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Las estadísticas indican que en nuestro país hay millones de pobres, y muchos de ellos en extrema pobreza. Chiapas ocupa uno de los más altos índices de marginación. Sin embargo, hay contrastes que llaman la atención.
Llevo en esta zona 23 años como obispo: 9 en Tapachula y 14 en San Cristóbal de Las Casas. Puedo dar testimonio de situaciones que duelen hasta el alma. En días pasados, fui a comunidades indígenas lejanas; para llegar allá, desde la ciudad episcopal, hice ocho horas. Y nuevamente encontré viviendas muy raquíticas, algunas de paja y lámina, sin luz eléctrica y sin servicios básicos. Hace tiempo se construyeron “casas de salud”, pero no tienen médico ni medicinas, sólo anticonceptivos… Se nota la desnutrición, y no faltan ancianos casi abandonados a su dolor sin esperanza.
En contraste, muchos jóvenes tienen celular, aunque no haya señal; lo usan para sacar fotos y escuchar música, o para cuando van a las ciudades. Varias casas tienen antenas de televisión al satélite, pagando una renta mensual. Cada día abundan más los vehículos, sobre todo camionetas para carga y pasaje. Hace años, tenía que llevar “bolsa para dormir”, papel higiénico, jabón, lámpara de pilas para alumbrarnos por la noche; ahora todo está cambiando: casi en todas partes me ofrecen una camita, ya tienen baño, o al menos una letrina, con agua entubada. Aumenta la pavimentación de caminos hacia las comunidades, y son pocas las que carecen de electricidad. Cada día son menos las personas sin zapatos, y su ropa, aunque sencilla, es limpia y digna. Las jovencitas se arreglan como las que ven en la televisión. Aumentan las escuelas secundarias y hay varios bachilleratos, incluso llegan a más lugares las universidades. Es decir, hay progreso, aunque son innegables las carencias. Son claros también los contrastes entre los mismos pobres: unos sobreviven con muchas limitaciones; otros van saliendo, con su trabajo, e incluso como un buen fruto de sus sufrimientos en la migración.
PENSAR
El Papa Francisco nos advierte: “Nuestro tiempo se caracteriza por cambios y avances significativos en numerosos ámbitos, con importantes consecuencias para la vida de los hombres. Sin embargo, incluso habiendo reducido la pobreza, los logros alcanzados han contribuido a menudo a construir una economía de la exclusión y de la inequidad. Frente a la precariedad en la que viven la mayor parte de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, así como ante las fragilidades espirituales y morales de muchas personas, en particular los jóvenes, nos sentimos interpelados como comunidad cristiana”.
Y nos invita a conformarnos “a Aquel que se hizo pobre enriqueciéndonos con su pobreza. Esta pobreza amorosa es solidaridad, compartir y caridad, y se expresa en la sobriedad, en la búsqueda de la justicia y en la alegría de lo esencial, para alertar ante los ídolos materiales que ofuscan el verdadero sentido de la vida. No sirve una pobreza teórica, sino la pobreza que se aprende al tocar la carne de Cristo pobre, en los humildes, los pobres, los enfermos y los niños” (8-III-2014).
ACTUAR
Preguntémonos qué cosas concretas podemos hacer por tantos pobres con quienes convivimos a diario. Hay mamás que se desviven por sus hijos, abandonadas por el marido, con un esposo alcohólico o encarcelado, y podríamos apoyarles de alguna manera. Hay enfermos sin familia y sin recursos, a quienes podríamos ayudar, si no con un dinero que no tenemos, al menos con algún alimento, visitarles, escucharles, darles cariño y ofrecerles también nuestra oración. Algunos lo único que nos piden es que oremos por ellos.
Pero también hemos de insistir a nuestras autoridades que, en vez de tanta y tan cara publicidad que se hacen, inviertan más en programas efectivos contra la pobreza, sin crear dependencias malsanas y sin condicionar las ayudas a votos partidistas. Y quienes trabajan en instancias económicas nacionales o mundiales, que no los deshumanicen el dinero y sus ganancias desorbitadas, sino que se pongan la mano en el corazón y busquen mecanismos de cambios estructurales, para una mayor justicia.