V Domingo de Pascua, ciclo A

Papa: 
Francisco

Queridos hermanos y hermanas,

hoy la Lectura de los Hechos de los Apóstoles nos hace ver que también en la Iglesia de los orígenes emergen las primeras tensiones y primeros desacuerdos. En la vida, los conflictos están, el problema es cómo se afrontan. Hasta el momento la unidad de la comunidad cristiana había sido favorecida por la pertenencia a una única etnia y cultura, la judía. Pero cuando el cristianismo, que por deseo de Jesús es destinado a todos los pueblos, se abre al ámbito cultural griego, y comienza a faltar esta homogeneidad, surgen las primeras dificultades. Comienza el descontento, hay quejas, corren voces de favoritismo y disparidad de trato. Esto sucede también en nuestras parroquias. La ayuda de las comunidades a las personas necesitadas -viudas, huérfanos y pobres en general-, parece privilegiar a los cristianos de origen judío respecto a los otros.

Entonces, delante de este conflicto, los apóstoles se encargan de la situación: convocan una reunión también con los discípulos, discuten juntos la cuestión. Todos. ¡Los problemas, de hecho, no se resuelven fingiendo que no existen! Y es bello este encuentro contundente entre pastores y los otros fieles. Se llega por tanto a una subdivisión de las tareas. Los apóstoles hacen una propuesta que viene acogida por todos: ellos se dedicarán a la oración y al ministerio de la Palabra, mientras que siete hombres, los diáconos, proveerán al servicio de los comedores para los pobres. Estos siete no son elegidos por ser expertos, sino por ser hombres honestos y de buena reputación, llenos de Espíritu Santo y de sabiduría; y están constituidos en su servicio mediante la imposición de las manos por parte de las apóstoles. Y así, de ese descontento, de esas quejas, de esas voces de favoritismo, de disparidad en el trato, se llega a una solución. Confrontándose, discutiendo y rezando, así se resuelven los conflictos en la Iglesia. Confrontándose, discutiendo y rezando. Con la seguridad que el chismorreo, las envididas, los celos no podrán nunca llevarnos a la concordia, a la armonía o a la paz. Ha sido ahí también el Espíritu Santo a coronar este acuerdo y esto nos hace entender que cuando dejamos al Espíritu Santo la guía, él nos lleva a la armonía, a la unidad y al respeto de los distintos dones y talentos. ¿Habéis entendido bien? Nada de chismorreo, nada de envidias, nada de celos. ¿Entendido?

La Virgen María nos ayude a ser dóciles al Espíritu Santo, para que sepamos estimarnos unos a otros y converger siempre más profundamente en la fe y en la caridad, teniendo el corazón abierto a las necesidades de los hermanos.