El repique de campanas de todas las Iglesias del mundo, que nos manifiesta la alegría de la resurrección de Cristo, es signo del júbilo de todos los cristianos que pregonamos la victoria de Cristo sobre la muerte.
¡Ha resucitado! Es la expresión que, desde los apóstoles hasta nuestros días, manifiesta el gozo por el triunfo de nuestro Redentor, pero esta no es una victoria que manifieste un triunfalismo intolerante, el triunfo de Cristo es liberador, sanante, nos ha liberado de la muerte, del pecado, de la tristeza, del pesimismo. La muerte ya no puede nada contra él (cf. Rm 6,9).
Esta victoria del resucitado, lo es también nuestra. Hoy es el día de la “Fiesta de la Vida”, porque nosotros también celebramos nuestra victoria sobre la muerte. “Yo vivo, y quien cree en mí, vivirá” (Jn 11,25), ha dicho Jesús.
La resurrección de Cristo es una realidad que cambia la vida de todo cristiano, y nos compromete a no permanecer inertes antes las necesidades de los hermanos. Debemos de salir a proclamar a todos los rincones de la tierra, con nuestro testimonio coherente y alegre, esta realidad que todavía muchos no conocen plenamente, y que ha hecho que su vida de fe se limite sólo a “momentos sacramentales”, sin que éstos transformen su vida y les haga crecer en la verdad que Cristo proclama.
La resurrección de Cristo es el fundamento de nuestra fe, es la fortaleza de nuestra esperanza y es el estímulo de nuestra caridad.
Debemos aspirar, como dice san Pablo, a los bienes de arriba. No limitemos nuestra vida a este mundo pasajero. Quienes creemos en Cristo, tenemos vida eterna.
Este tiempo pascual, es la principal fiesta para el mundo cristiano, es la fiesta que da el sentido pleno a nuestra vida de fe, a todas las acciones y celebraciones que realizamos a lo largo del año litúrgico. Es por esto que deseo invitar a todos los fieles y sacerdotes de nuestra Arquidiócesis para que no dejemos que, después de las intensas actividades de Cuaresma y Semana Santa, el ánimo decaiga y que nos dispongamos de corazón a celebrar la Gran Fiesta para la cual nos estuvimos preparando durante varias semanas.
De manera particular, esta Pascua, trae para nuestra Iglesia motivos de gran regocijo: el próximo domingo 27 de abril, domingo de la misericordia, estaremos celebrando la canonización de dos grandes hombres que entregaron su vida al servicio del pueblo de Dios: Juan XXIII y Juan Pablo II.
Del 9 al 20 de mayo, un servidor, junto a mis hermanos Obispos de la provincia, realizaremos la visita “Ad Limina Apostolorum”, en la que nos encontraremos con el sucesor de San Pedro para confirmar nuestra comunión fraterna y presentarle las diferentes realidades que vivimos en nuestras comunidades diocesanas.
El 31 de mayo, agradeceremos a Dios la valiosa intercesión de nuestra Madre y Patrona, la Virgen del Roble, celebrando los 50 años de la coronación pontificia de su bendita imagen.
Asimismo, la alegría pascual se prolongará hasta el 13 de junio, cuando se realice la ordenación episcopal de Mons. Alfonso Miranda y Mons. Armando Pérez, a quienes el Santo Padre Francisco ha nombrado obispos auxiliares de Monterrey.
No olvidemos, hermanas y hermanos, que nuestro cristianismo hemos de vivirlo siempre en la alegría; mientras peregrinamos en este mundo dejémonos conducir por la luz del Espíritu Santo, quien nos conducirá a nuestro destino final: la vida eterna.
Felices fiestas pascuales.