Empezó frente a una aldea de nombre Betfagé que quiere decir: “Casa de los higos verdes”. Allí Jesús dijo con tono de autoridad: Vayan a esa aldea que está enfrente de ustedes y luego que entren en ella, encontrarán una burra atada y con ella su pollino, sobre el cual nunca se sentó hombre alguno; desátenla y tráiganmela. Y si alguno les dice: ¿Que hacen? Respóndanle “El Señor la necesita y luego se las devolverá aquí”.
Después de hacer lo ordenado, los discípulos pusieron sobre el pollino sus mantos de vistosos colores y ayudaron a montar al maestro. Así de sencilla comenzó la entrada triunfal de aquel Rabí poderoso en obras y en palabras. Que hizo brotar agua de dura roca y estuvo sediento junto al pozo de Jacob. Que lloró por el amigo entrañable de Betania y arrojó con indignación a los traficantes del templo.
Así de sencillo comenzó el camino triunfal de aquel Nazareno que no conoció complejos, que fue valiente, de recia personalidad y a la vez humilde y sencillo, cuya doctrina es de amor y perdón para los enemigos y de oración y bendición para los que nos maldicen y persiguen.
Sentado en el manso pollino, es tan grande y majestuoso que es imposible encuadrarlo en esquemas humanos. Israel vivió al vivo y con enorme intensidad, este acontecimiento histórico de apoteosis mesiánica de Jesús como redentor de la humanidad y dominador absoluto de los acontecimientos profetizados, pero desconcertantes para los hombres. Montado sobre un burro, en señal de Humildad y Mansedumbre. ¡El Rey de Reyes!
Hoy la Iglesia al recordar este suceso, de la entrada triunfal a la Ciudad Santa, lo sitúa en el prólogo del misterio Pascual. Con ésta celebración la Iglesia quiere preparar, una apertura de mente y corazón de los hombres, a estas vivencias litúrgicas y santificadoras a las que jamás podrán comprender los espíritus naturalistas cerrados o estrechos.
Como los hombres de aquellos tiempos, que aunque vivieron y dramatizaron directa y físicamente la primera Semana Santa, pero obcecados en su orgullo nacional y religioso, quedaron por propio empeño en la cuneta de la obra redentora; también así ahora muchos quedan al margen de este misterio de salvación, que nos urge profundizarlo.
La mayoría de los creyentes, no rebasan los límites de las sensiblerías piadosas, o se detienen únicamente en lo que tiene de anecdótico o dramático, pero no llegan a la personalidad mesiánica de Jesús y a su victimación plena como vivencia de caridad redentora y sacerdotal.
El significado auténtico de los sucesos redentores es muy diferente al que le dan el falso pietismo o posturas adveras o indiferentes. Su fondo es misterio histórico-teológico; Jesús es bandera de contradicción y paradoja. Aceptó la gloria de aquella apoteosis popular mesiánica y tuvo un llanto amargo y desconcertante; un llanto que es de perenne actualidad porque algunos hombres de hoy son como los de ayer: débiles, volubles, versátiles, materialistas, impulsados por ambiciones políticas a rechazar a Jesús, originando así su propia reprobación.
Urge que hagamos conciencia de los misterios que recordamos. Estos sucesos que tienen un desenlace dramático el viernes, son parte de una signología que evidencia designios de sabiduría y de la obra más sublime del amor divino: LA REDENCION. Actividad continúa y coextensiva a la historia humana, tan gloriosa por tantos motivos pero que no deja de ser la historia de una raza pecadora.
Sin embargo llegada la plenitud de los tiempos en un momento decisivo de esta historia, se realiza en la victimación vicaria, es decir en lugar nuestro, el úrico sacrificio digno de ser aceptado por Dios, que hizo posible la reconciliación entre el Creador y la criatura. Si enfocáramos momentáneamente nuestra atención al hecho de que Cristo murió por nosotros y que ofreció su vida en expiación al pecado del hombre, y comprendiéramos que esa oblación e inmolación constituyen el centro mismo del misterio de la redención, estaríamos pensando en Cristiano y nos sentiríamos tremendamente responsables de Cristo en la Cruz.
Es imposible quitar la afirmación que hace el evangelio acerca de Jesús que es: “Signo de contradicción”, para unos es locura, para otros escándalo, pero El seguirá siendo la piedra angular sólida e inquebrantable que aplastará a aquellos sobre quienes caiga y quienes la golpeen se estrellarán.
La Semana Santa para unos será oportunidad de un descanso sano entre la familia, con meditación sobre el tiempo que priva; para otros una ocasión de desenfreno y orgía. Para unos será tiempo de reavivar su amor cristiano, para otros motivo de odio y de envidia, como los fariseos de los tiempos de Cristo, furibundos y de corazón amargado. Hagamos una reflexión sobre este acontecimiento que bajo una Providencia Divina permisiva, la malicia humana llevó a cabo.
Pensemos no únicamente en cual playa pasaremos los días Santos, sino en que la muerte de Cristo constituye la muerte del pecado y no es sólo un testimonio patético de amor, sino un medio de nuestra liberación. Sólo la nobleza de corazón y la finura de espíritu motivan al hombre a la gratitud por los beneficios recibidos, hagamos lo posible por tener esas dos cualidades y así nuestra conducta sería diferente, no únicamente en los días Santos, sino en nuestro diario vivir.
No olvidemos pues, que Jesús murió por nosotros, llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que muertos al pecado, viviéramos para la justicia. Evite ser un simple espectador, frío y superficial de los grandes misterios que celebramos en la Semana Santa; Participe profundamente con generosidad silenciosa en la cruz con Cristo.
Viva intensamente los mismos sentimientos de Jesús que fueron redentores y sacerdotales, antítesis viviente de la realidad y de la historia del pecado. Se impone una revisión de nuestros criterios, frente a la humillación, al ambiente asfixiante hedonista; confort, vida fácil, caprichosa, repulsa al sufrimiento. En síntesis, una revisión de toda nuestra vida a la luz de la muerte redentora de Jesús. VIVA CRISTIANAMENTE EL MISTERIO PACUAL QUE ESTAMOS CELEBRANDO, que es la obra salvífica de la humanidad realizada por el Divino Redentor. Acontecimiento que ocupa el primer lugar, dentro del año Litúrgico.
Y aquella entrada triunfal de Rey Mesiánico sentado sobre el lomo de un burro, es señal de humildad y mansedumbre y de la divinidad de su reino. Es Señor de los cielos y la tierra y de toda la humanidad, sin ninguna distinción. Es aclamado, por los sinceros y admirado por los incrédulos. Alabado por los niños, ante la envidia de los fariseos.
El camino hacia la cruz, en la que fue clavado, no fue de oprobio y de derrota; sino camino del triunfo, El Rey Mesiánico montado en aquel burro, es grande en su majestad, en su humildad y en su misericordia. Unámonos en nuestra alabanza, tengamos en las manos las palmas de sus victorias y demostrémosle nuestros sentimientos de alegría, de gratitud y de amor, que es el mandamiento principal de su doctrina y de su ley.
Porque el amor cristiano, engendra las virtudes, inspira los actos heroicos y transforma al hombre, y lo empuja a escalar la cumbre, de las virtudes en forma heroica. Ofrezcamos nuestro homenaje humilde a este Rey Mesiánico Triunfador, en todos los aspectos y lugares. Nada, ni nadie podrá contra Él.