Quieta y silenciosa estaba la ciudad. Calles desiertas, puertas cerradas. El febril bullicio de la pascua judía había pasado. La celebración de un aniversario más de la salida de Egipto había terminado. Habiendo cumplido con la prescripción mosaica; dos discípulos encaminaban sus pasos el mismo día de la resurrección hacia una aldea llamada Emaús. Eran dos buenos hombres que sin pertenecer al colegio apostólico, eran del número de los íntimos seguidores de Jesús. Bajo un cielo brillante y sol abrasador caminan con su esperanza rota, hundidos en un escepticismo aplastante. No consiguen cambiar de tema. Sólo piensan en el fin trágico de Aquel a quien habían llamado Maestro. Se imaginaban que creían, se imaginaban que esperaban, pero al primer tropiezo, se desaniman y empiezan a caminar en la soledad. Caminan sin sentir la jornada. El tiempo vuela, porque el interés de aquellas melancólicas reflexiones consume los minutos. No caen en la cuenta de la presencia de un viajero que los alcanzó y escucha a pocos pasos detrás de ellos el desarrollo del diálogo. Acercándose el viajero les pregunta el tema de su conversación. Después de demostrar admiración por la ignorancia de aquel peregrino que no sabía nada de los trágicos acontecimientos, Cleofás le explica brevemente todo lo sucedido. A lo cual el forastero responde: “¡Oh necios y tardos de corazón, para creer lo que dijeron los profetas! Púes qué, ¿no era necesario que el Cristo padeciera estas cosas y entrara así en su gloria?”. Y empieza a explicares a la luz de las Escrituras los acontecimientos que han vivido, empezando por Moisés, Isaías, Daniel, Miqueas, Jeremías, Ezequiel y los Salmos, etc., Con paciencia les devuelve la fe y la esperanza, recuperando también la alegría y el amor.
ERA NECESARIO QUE EL CRISTO PADECIERA. Desde la Encarnación Jesús estaba prometido a la Cruz. Aquella cruz que El, nunca escogió, sino que se la dieron. Cruz que le hizo tambalearse, caer bajo su peso y morder el polvo de la tierra. Pero era necesario para El, como lo es también para nosotros. Cristo “fue entregado por nuestros pecados y fue resucitado para nuestra justificación” (Rom. IV, 25). La Pasión y Muerte de Cristo, no son un acontecimiento desgraciado, sino que están integrados a los designios salvíficos de Dios. Su muerte no es un accidente biológico, no es un castigo, sino que es aceptada y querida para redimir al hombre y vivir después en plenitud la vida de Dios. “ENTRAR ASI EN SU GLORIA”. Pero también es necesario que nosotros llevemos nuestra cruz. “Si alguien quiere ser mi discípulo que renuncie a sí mismo, que lleve su cruz diariamente y que me siga” (Mt. XVI, 24). Para ser un fiel discípulo de Jesús llevar la cruz es una exigencia insoslayable. La cruz de la vida no es un lujo, sino una obligación llevarla y en forma responsable; gústele o no. A nadie se le pidió su opinión para nacer, ni para escoger las circunstancias de la vida. Así siempre será crucial aceptar la existencia tal como nos ha sido dada; adornada con proyectos y esperanzas, como también de espinas y desgracias. Cuando menos pensemos, se nos presenta una enfermedad incurable, la pérdida de un ser querido y otras cosas más que nos lastiman y que son nuestra cruz. Pero los sufrimientos de la vida dan peso y seriedad. Nada hace tan reflexivo al hombre como las penas aceptadas, como Jesús aceptó su cruz. Tenga presente, que sin el peso de las alas, no es posible volar. Y los sufrimientos son las alas para que el hombre se eleve. La cruz de Cristo no nos justifica solo con ser contemplada, sino con ser aplicada, actualizada dentro de nosotros. El hombre es feliz en la proporción de su parecido a Jesús, y la cruz aceptada en forma cristiana y llevada en unión con Cristo, lleva a cabo este parecido. No olvide que por más esfuerzos que hagamos no escaparemos al sufrimiento; tenemos que sufrir. Pero el sufrimiento por sí solo no transforma ni purifica. Una crucifixión puede reducirse a una mera ejecución, como la del malhechor blasfemo que murió al lado de la cruz de Cristo. En cambio el compañero del lado opuesto aceptó su condena y la asoció a la cruz de Cristo y mereció estar en el paraíso. Es necesario pues incorporar los sufrimientos a la cruz de Cristo por la fe, para que tengan valor salvífico. De otra manera solo producirán desesperación, amargura y lo que sería peor no obtener la recompensa eterna, por habernos decepcionado, por lo que estamos padeciendo.
Los hombres se equivocan al identificar felicidad con placer sobre todo el sensible; e infelicidad con sufrimiento físico o moral. Cuando el hombre ha decaído en espiritualidad, lógicamente piensa que las necesidades materiales, son lo más apremiante e importante de todo y así en fatigosa, sofocante y estéril lucha, los busca en forma desesperada y mal orientada. Ignorando que son los Valores Espirituales los que deben ocupar un lugar privilegiado dentro de la escala de Valores de un hombre equilibrado. No nos juzguemos un ser infeliz, porque ser presa de la enfermedad, de la pobreza, porque no ha logrado representar un papel importante en el escenario del mundo, si se fracasa en algún negocio que se haya emprendido, si sus deseos de superación se ven frustrados, o se ve privado de toda clase de oportunidades, etc.; aunque todo esto supone dolorosos sufrimientos, sin embargo no tienen el poder suficiente para privar al hombre de la felicidad esencial, que consiste en vivir a semejanza de Cristo: cumpliendo la Voluntad del Padre y pasar por la tierra haciendo el bien y El, se compromete a hacer que el hombre sea feliz. Sin ser el cristianismo un culto morboso al dolor, la angustia y demás cosas por el estilo, nos habla de ellas, como una oportunidad para como Cristo que a través de su cruz entró de lleno a vivir la Vida de Dios. Es necesario aceptar cristianamente los sufrimientos de la vida, para después ver y gozar de la vida divina. ES NECESARIO LLEVAR LA CRUZ COMO LA LLEVO CRISTO y así entrar a la vida eterna prometida. Que el Divino Redentor nos diga, por haber unido nuestra cruz del sufrimiento y del dolor: ¡”Hoy entrarás conmigo en el Paraíso”!
Por lo mismo: “Arriba y adelante”. Y así aunque el dolor y el sufrimiento nos afecten física y psicológicamente, como es en el caso presente y personal. Pero el dolor y el sufrimiento seguirán siendo, un misterio, profundo e incomprensible a los solas fuerzas humanas. Pero no olvidemos que incorporados a la Cruz de Cristo por la Fe, purifican y transforman al ser humano. Y así como el peso de las alas del avión, lo ayudan a elevarse, así el peso de los sufrimientos de la vida humana nos ayudan a subir al cielo. No olvidemos que el misterio del dolor humano, se esclarece, reflexionando y contemplando, el misterio del dolor divino. Nuestra cruz, es sólo una astilla de la cruz de Cristo, que es una verdadera teoría de la vida y le ha dado el valor a todo lo que pase en la vida temporal. Así pues una vez más: ¡”arriba y adelante”!