La familia, esperanza para la Iglesia y la sociedad en México

de Francisco Moreno Barrón
Obispo de Tlaxcala

Con motivo del Día Internacional de la Familia, el 15 de mayo, comparto algunas de las consideraciones que hemos hecho los obispos, buscando que las familias mexicanas ocupen el lugar que les corresponde en la Iglesia y en la sociedad.

Profundizando en la realidad de la familia en México, buscamos acercar esa realidad a la verdad y asumir una actitud pastoral de cercanía, diálogo y misericordia con todas las personas. Por una parte, constatamos que la familia es la institución más importante en la vida social de los mexicanos y, por otra, reconocemos que se está dando un proceso de cambio en las llamadas estructuras familiares, entre las cuales, la que más bienestar aporta a la población en nuestra sociedad democrática, es la estructura formada por el esposo, la esposa y sus hijos, lo cual se demuestra históricamente y en los hechos.

Nos alientan las luces o valores de nuestras familias, entre los que podemos señalar: su unidad y pertenencia, la solidaridad y generosidad, el sentido de la fiesta y su dedicación al trabajo, la hospitalidad y la alegría, el gran valor de su fe y confianza en Dios y el entusiasmo apostólico de muchas de ellas. Todo esto es una enorme contribución en relaciones y recursos que la familia aporta a la Iglesia y a la sociedad. Pero también observamos que estos valores han sido impactados por los cambios que se van dando y que hacen surgir sombras o circunstancias difíciles o dolorosas en la misma familia como, por ejemplo: el creciente número de uniones libres, padres solos, divorcios, abandono de los hijos, violencia intrafamiliar y social, una sexualidad vivida al margen del amor y la fecundidad, pobreza, trato injusto a la mujer que trabaja, trata de personas, el fenómeno de la migración, el alcoholismo o las drogas. Todo esto propicia la desintegración familiar, con un alto costo humano y social.

Como el mismo Jesús, la Iglesia anhela decir a cada familia: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa” (Lc 19, 9). Él invita a cada familia a ser iglesia doméstica, pequeña comunidad de vida y amor, en donde se haga realidad el proyecto original de Dios para el matrimonio y la familia (Mt 19, 4-6). Él mismo, que integró una familia con San José y la Virgen María (Lc 2, 40-52), enseña y conduce a las familias a vivir el amor y la comunión, y las envía como sus testigos en medio del mundo, nutriéndolas con los sacramentos, especialmente la Eucaristía, y con el pan de la Palabra. Toda la Sagrada Escritura es una revelación de las características del ser y la misión de la familia; es la fuente segura de su identidad. Invitamos a todos a conocerla y dejarse conducir por ella. No tengamos miedo de abrir nuestra libertad al proyecto original de Dios, que creó al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza, diferentes para complementarse, y les concedió la bendición de la fecundidad.

Vivimos en medio de cambios rápidos y pareciera que éstos son los que orientan el ser y la misión de la familia. Pero, ¿No sería ahora el momento de preguntarnos si corresponde a la familia cristiana ser el factor decisivo que oriente esos cambios? El presupuesto necesario para este cambio profundo es la conversión personal y pastoral al Evangelio del matrimonio, la familia y la vida.

La familia está llamada a ser un reflejo del amor y de la vida trinitaria en Dios y, desde esta convicción, la reconocemos como la esperanza para la Iglesia y la sociedad en México. Ella no puede seguir siendo tan sólo un objeto de la acción de la Iglesia y de la sociedad, sino, sobre todo, ha de ser sujeto activo y protagonista de la evangelización y del desarrollo social en todas sus dimensiones. Esto es el centro de su ser y de la misión que Dios le encomienda hoy: ¡Es el tiempo de la familia! El futuro de la evangelización, como de la humanidad misma, depende mucho de ella. Por eso, haciendo nuestros el amor y la confianza de San Juan Pablo II en la familia le decimos: ¡Familia, cree en lo que eres! ¡Familia, sé lo que eres!

En la familia es muy importante la presencia del padre y de la madre: los hijos, fruto y signo visible de su amor, necesitan a ambos para forjar sanamente su personalidad, integrando armoniosamente sus diversas áreas. Esto requiere la estabilidad y la corresponsabilidad en el matrimonio. Invitamos a los esposos a luchar por ser fieles a su amor en un sí humano que se abre al sí incondicional de Dios, para sostenerse y madurar aun en los momentos difíciles. El matrimonio del que nace la familia, asumido y elevado por Cristo a la dignidad de sacramento, es signo de su entrega amorosa por todos nosotros. Invitamos especialmente a los jóvenes a no tener miedo a la vida matrimonial y familiar, y al compromiso maduro de un amor que es capaz de entregarse en la fidelidad para toda la vida. Ahí está el camino de su verdadera felicidad, de la que Dios es custodio y garante.

La familia se apoya subsidiariamente en la escuela formal en donde los maestros tienen la mayor cercanía con los niños, adolescentes y jóvenes. ¿Cómo lograr que la escuela sea una verdadera extensión del hogar? Ella no puede pretender sustituir a los padres en su misión educadora y, a su vez, es necesario que los padres apoyen también a los maestros en su labor docente. La misma Iglesia tiene conciencia de su vocación de acompañar a los papás en la educación en la fe de sus hijos. En resumen: familia, escuela e Iglesia, así como el Estado y otras instituciones de carácter social, deben colaborar entre sí para la realización de la tarea educativa.

¿Y cómo lograr que los medios de comunicación social ayuden a la familia a experimentar la verdad y la belleza de un amor estable, responsable y abierto a la vida? Reconocemos en estos medios la capacidad de apoyar a la familia y de fortalecer su identidad, pero también de perturbarla y hacerle dudar del ser y misión que Dios le confió. Invitamos a quienes sirven a la comunidad a través de ellos a tomar su responsabilidad ante Dios y la sociedad, respecto al matrimonio y la familia, que es santuario de la vida.

El Papa Benedicto XVI, en su Visita Pastoral a México, tuvo palabras de reconocimiento y estímulo a la familia, comenzando por los niños, a quienes dijo: “Cada uno de ustedes es un regalo de Dios para México y para el mundo. Su familia, la Iglesia, la escuela y quienes tienen responsabilidad en la sociedad han de trabajar unidos para que ustedes puedan recibir como herencia un mundo mejor, sin envidias ni divisiones”; les aconsejó tener a Jesús como el mejor de sus amigos y a encontrarse con Él en la oración: “Los invito, pues, a rezar continuamente, también en casa; así experimentarán la alegría de hablar con Dios en familia”.

Manifestamos nuestra palabra de aliento a las familias que se mantienen fieles a su amor, que viven su vocación a la luz de la fe y que van encontrando en ella el sentido de su esfuerzo y de sus sufrimientos cotidianos. Así mismo, les manifestamos nuestra cercanía y solidaridad a tantas familias que se encuentran divididas o forzadas a la migración y a muchas más que padecen a causa de la pobreza, la corrupción, la violencia doméstica, el narcotráfico, la crisis de valores o la criminalidad. Nuestro compromiso pastoral nos impulsa a ir al encuentro de todos los matrimonios y familias en sus más variadas circunstancias. Con toda la Iglesia, queremos mostrarles el rostro misericordioso de Dios, manifestado en Cristo Jesús, y compartir su dolor, en la fe, la esperanza y el amor.

¡Familia, sé lo que eres! De tu ser mismo se desprende tu misión. Y tu primera obra misionera es ser educadora. Tú eres la primera escuela en donde la persona se abre a la vida y donde se forja el hombre y el futuro de la Iglesia y de la sociedad. Tú eres la primera que transmite a las nuevas generaciones la alegría de creer en Dios; la que enseña el “abc” del amor de Dios y del amor humano que se transforman en valores y virtudes para la vida cotidiana. Eres escuela de paz; tú enseñas el camino de la paz mediante la justicia basada en la reconciliación y el perdón. ¡Familia, toda la Nación mexicana necesita de ti!

Admiramos la grandeza de la vocación y misión que has recibido de Dios. Queremos animarte a vivirlas, impulsarte a realizarlas y llamar a todas las demás instituciones, religiosas y civiles, a ayudarte a ser lo que Dios quiere que seas, y a consolidarte, promoviendo todo aquello que necesitas para cumplir tu misión, y evitando lo que pueda perturbarte, dañarte o hacerte sufrir. Te invitamos a creer en el proyecto de Dios, a madurar en tu fe, y a experimentar la alegría de educar y transmitir esa fe como discípula misionera de Cristo.

Como obispos, reafirmamos nuestro compromiso permanente con la familia: ¡Basta! a toda destrucción de nuestras familias. Nos comprometemos a atender esmeradamente a la familia desde nuestro ministerio. Con toda la fuerza de la Nueva Evangelización, llamamos a nuestros sacerdotes, a los consagrados y a los laicos a establecer un compromiso firme y audaz por anunciar, celebrar y servir el Evangelio del matrimonio, de la familia y de la vida en un espíritu de comunión.

Confiamos a la maternal intercesión de la Virgen de Guadalupe el cuidado y protección de todas las familias mexicanas.

Tlaxcala, Tlax., mayo 14 de 2014

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