I. Contemplamos la Palabra
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 7, 51-59
En aquellos días, Esteban decía al pueblo, a los ancianos y a los escribas; -«¡Duros de cerviz, incircuncisos de corazón y de oídos! Siempre resistís al Espíritu Santo, lo mismo que vuestros padres. ¿Hubo un profeta que vuestros padres no persiguieran? Ellos mataron a los que anunciaban la venida del justo, y ahora vosotros lo habéis traicionado y asesinado; recibisteis la Ley por mediación de ángeles, y no la habéis observado.» Oyendo estas palabras, se recomían por dentro y rechinaban los dientes de rabia. Esteban, lleno de Espíritu Santo, fijó la mirada en el cielo, vio la gloria de Dios, y a jesús de pie a la derecha de Dios, y dijo: -«Veo el cielo abierto y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios.» Dando un grito estentóreo, se taparon los oídos; y, como un solo hombre, se abalanzaron sobre él, lo empujaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo. Los testigos, dejando sus capas a los pies de un joven llamado Saulo, se pusieron también a apedrear a Esteban, que repetía esta invocación: - «Señor Jesús, recibe mi espíritu.» Luego, cayendo de rodillas, lanzó un grito: - «Señor, no les tengas en cuenta este pecado.» Y, con estas palabras, expiró. Saulo aprobaba la ejecución.
Sal 30. 3cd-4. 6ab y 7b y 8a. 17 y 21 ab R. A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu
Sé la roca de mi refugio,
un baluarte donde me salve,
tú que eres mi roca y mi baluarte;
por tu nombre dirígeme y guíame. R/.
A tus manos encomiendo mi espíritu:
tú, el Dios leal, me librarás;
yo confío en el Señor.
Tu misericordia sea mi gozo y mi alegría. R/.
Haz brillar tu rostro sobre tu siervo,
sálvame por tu misericordia.
En el asilo de tu presencia los escondes
de las conjuras humanas. R/.
Lectura del santo evangelio según san Juan 6, 30-35
En aquel tiempo, dijo la gente a Jesús: - «¿Y qué signo vemos que haces tú, para que creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: "Les dio a comer pan del cielo."» Jesús les replicó: - «Os aseguro que no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo.» Entonces le dijeron: - «Señor, danos siempre de este pan.» Jesús les contestó: - «Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed.»
II. Compartimos la Palabra
«Oyendo sus palabras se recomían por dentro y rechinaban los dientes de rabia»
Nadie es profeta en su tierra. Los profetas molestan. No nos gusta que nos digan aquello que no queremos oír. Nuestras seguridades nos traicionan, nos hacen orgullosos y nos vacían de humildad. En el fondo de nuestro corazón, sabemos, conocemos nuestras debilidades y errores y oírlas, saberlas descubiertas, nos hace frágiles y nos asusta. En respuesta, cerramos nuestros oídos, callamos nuestras bocas y endurecemos nuestro corazón y nos atrincheramos tras la letra de la ley, las normas, observaciones, preceptos, ritos y cumplimientos porque así nos sentimos protegidos. Nos resistimos a la fuerza del Espíritu. Nos resistimos a mirar al cielo, como Esteban, y encontrar allí la fuerza para reconocer, para aceptar, para cambiar… para resucitar.
«Yo soy el pan de vida»
El auditorio de Jesús es de gente sencilla, a ras de tierra. Quieren pruebas concretas. Piden «signos». No salen de su horizonte habitual: trabajar, comer para vivir. Pero Jesús busca despertar en ellos, a partir de sus necesidades materiales, aspiraciones más altas.
Ellos hablan de pan ordinario. Es el que les preocupa, no entendían la vida sin él. Jesús les habla del Pan que baja del cielo y da vida al mundo. El Pan de Dios. Nuestro único alimento es el que viene de Dios. Y Jesús es ese Pan. Y comer el pan del cielo es creer en Jesús, hacerlo parte de nuestro ser más íntimo, de lo más profundo; comerlo y aceptar su camino y sus formas. Éste es el alimento verdadero que sustenta a la persona, que da un rumbo a la vida, y que trae vida nueva. Encontrarse con él es empezar a vivir. Verdaderamente, Jesús habla de otra vida.
Dña. María Teresa Fernández Baviera, OP
Fraternidad Laical Dominicana deTorrent (Valencia)