de Eugenio Andrés Lira Rugarcía
Obispo Auxiliar de Puebla y Secretario General de la CEM
Misa Crismal y renovación de las promesas sacerdotales
Durante la Semana Santa, en la que recordamos, celebramos y actualizamos hasta dónde ha sido capaz de llegar Dios en su amor por nosotros, el Martes Santo o el Jueves Santo por la mañana, en todas las Catedrales del mundo se celebra la Misa en la que se bendicen los óleos santos y los sacerdotes renuevan las promesas que, como respuesta a la llamada amorosa de Dios, asumieron el día de su ordenación.
Benedicto XVI explicaba que los sacramentos significan que Dios viene a nuestro encuentro para conducirnos hacia Él: el agua, elemento básico y fundamental de la vida, es signo del acto por el que Dios nos hace cristianos en el bautismo; el pan remite al alimento para la vida cotidiana y el vino evoca la fiesta, la alegría de los redimidos; el aceite de oliva es alimento, medicina, embellece, prepara para la lucha y da vigor[1].
En Israel, los reyes y los sacerdotes eran ungidos con óleo, signo de la fuerza que procede de Dios y de la misión por Él confiada. Jesús, que por nuestra salvación ha sido ungido por el Padre[2], nos hace partícipes de su misión, anunciada por el profeta Isaías[3], con la que Él mismo se presenta a la comunidad: “El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor”. (Lc 4, 16-21).
Jesús, que “nos amó y nos purificó de nuestros pecados, por medio de su sangre, e hizo de nosotros un Reino sacerdotal para Dios”[4], nos une al Padre mediante los sacramentos y nos comunica la fuerza de su poder ¡Nos hace poderosos! Pero ¿en qué consiste este poder? Él lo revela plenamente en la Cruz: el verdadero poder es el amor, capaz de vencer al pecado, al mal y a la muerte, y de hacer triunfar la verdad, la libertad, la justicia, la bondad y la vida. Por eso, el Papa Francisco señala que la unción de Jesús es para los demás[5]. Así lo expresa el lenguaje popular, que desde la antigüedad unió la palabra griega “elaion”, aceite, con la palabra “eleos”, misericordia, para expresar la convicción de que la unción es para llevar la misericordia de Dios a toda la gente, especialmente a la más necesitada.
Mediante el óleo de los catecúmenos, Dios dispone al catecúmeno a recibir el sacramento del bautismo, por el que llega a ser hijo adoptivo del Padre. El crisma, con el que es ungido el bautizado y el confirmado, es signo de la bondad de Dios que nos comunica su Espíritu, para que demos testimonio de Cristo. Con el crisma, son ungidos el presbítero y el obispo, para convertirse en presencia y prolongación de la vida y de la acción de Jesús, Sumo y eterno Sacerdote. En el óleo de los enfermos, el Señor se hace cercano a quien padece, para brindarle la certeza de su amor bondadoso que consuela, fortalece, sana y da la esperanza de la curación definitiva: la resurrección.
De esto deben ser testigos todos los bautizados, especialmente los sacerdotes, llamados a ser, en la comunión con Jesucristo, hombres de paz, fiados en el poder del amor[6]. Consciente de esto, san Juan Crisóstomo decía: “es necesario que el sacerdote sea vigilante… como aquél que no vive para sí solo, sino también para tan gran muchedumbre”[7].
Acompañemos a los sacerdotes con el afecto y la oración, para que la unción que han recibido llegue a todos, especialmente a los que sufren, a los enfermos, a los discapacitados, a los que son víctimas de la soledad, las injusticias, la pobreza, la migración y la violencia, comunicándoles el gozo del encuentro con Dios; la alegría de ser cristianos[8].
[1] Homilía en la Misa Crismal, Jueves Santo 1 de abril 2010.
[2] Cfr. Evangelio; Lc 4,16-21.
[3] Cfr. 1ª Lectura: Is 61, 1-3a. 6a. 8b-9.
[4].Cfr. 2ª Lectura: Ap 1, 4b-8.
[5] Homilía en la Misa Crismal, Jueves Santo 28 de marzo 2010.
[6] Homilía en la Misa Crismal, Jueves Santo 1 de abril 2010.
[7] Seis sermones sobre el sacerdocio, Libro III, La responsabilidad de la gracia sacerdotal, y Vigilancia y virtud.
[8] Cfr. PAPA FRANCISCO, Homilía en la Misa de la Pasión del Señor, 24 de marzo de 2013.