La Iglesia Católica, Apostólica y Romana fundada por el -Divino Redentor- tiene dos fiestas gemelas: El Jueves Santo y el Jueves de Corpus. Cada una de ellas tiene su matiz particular. El Jueves Santo celebramos la institución de la Eucaristía, en la que nos deja su Cuerpo y Sangre como alimento y quiere que lo comamos. Y en la fiesta del -Corpus- se recalca y se nos invita a adorar la presencia viva y real del -Divino Redentor- y la comunidad llena de fe y gratitud le rinde en forma especial su homenaje de adoración. Porque el Señor Jesús está en ese pan consagrado como alimento salvífico y cristificante de nuestra vida espiritual. El jueves Santo instituye la Eucaristía y en ella celebramos en forma incruenta, es decir sin derramamiento de sangre, el sacrificio del Divino Redentor que se llevó a cabo en la cruz, en la que derramó su sangre hasta morir por nosotros. En la cruz fue algo palpable y sensible, en la celebración Eucarística en forma trascendental, que está más allá del alcance natural de los sentidos, por eso es objeto de fe y de misterio incomprensible, a los ojos humanos.
LA EUCARISTIA ES EL GRAN SACRAMENTO DEL AMOR DEL DIVINO REDENTOR
Jesucristo es la gran revelación histórica del amor de Dios Padre al hombre. Nos lo envió como muestra de su amor, para que tuviéramos vida en abundancia. Y su presencia misteriosa en la Eucaristía, prueba ese amor que tuvo su cumplimiento en la cruz. Pero que continúa hasta el fin del mundo. La Eucaristía además de ser una prueba divina del amor de Cristo, es un medio de vivir el amor fraterno, pedido por Cristo en la Ultima Cena. “Les doy un mandamiento nuevo, que se amen los unos a los otros como Yo los he amado” Y la señal por la que los conocerán que son mis discípulos, será en que se aman unos a otros. Esta Caridad o amor cristiano, se distingue profundamente de la simple filantropía del humanismo pagano, de la benevolencia de las grandes religiones no cristianas porque el verdadero amor cristiano tiene como centro y fuente a Jesús. No olvide que la Eucaristía y el amor fraterno van indisolublemente unidos. La celebración de la Misa debe ser la expresión de nuestro amor caridad real, a los prójimos y ha de promovernos y ayudarnos a un encuentro caritativo con los demás. Caridad fraterna no son puras actitudes afectivas, puras palabras, ni sentimientos, sino obras. Esta caridad cristiana es el principio activo de la vida espiritual y arroja de nuestro corazón la madeja de resentimientos y rompe las resistencias de nuestro egoísmo. El amor cristiano está por encima de cualquier otro bien. Sí no tenemos esta clase de amor, no participamos plenamente en la Eucaristía. Recuerde las enseñanzas de Jesús: “Si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete a reconciliar con tu hermano, entonces vuelve a presentar tu ofrenda” (Mt. 5, 23). Es triste y lamentable que haya una numerosa asistencia de fieles en la Eucaristía, pero fuera del templo, el amor fraterno no se nota por ningún lado. Y Jesús nos mandó: “Sean perfectos, como Su Padre Celestial es perfecto”. Ciertamente no se trata de imitar la perfección metafísica de Dios, que trasciende nuestra condición de criaturas; se trata de imitar la perfección moral del amor de Dios: “Que hace salir su sol, sobre los buenos y los malos”; o sea aquella inmensa benevolencia hacia los demás. Hay que imitar la perfección -Caridad- que se nos ha revelado en la encarnación y en la Cruz. Es un amor caridad que se da. El amor de Dios a nosotros es gratuito e ilimitado y es la regla, con la que hemos de medir nuestro amor al prójimo traducido en obras.
SACRAMENTO DE UNIDAD
La Iglesia Cristiana Católica fundada por Jesucristo no celebra la Eucaristía por iniciativa propia; sino por mandato Divino. Siendo la Misa el máximo don de Cristo a su Iglesia, en la que dejó su presencia misteriosa de su cuerpo y de su sangre, para dar vida eterna a sus fieles. Por eso la Eucaristía es fuente de santificación. Esta, consiste en participar de una manera cada vez más plena y perfecta de la vida divina, que se nos comunica a través de los Sacramentos, principalmente por el más digno que es la Eucaristía, en la que se nos da El mismo como alimento para la vida espiritual. Pero a diferencia del alimento material, no somos nosotros lo que asimilamos a Cristo, sino es El quien nos diviniza y transforma en sí mismo. Por la Eucaristía el cristiano alcanza su máxima cristificación, en la que consiste la santidad. La unión Eucarística, nos asocia de una manera misteriosa pero muy real a la vida íntima de la Santísima Trinidad. La celebración de la Eucaristía nos toma fuertemente de la mano y nos introduce en el misterio de la unidad trinitaria. Pero además mantiene unidos a todos los cristianos para formar una Asamblea o Comunidad de fieles hijos de Dios. Y aunque sea uno el pan, y los cristianos seamos muchos los que participamos en la Eucaristía, formamos un sólo cuerpo, porque comemos del mismo pan. Palabras de San Pablo, que fue quien puso en forma relevante esta unidad fraternal, producida y alimentada por la Misa, que une a todos en una sola familia que es la Iglesia. Y aunque haya división religiosa, la Eucaristía y la misma Iglesia Católica, son signo de unidad de todo el género humano, ya que todos tenemos el mismo destino de salvación al que hemos sido llamados, como que somos hijos de Dios. No olvide pues, que la Eucaristía (Misa) es el Sacramento del amor Fraterno, que es el distintivo de los verdaderos discípulos de Jesús. La Misa debe ser la expresión de nuestro amor real a los hermanos y debe promovernos hacia el encuentro caritativo con el prójimo. Y si no practicamos ese amor al prójimo estamos falsificando la celebración Eucarística, que es Centro y Fuente de la vida auténticamente cristiana. Ojalá que no minimicemos la realidad misteriosa de este Sacramento. No debemos sólo adorar la presencia real y substancial de Cristo en la Eucaristía, sino que nuestra fe nos pide y exige celebrar y vivir este misterio Sacramental, según el mandamiento de Jesús, que incluye el amor fraterno manifestado en obras. En torno a la Mesa del Banquete Divino, fomentemos y desarrollemos el amor fraternal que nos une como Cuerpo Místico de Cristo, del que todos somos miembros unidos por el amor. No olvide que la Misa es una acción eficaz que nos compromete a vivirla en toda su eficacia a quienes participamos en ella. Que es el Sacramento más adorable, porque contiene la presencia viva de Nuestro Salvador. El mismo afirma su presencia y no nos engaña. Es el más deseable, porque es nuestro alimento vital que nos asegura y da vida eterna. Como vitamina espiritual nos fortalece, para luchar, resistir y vencer al mal. Si no tomamos esta vitamina, nuestra vida espiritual sufre de anemia y caeremos vencidos por el mal. Comulgue con frecuencia, tome esta vitamina cada veinticuatro horas y estará listo para la lucha. Si se comulga con frecuencia, crece la fuerza, la gracia y la amistad con la divinidad. El Médico Divino, nos invita a tomar esta vitamina con la promesa y garantía de tener como fruto la vida eterna. Reflexione que si compramos medicinas que nos recetan, aunque sean muy caras, con la promesa del médico de que nos aliviaremos, sin garantizarnos que no vamos a morir, con mayor razón -Comulgue- con esta garantía del ¡Médico Divino! Y como la Samaritana le pidió el agua que quita la sed para siempre, también nosotros imitemos el ejemplo de los hombres de aquellos tiempos y digámosle: ¡Señor danos de ese pan! Que es pan, de los panes. Mantenga su corazón, con apetito por el pan que da vida eterna.