La familia, lugar privilegiado para acoger a Dios y al prójimo

TIMONEL 4 DE MAYO 2014

Queridos lectores y amigos del Semanario Mar Adentro, reciban todos un cordial saludo en Jesucristo Resucitado y sigamos en el empeño de enriquecernos con la vida nueva de la Resurrección.

LA FAMILIA, LUGAR PRIVILEGIADO PARA ACOGER A DIOS Y AL PROJIMO

El hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios, para vivir y convivir con Él. Ni el ateísmo, ni el agnosticismo, ni la indiferencia religiosa son situaciones naturales del hombre ni pueden tampoco ser situaciones definitivas para una sociedad. Los hombres estamos re-ligados esencialmente a Dios, como una casa lo está respecto al arquitecto que la construyó. Las dolorosas consecuencias de nuestros pecados pueden oscurecer este horizonte, pero, más pronto o más tarde, añoramos la casa y el amor del Padre del Cielo. Nos ocurre como al hijo pródigo de la parábola: no dejó de ser hijo cuando marchó de la casa de su padre y, por eso, a pesar de todos sus extravíos, terminó sintiendo un anhelo irresistible de volver. De hecho, todos los hombres sienten siempre la nostalgia de Dios y tienen la misma experiencia que san Agustín, aunque no sean capaces de expresarla con la misma fuerza y belleza que él: «Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón no descansará, hasta que descanse en Ti» (Confesiones, 1,1).

Consciente de esta realidad, la familia cristiana sitúa a Dios en el horizonte de la vida de sus hijos desde los primeros momentos de su existencia consciente. Es un ambiente que ellos respiran e incorporan. Esto les ayuda a descubrir y acoger a Dios, a Jesucristo, al Espíritu Santo y a la Iglesia. Con plena coherencia, ya desde el primer momento de su nacimiento, los padres piden a la Iglesia el Bautismo para ellos y les llevan con gozo a recibir las aguas bautismales. Luego, les acompañan en la preparación a la Primera Comunión y a la Confirmación y les inscriben en la catequesis parroquial y buscan para ellos la escuela que mejor les eduque en la religión católica.

Sin embargo, la verdadera educación cristiana de los hijos no se limita a incluir a Dios entre las cosas importantes de su vida, sino que sitúa a Dios en el centro de esa vida, de modo que todas demás actividades y realidades: la inteligencia, el sentimiento, la libertad, el trabajo, el descanso, el dolor, la enfermedad, las alegrías, los bienes materiales, la cultura, en una palabra: todo, estén modelados y regidos por el amor a Dios. Los hijos tienen que habituarse a pensar antes de cada acción u omisión: «¿qué quiere Dios que haga o deje de hacer ahora?» Jesucristo confirmó la fe y convicción de los fieles de la Antigua Alianza, sobre el que consideraban como «el gran mandamiento», cuando respondió al doctor de la Ley que «el primer mandamiento es éste: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas» (cf. Mc 12,28; Lc 10,25; Mt 22,36s).

Esta educación en la centralidad del amor a Dios la realizan los padres, sobre todo, a través de las realidades de la vida diaria: rezando en familia en las comidas, fomentando en los hijos la gratitud a Dios por los dones recibidos, acudiendo a Él en los momentos de dolor en cualquiera de sus formas, participando en la misa dominical con ellos, acompañándoles a recibir el sacramento de la Reconciliación, etc.

La pregunta del doctor de Ley sólo incluía «cuál es el primer mandamiento». Pero Jesús, al responderle, añadió: el segundo es semejante a éste: «amarás al prójimo como a ti mismo». El amor, pues, al prójimo es «su mandamiento» y «el distintivo» de sus discípulos. Como concluía San Juan con fina sicología: «Si no amamos al prójimo a quien vemos ¿cómo vamos a amar a Dios a quien no vemos?» (1 Jn 4,20).

Estimadas familias, ayuden a sus hijos a descubrir al prójimo, especialmente al necesitado, y a realizar pequeños pero constantes servicios: compartir con sus hermanos los juguetes y regalos, ayudar a los que son más pequeños, dar limosna al pobre de la calle, visitar a los familiares enfermos, acompañar a los abuelos y prestarles pequeños servicios, aceptar a las personas haciéndoles pasar por alto y perdonar las pequeñas limitaciones y ofensas de cada día, etc. Estas cosas, repetidas una y otra vez, configuran la mentalidad y crean hábitos buenos, para afrontar la vida del « prejuicio» mediante el amor a los demás, y hacerles así capaces de crear una sociedad nueva.

NIÑAS Y NIÑOS SOLO JESUCRISTO ES CAPAZ DE DESARROLLAR TODAS NUESTRAS POTENCIALIDADES HUMANAS

El 30 de abril se ha celebrado el Día del Niño, en el marco de esta celebración quiero saludar y felicitar a todas las niñas y a todos los niños de la Arquidiócesis de Acapulco. En esta celebración tan especial para la sociedad y la Iglesia, les expreso mi amor, afecto, cariño y cercanía. Ustedes ocupan un lugar importante en el corazón de la Iglesia, de la Arquidiócesis y del Obispo. En especial me dirijo a las niñas y los niños que han sido víctimas de la inseguridad y la violencia, de la pobreza y la marginación. No están solos cuentan con mi apoyo incondicional, con la cercanía de toda la Iglesia, y sobre todo con la ayuda de Dios que nunca nos abandona.

En estos días en que celebramos la Pascua, el triunfo de Jesucristo sobre el pecado, el mal y la muerte, Dios nos recuerda a través de su Palabra que estamos llamados a una vida más plena y humana. Y la plenitud de la vida es fruto del encuentro Jesucristo. Solo Jesucristo es capaz de desarrollar todas nuestras potencialidades humanas. Por lo tanto, los discípulos del resucitado estamos llamados a ser testigos de ello. En efecto, estamos llamados a ser instrumentos del bien, heraldos del perdón, portadores de la alegría, servidores de la unidad. Amando siempre a todos y haciendo el bien sin distinciones.

Niñas y Niños los invito a que hagan el esfuerzo de integrarse a sus comunidades parroquiales, participen junto con sus papás en las celebraciones de la Misa los domingos, asistan a la catequesis los días sábados, formen parte de algún grupo o comunidad de niños o adolescentes. En el tiempo de verano en varias parroquias de la Arquidiócesis se realizan retiros, convivencias, campamentos, encuentros deportivos. En la Iglesia encontraran un ambiente adecuado para su formación integral, un espacio donde encontrar y hacer amigos, para la oración, el silencio y sobre todo para servir a otros niños y niñas. MUCHAS FELICIDADES, QUERIDOS NIÑAS Y NIÑOS.

Con mi oración, cariño y bendición.
En Cristo, nuestra paz