Lecturas del miércoles, semana Santa, ciclo A

Pastoral: 
Litúrgica
Date: 
Mié, 2014-04-16

I. Contemplamos la Palabra

Lectura del libro de Isaías 50,4-9a

Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados. El Señor me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos. El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado. Tengo cerca a mi defensor, ¿quién pleiteará contra mí? Comparezcamos juntos. ¿Quién tiene algo contra mí? Que se me acerque. Mirad, el Señor me ayuda, ¿quién me condenará?

Sal 68, 8-10. 21-22. 31 y 33-34 R. Señor, que me escuche tu gran bondad el día de tu favor.

Por ti he aguantado afrentas,
la vergüenza cubrió mi rostro.
Soy un extraño para mis hermanos,
un extranjero para los hijos de mi madre;
porque me devora el celo de tu templo,
y las afrentas con que te afrentan caen sobre mí. R/.

La afrenta me destroza el corazón, y desfallezco.
Espero compasión, y no la hay;
consoladores, y no los encuentro.
En mi comida me echaron hiel,
para mi sed me dieron vinagre. R/.

Alabaré el nombre de Dios con cantos,
proclamaré su grandeza con acción de gracias.
Miradlo, los humildes, y alegraos,
buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.
Que el Señor escucha a sus pobres,
no desprecia a sus cautivos. R/.

Lectura del santo evangelio según san Mateo 26, 14-25

En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso: - «¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego?» Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo. El primer día de los Ázimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: - «¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?» Él contestó: - «ld a la ciudad, a casa de Fulano, y decidle: "El Maestro dice: Mi momento está cerca; deseo celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos."» Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua. Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Mientras comían dijo: - «Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar.» Ellos, consternados, se pusieron a preguntarle uno tras otro: - «¿Soy yo acaso, Señor?» Él respondió: - «El que ha mojado en la misma fuente que yo, ése me va a entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él; pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del hombre!; más le valdría no haber nacido.» Entonces preguntó judas, el que lo iba a entregar: - «¿Soy yo acaso, Maestro?» Él respondió: - «Tú lo has dicho.»

II. Compartimos la Palabra

Cada mañana, El despierta mi oído

Este tercer canto del siervo, en el que la iglesia ha visto prefigurada la pasión de Jesús, empieza invitándonos a escuchar, Dios mismo nos despierta para que le escuchemos como discípulos. Y el oído y la palabra se asocian inmediatamente. De mi escucha como discípula ha de brotar una palabra de aliento y consuelo para el abatido.

“El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás. Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban...”. Parece que esta aceptación de la palabra lleva hacia la entrega de la vida, una entrega profundamente confiada en el Padre, pero no exenta de sufrimiento, como fue la entrega de Jesús.

La confianza en Dios es total, se repite varias veces en estos pocos versículos: “El Señor viene en mi ayuda…Está cerca el que me hace justicia… Sí, el Señor viene en mi ayuda” A lo largo de estos versículos esa confianza va creciendo, hasta llegar a un convencimiento total.

Quizá podamos concluir que este convencimiento del apoyo de Dios solo puede llegar a darse cuando estamos del todo metidos en esa entrega, cuando ya hemos dado el salto en el vacío, como lo dio Jesús.

Andaba buscando ocasión propicia para entregarlo

En el contexto de la cena Pascual, el antagonismo hacia Jesús llega hasta su propio círculo por medio de uno de sus discípulos, Judas.

Todo en este relato quiere resaltar el cumplimiento en Jesús de las profecías del Antiguo Testamento. En Zacarías, capítulo 11, el Señor es valorado en 30 monedas de plata. En el salmo 40 leemos “Hasta mi amigo íntimo en quién yo confiaba, el que compartía mi pan, me traiciona”. El evangelista nos está diciendo que Jesús es la palabra definitiva de Dios al mundo, que en él se cumplen todas las promesas de Dios a su pueblo.

Pero la entrega de Jesús no es el cumplimiento de un deseo del Padre (que hubiera decidido la muerte de su hijo) sino que es la plenitud del amor de Dios hacia nosotros. Jesús hace visible ese amor pleno de Dios por cada uno de sus hijos/as. En este sentido, Jesús es la culminación de sus promesas, no puede haber nada mayor que su amor.

Y el amor de Dios llevado a la plenitud chocaba y sigue chocando hoy con muchos obstáculos. Entra en un conflicto de muerte cada vez que la persona no es lo primero: antes que la ley, antes que el dinero, antes que el poder, antes que la propia imagen. Por eso, muchos otros siguen muriendo hoy de diversas maneras.

Pero este conflicto encuentra a Jesús dispuesto. El ya ha hecho su opción definitiva por el proyecto del Reino, ha escuchado permanentemente ese amor único del Padre hacia él y hacia cada hijo/a (“Cada mañana, él despierta mi oído para que yo escuche como un discípulo”), y ha decidido vivir en sintonía con El, pase lo que pase. La entrega de Jesús no fue improvisada, no fue un acto valiente de un momento, fue la culminación de un camino que hizo transparente para todos el amor de Dios Padre, aunque eso le costó la vida.

Impresiona ver la profundidad de la vida de Jesús, y también la de tantas personas, cristianas o no, que han sabido encontrar, ayer y hoy, el camino de esa entrega.

Hna. Lola Munilla O.P.
Congregación Romana de Santo Domingo