normas ya publicadas y las nuevas adaptaciones, siempre de acuerdo con la Sede Apostólica” (No. 54).

En el discurso de apertura a la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y de El Caribe, nos expresó verdades muy profundas y una inquietud: “¿Qué ha significado la aceptación de la fe cristiana para los pueblos de América Latina y del Caribe? Para ellos ha significado conocer y acoger a Cristo, el Dios desconocido que sus antepasados, sin saberlo, buscaban en sus ricas tradiciones religiosas. Cristo era el Salvador que anhelaban silenciosamente. Ha significado… haber recibido el Espíritu Santo que ha venido a fecundar sus culturas, purificándolas y desarrollando los numerosos gérmenes y semillas que el Verbo encarnado había puesto en ellas, orientándolas así por los caminos del Evangelio. En efecto, el anuncio de Jesús y de su Evangelio no supuso, en ningún momento, una alienación de las culturas precolombinas, ni fue una imposición de una cultura extraña… Cristo no es ajeno a cultura alguna ni a ninguna persona; por el contrario, la respuesta anhelada en el corazón… La utopía de volver a dar vida a las religiones precolombinas, separándolas de Cristo y de la Iglesia universal, no sería un progreso, sino un retroceso. En realidad sería una involución hacia un momento histórico anclado en el pasado. La sabiduría de los pueblos originarios les llevó afortunadamente a formar una síntesis entre sus culturas y la fe cristiana que los misioneros les ofrecían. De allí ha nacido la rica y profunda religiosidad popular, en la cual aparece el alma de los pueblos latinoamericanos”.

1.3 Pablo VI

Esto nos recuerda lo que ya nos había dicho el Papa Pablo VI, en Evangelii nuntiandi [8 de diciembre de 1975]: “Con demasiada frecuencia y bajo formas diversas se oye decir que imponer una verdad, por ejemplo el Evangelio; que imponer una vía aunque sea la de la salvación, no es sino una violencia cometida contra la libertad religiosa. Además, se añade: ¿Para qué anunciar el Evangelio, ya que todo hombre se salva por la rectitud del corazón? Por otra parte, es bien sabido que el mundo y la historia están llenos de "semillas del Verbo". ¿No es, pues, una ilusión pretender llevar el Evangelio donde ya está presente a través de esas semillas que el mismo Señor ha esparcido?

Cualquiera que haga un esfuerzo por examinar a fondo las cuestiones que tales y tan superficiales razonamientos plantean, encontrará una bien distinta visión de la realidad.

Sería ciertamente un error imponer cualquier cosa a la conciencia de nuestros hermanos. Pero proponer a esa conciencia la verdad evangélica y la salvación ofrecida por Jesucristo, con plena claridad y con absoluto respeto hacia las opciones libres que luego pueda hacer, -sin coacciones, solicitaciones menos rectas o estímulos indebidos- lejos de ser un atentado contra la libertad religiosa es un homenaje a esta libertad, a la cual se ofrece la elección de un camino que incluso los no creyentes juzgan noble y exaltante. ¿O puede ser un crimen contra la libertad ajena proclamar con alegría la Buena Nueva conocida gracias a la misericordia del Señor?... Este modo respetuoso de proponer la verdad de Cristo y de su reino, más que un derecho es un deber del evangelizador. Y es a la vez un derecho de sus hermanos recibir a través de él el anuncio de la Buena Nueva de la salvación. Esta salvación viene realizada por Dios en quien El lo desea y por caminos extraordinarios que sólo El conoce. En realidad, si su Hijo ha venido al mundo ha sido precisamente para revelarnos, mediante su palabra y su vida, los caminos ordinarios de la salvación. Y El nos ha ordenado transmitir a los demás, con su misma autoridad, esta revelación…

Los hombres podrán salvarse por otros caminos, gracias a la misericordia de Dios, si nosotros no les anunciamos el Evangelio; pero ¿podremos nosotros salvarnos si por negligencia, por miedo, por vergüenza, o por ideas falsas, omitimos anunciarlo? Porque eso significaría ser infieles a la llamada de Dios, que, a través de los ministros del Evangelio, quiere hacer germinar la semilla; y de nosotros depende el que esa semilla se convierta en árbol y produzca fruto” (No. 80).

1.4 Aparecida

Al respecto, expresamos en Aparecida: “El Evangelio llegó a nuestras tierras en medio de un dramático y desigual encuentro de pueblos y culturas. Las ‘semillas del Verbo’, presentes en las culturas autóctonas, facilitaron a nuestros hermanos indígenas encontrar en el Evangelio respuestas vitales a sus aspiraciones más hondas: Cristo era el Salvador que anhelaban silenciosamente. La visitación de Nuestra Señora de Guadalupe fue acontecimiento decisivo para el anuncio y reconocimiento de su Hijo, pedagogía y signo de inculturación de la fe, manifestación y renovado ímpetu misionero de propagación del Evangelio” (No. 4).

“Los pueblos indígenas cultivan valores humanos de gran significación; valores que la Iglesia defiende... ante la fuerza arrolladora de las estructuras de pecado manifiestas en la sociedad moderna; son poseedores de innumerables riquezas culturales, que están en la base de nuestra identidad actual; y, desde la perspectiva de la fe, estos valores y convicciones son fruto de ‘las semillas del Verbo’, que estaban ya presentes y obraban en sus antepasados” (No. 92). “Actualmente, el pueblo ha enriquecido estos valores ampliamente por la evangelización, y los ha desarrollado en múltiples formas de auténtica religiosidad popular” (No. 93).

“Como discípulos de Jesucristo, encarnado en la vida de todos los pueblos descubrimos y reconocemos desde la fe las ‘semillas del Verbo’ presentes en las tradiciones y culturas de los pueblos indígenas de América Latina. De ellos valoramos su profundo aprecio comunitario por la vida, presente en toda la creación, en la existencia cotidiana y en la milenaria experiencia religiosa, que dinamiza sus culturas, la que llega a su plenitud en la revelación del verdadero rostro de Dios por Jesucristo” (No. 529).

Pero con toda claridad decimos que “nuestro servicio pastoral a la vida plena de los pueblos indígenas exige anunciar a Jesucristo y la Buena Nueva del Reino de Dios, denunciar las situaciones de pecado, las estructuras de muerte, la violencia y las injusticias internas y externas, fomentar el diálogo intercultural, interreligioso y ecuménico. Jesucristo es la plenitud de la revelación para todos los pueblos y el centro fundamental de referencia para discernir los valores y las deficiencias de todas las culturas, incluidas las indígenas. Por ello, el mayor tesoro que les podemos ofrecer es que lleguen al encuentro con Jesucristo resucitado, nuestro Salvador… Que ningún pueblo indígena de América Latina reniegue de su fe cristiana, sino que, por el contrario, sientan que en Cristo encuentran el sentido pleno de su existencia” (No. 95).

“Aquí está el reto fundamental que afrontamos: mostrar la capacidad de la Iglesia para promover y formar discípulos y misioneros que respondan a la vocación recibida y comuniquen por doquier, por desborde de gratitud y alegría, el don del encuentro con Jesucristo. No tenemos otro tesoro que éste. No tenemos otra dicha ni otra prioridad que ser instrumentos del Espíritu de Dios, en Iglesia, para que Jesucristo sea encontrado, seguido, amado, adorado, anunciado y comunicado a todos, no obstante todas las dificultades y resistencias. Éste es el mejor servicio –¡su servicio!– que la Iglesia tiene que ofrecer a las personas y naciones” (No. 14). “Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo” (No. 29). “Conocer a Jesucristo por la fe es nuestro gozo; seguirlo es una gracia, y transmitir este tesoro a los demás es un encargo que el Señor, al llamarnos y elegirnos, nos ha confiado” (No. 18). “La Iglesia estará atenta ante los intentos de desarraigar la fe católica de las comunidades indígenas, con lo cual se las dejaría en situación de indefensión y confusión ante los embates de las ideologías y de algunos grupos alienantes, lo que atentaría contra el bien de las mismas comunidades” (No. 531).

En particular sobre la inculturación, dijimos en Aparecida: “Como Iglesia, que asume la causa de los pobres, alentamos la participación de los indígenas y afroamericanos en la vida eclesial. Vemos con esperanza el proceso de inculturación discernido a la luz del Magisterio. Es prioritario hacer traducciones católicas de la Biblia y de los textos litúrgicos a sus idiomas. Se necesita, igualmente, promover más las vocaciones y los ministerios ordenados procedentes de estas culturas” (No. 94).

“Los esfuerzos pastorales orientados hacia el encuentro con Jesucristo vivo han dado y siguen dando frutos. Entre otros, destacamos los siguientes: Se han hecho algunos esfuerzos por inculturar la liturgia en los pueblos indígenas y afroamericanos” (No. 99 b).

“Con la inculturación de la fe, la Iglesia se enriquece con nuevas expresiones y valores, manifestando y celebrando cada vez mejor el misterio de Cristo, logrando unir más la fe con la vida y contribuyendo así a una catolicidad más plena, no sólo geográfica, sino también cultural” (No. 479). “Es fundamental que las celebraciones litúrgicas incorporen en sus manifestaciones elementos artísticos que puedan transformar y preparar a la asamblea para el encuentro con Cristo” (No. 500).

1.5 Francisco

Finalmente, el Papa Francisco nos ha dicho en su Exhortación Evangelii gaudium [24 noviembre de 2013): “Es imperiosa la necesidad de evangelizar las culturas para inculturar el Evangelio” ( No. 69).

“En estos dos milenios de cristianismo, innumerable cantidad de pueblos han recibido la gracia de la fe, la han hecho florecer en su vida cotidiana y la han transmitido según sus modos culturales propios. Cuando una comunidad acoge el anuncio de la salvación, el Espíritu Santo fecunda su cultura con la fuerza transformadora del Evangelio. De modo que, como podemos ver en la historia de la Iglesia, el cristianismo no tiene un único modo cultural, sino que, permaneciendo plenamente uno mismo, en total fidelidad al anuncio evangélico y a la tradición eclesial, llevará consigo también el rostro de tantas culturas y de tantos pueblos en que ha sido acogido y arraigado. En los distintos pueblos, que experimentan el don de Dios según su propia cultura, la Iglesia expresa su genuina catolicidad y muestra la belleza de este rostro pluriforme. En las manifestaciones cristianas de un pueblo evangelizado, el Espíritu Santo embellece a la Iglesia, mostrándole nuevos aspectos de la Revelación y regalándole un nuevo rostro. En la inculturación, la Iglesia introduce a los pueblos con sus culturas en su misma comunidad, porque toda cultura propone valores y formas positivas que pueden enriquecer la manera de anunciar, concebir y vivir el Evangelio” (No. 116).

“Bien entendida, la diversidad cultural no amenaza la unidad de la Iglesia… No haría justicia a la lógica de la encarnación pensar en un cristianismo monocultural y monocorde. Si bien es verdad que algunas culturas han estado estrechamente ligadas a la predicación del Evangelio y al desarrollo de un pensamiento cristiano, el mensaje revelado no se identifica con ninguna de ellas y tiene un contenido transcultural. Por ello, en la evangelización de nuevas culturas o de culturas que no han acogido la predicación cristiana, no es indispensable imponer una determinada forma cultural, por más bella y antigua que sea, junto con la propuesta del Evangelio. El mensaje que anunciamos siempre tiene algún ropaje cultural, pero a veces en la Iglesia caemos en la vanidosa sacralización de la propia cultura, con lo cual podemos mostrar más fanatismo que auténtico fervor evangelizador” (No. 117).

“Del mismo modo, podemos pensar que los distintos pueblos en los que ha sido inculturado el Evangelio son sujetos colectivos activos, agentes de la evangelización. Esto es así porque cada pueblo es el creador de su cultura y el protagonista de su historia. La cultura es algo dinámico, que un pueblo recrea permanentemente, y cada generación le transmite a la siguiente un sistema de actitudes ante las distintas situaciones existenciales, que ésta debe reformular frente a sus propios desafíos. El ser humano es al mismo tiempo hijo y padre de la cultura a la que pertenece. Cuando en un pueblo se ha inculturado el Evangelio, en su proceso de transmisión cultural también transmite la fe de maneras siempre nuevas; de aquí la importancia de la evangelización entendida como inculturación. Cada porción del Pueblo de Dios, al traducir en su vida el don de Dios según su genio propio, da testimonio de la fe recibida y la enriquece con nuevas expresiones que son elocuentes” (No. 122).

“El proceso de inculturación es una realidad nunca acabada” (No. 126). “Las Iglesias particulares deben fomentar activamente formas, al menos incipientes, de inculturación. Lo que debe procurarse, en definitiva, es que la predicación del Evangelio, expresada con categorías propias de la cultura donde es anunciado, provoque una nueva síntesis con esa cultura. Aunque estos procesos son siempre lentos, a veces el miedo nos paraliza demasiado. Si dejamos que las dudas y temores sofoquen toda audacia, es posible que, en lugar de ser creativos, simplemente nos quedemos cómodos y no provoquemos avance alguno y, en ese caso, no seremos partícipes de procesos históricos con nuestra cooperación, sino simplemente espectadores de un estancamiento infecundo de la Iglesia” (No. 129).

Iluminado por estos criterios, expongo a continuación algunos logros en la inculturación de la liturgia en los pueblos indígenas, los retos que implica y algunos ejemplos concretos de búsqueda.

2. L o g r o s

2.1 En varias etnias se tiene ya la traducción de la Biblia a las lenguas nativas, o al menos del Nuevo Testamento. En algunas partes, este trabajo lo hicieron primero los protestantes, sobre todo los del Instituto Lingüístico de Verano; sin embargo, se ha comprobado que, además de errores doctrinales, tiene deficiencias culturales. En otras partes, se han hecho y se están haciendo traducciones ecuménicas, o sólo católicas. Este primer logro es fundamental, pues en la liturgia se proclaman muchos textos bíblicos y se debe contar con una edición católica confiable.

2.2 En varios pueblos indígenas, la liturgia se celebra en el idioma del lugar, porque hay agentes de pastoral nativos, o porque los que han llegado de fuera han aprendido el idioma. Algunas traducciones litúrgicas ya han sido aprobadas por la Santa Sede, como la Misa en rarámuri, las fórmulas sacramentales en tseltal y tsotsil, el leccionario tseltal dominical y festivo de los ciclos A, B y C y el Evangeliario en tseltal; otras están en proceso de lograrlo, como el Ordinario de la Misa en tseltal y tsotsil, y la declaración del náhuatl como idioma litúrgico. El dominio del idioma indígena es presupuesto básico para inculturar la liturgia. Es una injusticia que se siga imponiendo una liturgia en un idioma que no es el propio.

2.3 Se ha formado a laicos indígenas, hombres y mujeres, como catequistas y servidores para diversos ministerios, tanto instituidos como reconocidos. A muchos se les ha nombrado como Ministros Extraordinarios de la Comunión. Ha habido un trabajo notable para lograr que a la mujer se le reconozca su dignidad y su lugar en la Iglesia y en la comunidad, a pesar de la persistente marginación. En nuestra diócesis, he instituido como Lectores y Acólitos a muchos indígenas que son candidatos al diaconado permanente.

2.4 Se han revalorado diferentes servicios tradicionales, como mayordomos, fiscales, topiles, alféreces, capitanes, presidentes de ermitas, rezadores, principales, ancianos, arregladores del corazón, etc., para el servicio de la comunidad; la mayoría, tienen que ver con los ritos y celebraciones de la piedad popular y de la liturgia. Algunos de sus ritos tradicionales se han incorporado a la celebración litúrgica.

2.5 Se hacen esfuerzos por descubrir las “semillas del Verbo” en las culturas indígenas, conociendo y valorando más la sabiduría de los antepasados, tanto en sus libros sagrados, como en sus lugares de culto y en sus costumbres. Se han ido perfilando los pasos para elaborar una “Teología India” católica, lo cual incidirá ciertamente en las celebraciones litúrgicas.

2.6 En varias diócesis, ha habido mucha creatividad para lograr una Liturgia inculturada, incorporando a la Misa, a otros sacramentos y sacramentales, a la Celebración Dominical de la Palabra, diversos ritos propios de los pueblos indios, como danzas, “siembra de velas”, actos penitenciales, ofrendas, incienso, procesiones, etc. Sin embargo, no siempre se ha hecho en armonía con la teología, la historia y las normas jurídicas del rito litúrgico; no se ha contado con la aprobación de la Conferencia Episcopal, ni con la recognitio de la Santa Sede. A veces, se tiene muy buena voluntad para inculturar la Liturgia, pero se desconoce tanto su teología como la cultura indígena. Hay agentes de pastoral que dan otro sentido, a veces ideologizado, de algunos ritos indígenas, que no corresponde a lo que realmente contienen.

2.7 En nuestra diócesis, la institución de diáconos permanentes, en su gran mayoría indígenas, ha respondido a una verdadera necesidad pastoral. Son elegidos con gran participación de la comunidad; se capacitan sin salir de su cultura y ejercen el ministerio en su pueblo. Además de los servicios litúrgicos ordinarios, tienen responsabilidades en las otras áreas pastorales de la evangelización y la promoción social. Sus esposas les acompañan en el desempeño de las ceremonias. Son una riqueza para ser una Iglesia más inculturada y autóctona. La orden de la Santa Sede para suspender temporalmente la ordenación de más diáconos permanentes, es por el temor de que su gran número (320 en este momento, y sólo 98 sacerdotes) sea una presión para exigir su ordenación como sacerdotes casados. No vamos por ese camino; no lo intentamos, aunque sí hubo alguna inquietud en ese sentido. La Congregación para el Clero aprobó, en mayo pasado, el nuevo Directorio para el Diaconado Permanente en los Pueblos Indígenas.

2.8 Han aumentado los sacerdotes indígenas. En nuestra diócesis son seis, y de los 66 seminaristas, 32 son indígenas: 16 tsotsiles, 8 choles, 6 tseltales, 1 totik y 1 zoque. Ellos son una esperanza para seguir avanzando en la inculturación no sólo de la liturgia, sino de la Iglesia local. Cuando hemos celebrado la ordenación de presbíteros y diáconos transitorios indígenas, las ceremonias han sido muy ricas en simbología nativa. La ordenación del actual rector del Seminario, en San Andrés Larráinzar, tsotsil, empezó a las 8 de la mañana y terminó a las 2 de la tarde: 6 horas…

2.9 En nuestra diócesis, hemos contado con el apoyo de la Conferencia Episcopal. En tres ocasiones han ido representantes de las Comisiones de Liturgia, Biblia, Doctrina de la Fe y Cultura, para analizar, durante tres días en cada ocasión, tanto las traducciones bíblicas, como las litúrgicas y los posibles ritos inculturados. Ellos los presentan al pleno de una asamblea episcopal y ésta nos ha dado la debida aprobación. La Presidencia de la CEM los envía a la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, para su recognitio.

2.10 Desde hace dos años, estamos llevando a cabo un proceso de traducción al idioma náhuatl. Se están reuniendo unos 45 hablantes de este idioma, sacerdotes, religiosas y laicos, representantes oficiales de las 16 diócesis donde se habla, delegados por sus obispos, y han tomado el acuerdo de hacer una sola versión náhuatl, tratando de encontrar las palabras más comunes a las diversas vertientes de este idioma. Se empezó por traducir el Padre nuestro y el Ave María. Después, el Credo. Luego se ha seguido con el Ordinario de la Misa, que está ya casi concluido. Se seguirá con lo demás del Misal Romano y, luego, con la Biblia. Nos acompañan representantes de las Comisiones Episcopales de Liturgia, Biblia, Doctrina de la Fe, Cultura e Indígenas. Coordino este proceso nacional, como responsable en la CEM de la Dimensión de Cultura.

3. R e t o s

3.1 Como cimiento y base de toda inculturación, se requieren tres amores, que son uno solo: Amor a Jesucristo, amor a su Iglesia y amor a los pueblos indígenas. Amor a Jesucristo, porque es El nuestra inspiración y el centro al que debemos llevar a los pueblos. Amor a su Iglesia, para construirla en comunión. Amor a los indígenas, para ser un sacramento del amor misericordioso del Padre. Sin amor apasionado por Jesucristo, no hacemos lo posible por llevar a los pueblos hacia El, sino que los dejamos con lo que tienen. Sin amor sufriente y perseverante a nuestra Iglesia, corremos el peligro de hacer nuestras propias iglesias, como sectas, que giran en torno a un agente de pastoral, o amargarnos y desanimarnos cuando no encontramos el apoyo que deseamos. Sin amor misericordioso a los pobres, no los escuchamos con respeto, no valoramos su cultura, no somos pacientes ni atentos con ellos, sino que de inmediato queremos cambiar todas sus costumbres.

3.2 Jesucristo, al encarnarse, asumió la cultura judía. Este es el primer desafío para la Iglesia: encarnarnos en las culturas donde el Señor nos ha sembrado. Esto implica conocer, valorar y respetar a nuestros pueblos; estar cerca de sus gozos y tristezas; compartir su vida y hacernos uno de ellos. Sin esta actitud del corazón, no es posible ninguna inculturación, ni de la liturgia, ni del Evangelio, ni de la Iglesia.

3.3 Jesucristo, sin embargo, manifestó plena libertad para purificar y transformar lo que en la cultura judía no correspondía al plan original del Padre. Tuvo más problemas con quienes defendían las tradiciones mosaicas, que con el régimen romano. Además, no encerró a su Iglesia en una cultura, sino que ordenó evangelizar todas las culturas. La evangelización debe respetar las culturas; pero también tener la audacia y la libertad de purificarlas y santificarlas. A algunos ritos indígenas (también los mestizos), se les da un efecto casi mágico, por la repetición de palabras y oraciones, por los detalles y objetos que se utilizan: ninguno puede faltar, so pena de que no funcione el efecto querido. No se puede cambiar ni el más pequeño detalle, porque esto es lo que les da identidad y les permite conservarse y resistir como pueblos. Hay costumbres, mestizas e indígenas, que no dan vida y se deben denunciar, anunciando antes a Jesucristo liberador.

3.4 Es necesaria una actitud de respeto, aprecio y casi veneración, ante tantas “Semillas del Verbo” que se encuentran en nuestros pueblos indígenas, antes y después de la evangelización hecha por nuestra Iglesia. No estoy de acuerdo con quien ha afirmado que “los símbolos, mitos y ritos indígenas están llenos de supersticiones, son fruto de la ignorancia, contienen muchos errores, son pura costumbre”, y que, por tanto, había que “dejar todas esas cosas que apartan de la experiencia de Jesús, o al menos la dejan a un lado y ponen en riesgo nuestra pertenencia a la Iglesia”. Afirmar esto es no conocer a fondo la fe de nuestros pueblos, exponerse a condenar lo que no se conoce. Puede haber errores y limitaciones en varios casos, pero en general hay una espiritualidad muy profunda, aunque en moldes culturales distintos, que muchas veces no conocemos y por eso rechazamos.

3.5 Tampoco estoy de acuerdo con quien afirma que “cuando los misioneros van a tierra de misión, no llevan a Cristo, sino que lo descubren en las culturas y tradiciones de los pueblos, y lo hacen crecer con la fuerza del Evangelio hasta que alcance su plenitud”. La evangelización tiene como cuatro dimensiones: descubrir a Cristo en las culturas, anunciarlo explícitamente, ayudar a madurar la fe cristiana y purificar lo que no es conforme con el Evangelio. Son los indígenas evangelizados quienes mejor han de hacer esta purificación, para no condenar nosotros como contrario a Cristo lo que es sólo una forma cultural distinta de su fe en El. El Evangelio es el criterio válido y definitivo de discernimiento, fuente de vida para nuestros pueblos.

3.6 A la luz del Evangelio, cuando en verdad algunos símbolos, mitos y ritos sean esclavizantes, ataduras que no dejan vivir en la libertad y en el amor a los hijos del Padre misericordioso, hay que denunciarlos y anunciar la libertad que nos ha traído Jesucristo. Esto nos provocará persecución; nos atacarán porque vamos contra “la costumbre”. Pero nuestros pueblos necesitan la liberación también de cadenas religiosas, que no los dejan gozar de la libertad de Cristo. Ciertamente, antes de denunciar y condenar, hay que dialogar mucho con los indígenas, no sea que condenemos algo por no conocerlo.

3.7 La plenitud de los pueblos originarios es Jesucristo. Es necesario que El crezca en ellos, y no seamos nosotros el centro. Nuestra tarea es llevarles al encuentro vivo con El, sobre todo en su Palabra y en sus sacramentos. Para ello, es urgente hacer la traducción católica o ecuménica de la Biblia, en los pueblos donde no se tenga. Es una injusticia que muchos pueblos aún no tengan la traducción católica de la Biblia. Además de biblistas y teólogos, se requiere la participación de los mismos indígenas y de conocedores de la cultura. La traducción debe hacerse en colaboración con las comunidades, y no ser sólo fruto del escritorio de un experto. En México, de las 56 etnias reconocidas, ninguna cuenta con una traducción católica de la Biblia, con aprobación de la Conferencia Episcopal, salvo la Biblia en tseltal de nuestra diócesis. En cambio, casi todas las etnias tienen una o más traducciones protestantes. En náhuatl, hablado por más de millón y medio de mexicanos, hay varias traducciones evangélicas, según las variadas regiones donde se habla, pero no hay una Biblia católica en náhuatl. En algunas de las 16 diócesis donde que hay fieles católicos de esta etnia, se han hecho varios y muy loables esfuerzos, pero falta consolidarlos.

3.8 Hay que seguir buscando caminos para lograr una liturgia más inculturada, en que se asuman ritos y costumbres que sean acordes con el Evangelio y la práctica de la Iglesia. Esta “no tiene ningún poder para cambiar lo que es voluntad de Cristo, que es lo que constituye la parte inmutable de la liturgia. Romper el vínculo que los sacramentos tienen con Cristo que los ha instituido, o con los hechos fundacionales de la Iglesia, no sería inculturarlos, sino vaciarlos de su contenido” (Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos: La Liturgia Romana y la Inculturación, 25). Por ejemplo, “en la celebración de la Liturgia, la palabra de Dios tiene suma importancia, de modo que la Escritura Santa no puede ser sustituida por ningún otro texto por venerable que sea” (Ib 23).

3.9 Para hacer una buena inculturación litúrgica en los pueblos indígenas, no basta la buena voluntad y el cariño por ellos. Es requisito indispensable conocer a fondo la historia, la teología y la pastoral de la liturgia, por una parte, y la historia, la antropología y la sociología de las culturas indígenas, por otra. Esto pide un trabajo interdisciplinar, que requiere tiempo, paciencia, constancia y recursos económicos. La participación de la propia comunidad, de los catequistas, de los jóvenes y ancianos, de los servidores, es de primera importancia. No puede ser imposición de un inquieto agente de pastoral, que a los pocos días de llegar a la misión, ya quiere cambiar todo. Además, hay que tomar en cuenta que las culturas siempre están cambiando, y las culturas indígenas actuales están en un profundo proceso de transformación, porque a casi todas partes llevan los medios masivos de comunicación, por la migración y la movilidad humana constante, por el racismo persistente. No podemos encerrarlos en una reserva cultural, para exponerlos, como en un museo, a la observación de los antropólogos.

3.10 Para que el proceso de inculturación litúrgica tenga futuro, hay que involucrar tanto al obispo diocesano y a los agentes de pastoral, como a la Conferencia Episcopal. Para avanzar con firmeza y confianza, se requiere procurar estar en comunión siempre con las Iglesias de la misma Provincia eclesiástica, con la Conferencia Episcopal, y con la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, pues no somos dueños de la liturgia, sino sus servidores. No conviene que un agente de pastoral, sin estar en comunión con el resto de la Iglesia, haga por sí mismo todos los cambios que considere pertinentes, porque al poco tiempo le cambian de lugar, viene otro que no está de acuerdo con el anterior, y las comunidades sufren desconcierto. A pesar de las resistencias que a veces encontremos en las instancias eclesiales para introducir cambios, por encima de todo está la comunión eclesial. La inculturación la hacen las Iglesias locales, pero siempre en comunión con quien preside la Iglesia universal y sus colaboradores. Hemos de dialogar mucho para que en Roma comprendan nuestras realidades y situaciones tan diversas, y aceptar de corazón sus indicaciones, para salvar la unidad eclesial.

3.11 La traducción es apenas el primer paso de la inculturación. Por ello, debemos empezar por traducir los textos litúrgicos actuales a los idiomas indígenas. Cuando las comunidades locales tengan ya alguna traducción, hay que pedir a la Conferencia Episcopal que sus Comisiones de Liturgia, Biblia, Doctrina de la Fe, Cultura e Indígenas hagan la revisión debida, junto con los traductores locales. Después se pasa al pleno al Conferencia Episcopal, para su oportuna aprobación. Después, se manda a Roma, teniendo en cuenta el iter que prescribe la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos para la recognitio (cf Anexo). Sin embargo, no basta la traducción de los ritos romanos. Es necesario trabajar por llegar a tener rituales propios inculturados, con aprobación de la Conferencia Episcopal y la recognitio de la Santa Sede.

3.12 Que los agentes de pastoral mestizos aprendan y dominen, en la medida de lo posible, el idioma indígena que se usa en donde desarrollan su servicio. El uso de la lengua del lugar es un derecho que tienen los pueblos originarios. Si no logramos hablarlo en forma normal, que al menos leamos los textos litúrgicos ya traducidos, previo conveniente ensayo.

3.13 Que las diócesis con mayoría de población indígena, den los pasos necesarios para ser una Iglesia autóctona (cf AG 6); para ello, que en todas las comunidades haya agentes de pastoral indígenas: catequistas, servidores, diáconos, sacerdotes, religiosos y religiosas. Ha de llegar el tiempo en que haya obispos indígenas. Hay que evitar, sin embargo, el riesgo de ser una Iglesia autónoma, pues “cada Iglesia particular debe estar en comunión con la Iglesia universal, no sólo en la doctrina de la fe y en los signos sacramentales, sino también en los usos recibidos universalmente de la tradición apostólica ininterrumpida” (Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos: La Liturgia Romana y la Inculturación, 26).

3.14 Pedir al Espíritu Santo que nos conceda su luz, para realizar un adecuado discernimiento de los elementos paganos que puedan subsistir aún en las culturas indígenas, distinguir lo que es incompatible con el cristianismo y lo que puede ser asumido, en armonía con la tradición apostólica y en fidelidad al Evangelio de la salvación: “Los cristianos venidos del paganismo, al adherirse a Cristo, tuvieron que renunciar a los ídolos, a las mitologías, a las supersticiones... Conciliar las renuncias exigidas por la fe en Cristo con la fidelidad a la cultura y a las tradiciones del pueblo al que pertenecen fue el reto de los primeros cristianos... Y lo mismo será para los cristianos de todos los tiempos” (Ib 19-20).

3.15 Hemos de participar con un corazón abierto en los símbolos, mitos y ritos indígenas, comulgando con la fe de nuestros pueblos, tratando de comprender el significado real de lo que hacen y piensan. Pero también debemos presentar a Jesucristo, Hijo del Padre, vivo entre nosotros por su Espíritu, por la mediación de María. Ellos no lo rechazan, sino que lo aceptan con gozo, como fuente de liberación. Cuando descubren la Eucaristía, lugar privilegiado de encuentro con El, le dan un gran valor y realce; le tienen sumo respeto y la tratan con exquisita delicadeza.

3.16 Hay que evitar el peligro de un sincretismo religioso. “Ello podría suceder si los lugares, los objetos de culto, los vestidos litúrgicos, los gestos y las actitudes dan a entender que, en las celebraciones cristianas, ciertos ritos conservan el mismo significado que antes de la evangelización. Aún sería peor el sincretismo religioso si se pretendiera reemplazar las lecturas y cantos bíblicos, o las oraciones, por textos tomados de otras religiones, aun teniendo estos un valor religioso o moral innegables... La recepción de los usos tradicionales debe ir acompañada de una purificación y, donde sea preciso, incluso de una ruptura... Es preciso evitar cualquier ambigüedad en todos los casos” (Ib 47; 48). No se puede volver a una situación anterior a la evangelización (cf Ib 32).

3.17 Compartir los materiales litúrgicos inculturados que ya existen en unas diócesis, con otras donde haya indígenas de la misma etnia. Hay que hacer lo posible por lograr textos unificados del mismo idioma, a pesar de la resistencia que existe hacia las diferencias dialectales con los pueblos vecinos.

3.18 Tengamos en cuenta, sin embargo, que no todos los actos religiosos, no todas las expresiones cultuales, ni toda la vida cristiana deben estar integrados a la liturgia. La liturgia es la máxima expresión de la Iglesia, es fuente y culmen, es lo más sublime, pero no todo es liturgia (cf SC 12). Hay muchas expresiones de fe que no necesariamente deben introducirse en la celebración litúrgica. Esto nos da mucha libertad para respetar, valorar y promover variadas formas de oración, muchos ritos indígenas, compatibles con el catolicismo, sin necesidad de pretender a fuerza hacerlos que quepan en la liturgia. Esta tiene sus propias leyes y nosotros no somos sus dueños, sino sus ministros, sus servidores (cf SC 22).

3.19 Ante el fenómeno actual de la globalización, que nos quiere llevar a una cultura uniformizante, y que está influyendo gravemente para que las nuevas generaciones ya no sigan las tradiciones de sus mayores, buscar el método pastoral para que los niños y los jóvenes no pierdan las riquezas de las culturas indígenas, y al mismo tiempo armonicen sus valores con los de la modernidad. Hay que educar para la pluralidad cultural. No se puede conservar a los indígenas como en reservas, sin influencias del exterior, sino que se han de beneficiar de lo positivo que tienen el desarrollo y el progreso de la humanidad, sin perder sus valores más profundos.

3.20 No se debe reducir el servicio evangelizador inculturado a conservar las buenas tradiciones indígenas, sobre todo las rituales, sino lograr que éstas también se impliquen en la urgente transformación social, para que los pueblos indios ya no vivan más en la injusticia, la marginación, el racismo y la exclusión. El plan de Dios es que nuestros pueblos en Cristo tengan vida, digna y abundante. De lo contrario, los reducimos a ser un espectáculo folclórico.

3.21 La inculturación “exige un esfuerzo metódico y progresivo de investigación y discernimiento... Sólo podrá ser el fruto de una maduración progresiva en la fe” (Ib 5). A ello nos animaba el Papa Juan Pablo II: “Reafirmo con insistencia la necesidad de movilizar a toda la Iglesia en un esfuerzo creativo, por una evangelización renovadora de las personas y de las culturas. Porque solamente con este esfuerzo la Iglesia estará en condición de llevar la esperanza de Cristo al seno de las culturas y de las mentalidades actuales” (Discurso al Pontificio Consejo para la Cultura, 17 enero 1987).

3.22 En los Seminarios y Casas de formación para la Vida consagrada, así como se dedica tiempo a estudiar la filosofía y la teología europeas, habría que acercarse a las filosofías y teologías de nuestros pueblos indígenas, para descubrir sus riquezas y sus limitaciones, y no llegar después al ministerio pastoral entre ellos con un total desconocimiento de estas culturas, con actitudes de rechazo y de condena.

4. Algunos ejemplos:

(Estos ritos ya fueron revisados por las Comisiones de la CEM y se enviaron a Roma para su aprobación, pero nos pidieron que esperáramos antes la recognitio del Ordinario de la Misa)

4.1 Ritos iniciales

“Todo lo que precede a la liturgia de la Palabra, es decir, el canto de entrada, el saludo, el acto penitencial, el Kyrie con el Gloria y la Colecta, tienen el carácter de exordio, introducción y preparación. La finalidad de estos ritos es hacer que los fieles reunidos constituyan una comunidad y se dispongan a oír como conviene la Palabra de Dios y a celebrar dignamente la Eucaristía. En algunas celebraciones que se unen con la Misa según la norma de los libros litúrgicos, los ritos iniciales se omiten o se realizan de manera peculiar” (IGMR 46).

Se podrían llevar a cabo los ritos iniciales con alguna de estas formas:

a) El caracol

Antes de entrar al templo, se pueden dar una o tres vueltas en torno a la iglesia o ermita, o en torno a la cruz atrial. El celebrante inicia con el saludo habitual: En el nombre del Padre… El Señor esté con ustedes… y alguna monición que introduzca el sentido de la celebración. Donde no se acostumbra el caracol, se sigue el mismo orden en la procesión de entrada.

Van adelante los tambores y las flautas, la música regional, las banderas, la cruz procesional, las imágenes con velas o veladoras y flores, el incienso delante de las imágenes, llevado por mujeres o por quienes tienen el cargo de la incensación, y luego siguen el celebrante y la comunidad. Se pueden entonar cantos de entrada y echar cohetes. Al entrar la procesión a la iglesia, se podría entonar el canto del Gloria.

Al llegar al altar, lo besan el celebrante y, si hay, los diáconos y su esposa. Se concluye con la Oración Colecta y sigue la liturgia de la Palabra.

b) El Pat o’tan (saludo al corazón)

A la entrada de la ermita y estando el celebrante y la comunidad fuera de ella, se colocan los principales en la puerta de la entrada, en dos filas, frente a frente. Inicia el diálogo un principal, que está fuera de la ermita, y se dirige a quien tiene enfrente, con un saludo reverencial, y le pide permiso para entrar a hacer la celebración; le explica el motivo de la misma y le presenta al celebrante y a quienes le acompañan, así como a la comunidad. El principal que está frente a él, que da la espalda a la ermita, le responde de inmediato, aceptando con todo el corazón la solicitud que se le hace para entrar e iniciar la celebración. Lo hace en forma simultánea a las palabras que le dirige quien está fuera. Al terminar, se saludan reverencialmente y todos ingresan a la ermita, acompañados por la música tradicional o un canto de entrada. En algunas partes, la procesión de entrada se hace en tres pasos, y en cada paso se arrodillan y hacen oración, hasta llegar al altar. Se podría cantar el Gloria al término de la procesión.

Al llegar al altar, lo besan el celebrante y, si hay, los diáconos y su esposa. Se puede concluir con la Oración Colecta y seguir con la liturgia de la Palabra. Cuando no ha habido esos pasos de oración en la procesión, se hace la oración tradicional unida al acto penitencial.

c) Oración tradicional

Cuando no ha habido caracol en torno a la ermita, ni pat o’tan, se inicia la celebración con el saludo habitual del celebrante: En el nombre del Padre… El Señor esté con ustedes… y una oportuna monición que introduzca el sentido de la celebración.

Un principal es designado para que encabece e inicie la oración tradicional, a la que se une toda la comunidad, poniéndose todos de rodillas. Cada quien le habla a Dios en voz alta, le saluda, le da gracias, le presenta sus necesidades y peticiones, pide perdón por los pecados. Después de un tiempo de esta oración comunitaria, que no debe ser demasiado largo, el principal, bajando el tono de la voz, indica que todos vayan concluyendo su oración personal. El principal invita a la comunidad a terminar la oración con una invocación comunitaria. De inmediato, inicia el Yo confieso…, que todos dicen también. Al terminar, el celebrante concluye: Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros… y se cantan el Señor, ten piedad y el Gloria, si es el caso.

Después de una oportuna catequesis sobre el sentido de este momento penitencial, se puede sugerir al principal y a la comunidad que la oración se concentre sólo en petición de perdón, para tener la común Oración de los fieles después de la homilía y del Credo, haciéndola en la forma tradicional, sólo cambiando su lugar.

d) Altar maya

En algunas partes, se acostumbra hacer, frente al altar de la Misa, el llamado “altar maya”, con flores y velas de colores, según los cuatro rumbos del universo, con frutos de la tierra. Después del saludo habitual del celebrante, se enciende la vela de color rojo y todos se dirigen al Oriente, se hace una inclinación y un principal dirige una oración a Dios, dándole gracias por la luz del sol, que es principio de vida. Luego se enciende la vela color negro y todos se dirigen al Poniente, se hace una inclinación y un principal dirige una oración a Dios presentándole las oscuridades de la vida, los problemas, la noche, con la esperanza de que El nos dará una nueva vida, después de la noche. Luego se enciende la vela color blanco y todos se dirigen al Norte, se hace una inclinación y un principal dirige una oración a Dios recordando los antepasados, la historia de la comunidad, pero también los peligros del hielo y del frío que amenazan al pueblo. Luego se encienda la vela color amarillo y todos se dirigen al Sur, se hace una inclinación y un principal dirige una oración a Dios, dándole gracias por la fecundidad de la tierra, por el regalo de la mujer como generadora de vida. Luego se encienden, en el centro, las velas color verde y azul; todos se dirigen al centro del “altar maya” y un principal dirige a Dios una oración, para aclamar a Jesucristo, corazón del cielo y corazón de la tierra, en quien se unen lo humano con lo divino, el cielo y la tierra, y es el centro de nuestra vida cristiana, el corazón de nuestra celebración eucarística.

e) Incienso

“Para manifestar la veneración, el sacerdote y el diácono besan el altar. El sacerdote, si lo cree oportuno, podrá también incensar la cruz y el altar” (IGMR 49).

“La incensación significa la reverencia y la oración, como viene expresado en la Sagrada Escritura (cf Salmo 140,2; Apoc 8,3). El incienso puede libremente usarse en cualquier forma de Misa:

a) Durante la procesión de entrada.

b) Al comienzo de la Misa, para incensar la cruz y el altar.

c) Para la procesión y proclamación del Evangelio.

d) Colocados sobre el altar el pan y el vino, para incensar las ofrendas, la cruz y el altar, como también al sacerdote y al pueblo.

e) En el momento de la elevación de la Hostia y del cáliz, después de la consagración.

Se inciensan las reliquias e imágenes de los Santos expuestas a la veneración pública, únicamente al inicio de la celebración, después de que se inciensa el altar” (IGMR 276-277).

En los lugares donde se acostumbra, el sahumerio y el incienso son llevados

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