Acapulco, Gro., a 23 de marzo de 2014
Comunicado 09-14
Estamos en el corazón del tiempo de Cuaresma que la Iglesia vive cada año como preparación para la gran celebración de la Pascua del Señor. Un tiempo específico que se caracteriza por la llamada a la conversión que tiene que expresarse en cambios en las personas, de manera que generen los cambios que se necesitan en las relaciones humanas, en las comunidades y en las formas de convivencia social.
La misericordia es una carencia con consecuencias devastadoras en la sociedad, que propicia situaciones de violencia, de extrema pobreza, de exclusión y de corrupción. Una sociedad sin misericordia se deshumaniza y se deteriora paulatinamente generando toda clase de víctimas condenadas a vivir excluidas de la sociedad. La misericordia es una forma especial de amor gratuito que se acerca y toca las miserias humanas para invocar su redención. Se necesita en todas partes, desde el núcleo familiar hasta el ámbito de las estructuras. Le da alma a la convivencia humana e inspira la sensibilidad necesaria ante el sufrimiento de los demás.
La Cuaresma es un tiempo propicio para cultivar la misericordia como una actitud que forme parte de un estilo de vida atento a las necesidades de los demás, sobre todo de los sufrientes y de quienes sufren diversas formas de estigmas sociales. La misericordia es necesaria para poner la atención que requieren las víctimas de la violencia,de la pobreza extrema y de los desastres naturales. También es necesaria para buscar la redención de quienes hacen el mal y están dentro de los círculos de la violencia, de la corrupción y de la explotación económica. Jesús, miraba con especial misericordia a los pobres y a los pecadores y nos propone esta actitud como salida a las condiciones inhumanas de vida.
Invito a todos al cultivo de la misericordia en la vida cotidiana y en el cumplimiento de las responsabilidades que existen en el mundo profesional, en el servicio público, en el ámbito de la empresa y del trabajo. Invito a los agentes de pastoral a ser generadores de iniciativas de misericordia, tanto en la vida de la Iglesia como de la sociedad.
Las desapariciones de las personas, una herida difícil de curar.
En los últimos días se ha dado un repunte en el reporte de desaparecidos en Acapulco y en el estado de Guerrero. De hecho, los casos de desaparición de personas se han dado desde hace décadas por diversas razones y, afortunadamente, se han generado iniciativas para su investigación y para el conocimiento de la verdad sobre esos casos. Pero las desapariciones de los últimos años, han estado vinculadas a las acciones de la delincuencia organizada y, en algunos casos, a rencillas entre particulares, o a razones desconocidas. En cualquiera de los casos, se trata de hechos sumamente graves que trastornan la vida de los familiares de los desaparecidos.
Uno de los daños colaterales a las desapariciones imprevistas y forzadas se relaciona con las secuelas que deja en los familiares la incertidumbre y el desconocimiento de su paradero. En los casos de asesinados es posible cerrar el ciclo del duelo con la ayuda necesaria, pero en el caso de los desaparecidos, los familiares viven con secuelas de muy difícil manejo que les trastornan la vida.
Urge que se dé una especial atención a los casos de desaparecidos para encontrarlos y para apoyar a sus familias en sus esfuerzos de búsqueda que corresponde al Estado y a la misma sociedad civil. Urge ofrecer a las familias el apoyo que necesitan y que está determinado en la Ley General de Víctimas en cuanto a sus derechos a la verdad, a la justicia y a la reparación del daño. Espero que tanto las autoridades, como la sociedad civil y los mismos afectados por la desaparición de sus familiares sigamos procurando la atención y acompañamiento a los familiares de los desaparecidos, quienes finalmente son víctimas de la violencia.