de Mario Espinosa Contreras
Obispo de Mazatlán
Nos proclama sabiamente el Documento de Aparecida que: “el Misterio Pascual de Jesús es el acto de obediencia y amor al Padre y de entrega por todos sus hermanos, mediante el cual el Mesías dona plenamente aquella vida que ofrecía en caminos y aldeas de Palestina. Por su sacrificio voluntario, el Cordero de Dios pone su vida ofrecida en las manos del Padre, quien lo hace salvación para nosotros” (Aparecida 143).
La vida nueva de Jesús, floración pascual, es la existencia siempre fiel y obsequiosa al plan del Padre, y la entrega amorosa de todo su ser en favor de sus hermanos; para nosotros correspondientemente es estar por el amor a Dios, cotidianamente renunciando al mal y a la corrupción, viviendo la salvación que nos regala la misericordia divina, que implica asumir nuestra misión en esta tierra con intensidad y decisión, en la perspectiva de la historia salvífica, y donando generosamente nuestra persona, en aras del bien, de nuestras familias y de todos aquellos que nos rodean, reflejando la alegría que nos concede la comunión con Dios y la fraternidad que construimos día a día.
Testimonios elocuentes de la vida nueva, han sido Juan XXIII y Juan Pablo II, ellos fieles al amor y a la voluntad divina, cumplieron con esmero ejemplar su misión en este mundo, se donaron en cabalidad por sus hermanos, anunciando con su experiencia personal y con su luminosa palabra, la alegría del amor infinito de Dios.
S.S. Juan XXIII, avizorando su final terreno escribió: “en la hora del adiós, o mejor, del hasta la vista, evoco también lo que más vale en la vida: Jesucristo bendito, su santa Iglesia, su Evangelio, y en el Evangelio sobre todo el Padre nuestro en el Espíritu y en el corazón de Jesús, y del Evangelio la verdad y la bondad, la bondad mansa y benigna, activa y paciente, invicta y victoriosa”. (Diario del alma, pág. 426). Él se prodigó en su respuesta generosa al Salvador y en reflejar la misericordia divina en la bondad de su personalidad; por ello se manifestaba lleno de alegría, grande en comprensión, con su mente y su corazón abiertos, sensible al acontecer y rumbo de la historia; profundamente respetuoso de los demás, hábil en el diálogo, siempre reconciliador y gestor de unidad, con gran capacidad de correr riesgos, por ello emprendió audazmente el Concilio Vaticano II. A México le dio como gestos de amor, el nombrar al primer Cardenal mexicano, en la persona de Don José Garibi Rivera, Arzobispo de Guadalajara, y al crear a 14 Diócesis mexicanas entre ellas Mazatlán, Tehuacán, Tlaxcala y Veracruz.
También nos ilumina S.S. Juan Pablo II, un hombre extraordinario, amante y contemplativo de Dios, infatigable misionero que alentó vigorosamente el anuncio universal del Evangelio; confortó la fe, la esperanza y la caridad de todos nosotros, con la santidad de su persona, con la riqueza de su humanismo, con su cercanía tan patente; con su luminoso pensamiento y sabía palabra, nos donó todo su ser y cumplió de forma eminente su ministerio petrino, de confirmar la fe de sus hermanos. Los mexicanos valoramos y agradecemos, el gran don de sus cinco visitas pastorales a nuestra patria, y el haber elevado al honor de los altares, a varios de nuestros mártires y santos.
El testimonio pascual de estos dos grandes Papas, es una lección que nos impulsa a nosotros a dar la vida por los demás, a no cansarnos por las adversidades y amarguras, a no desilusionarnos por las ingratitudes, sino que debemos permanecer constantes y entusiastas en nuestros deberes y responsabilidades, siendo conscientes que hay más alegría en dar que en recibir, y que no hay mayor nobleza que entregarnos y participar a los demás la novedad y el gozo de la vida gloriosa de Jesucristo.
Nos alienta también nuestro Santo Padre Francisco al proclamarnos que “Jesús ha resucitado: no para salir vencedor sobre quien le había rechazado, sino para confirmar que el amor de Dios es más fuerte que la muerte, que el perdón de Dios es más fuerte que cualquier pecado, y que vale la pena gastar la propia vida hasta el final, para dar testimonio de este inmenso don”. (Carta al periódico La Repubblica). Queridos hermanos vivamos todos la vida nueva, inspirándonos en Juan XXIII y Juan Pablo II.