Lecturas del martes, 12ª semana del tiempo ordinario, ciclo A

Pastoral: 
Litúrgica
Date: 
Mar, 2014-06-24

I. Contemplamos la Palabra

Lectura del libro de Isaías 49, 1-6

Escuchadme, islas; atended, pueblos lejanos:
Estaba yo en el vientre, y el Señor me llamó; en las entrañas maternas, y pronunció mi nombre. Hizo de mi boca una espada afilada, me escondió en la sombra de su mano; me hizo flecha bruñida, me guardó en su aljaba y me dijo: «Tú eres mi siervo, de quien estoy orgulloso.» Mientras yo pensaba: «En vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas», en realidad mi derecho lo llevaba el Señor, mi salario lo tenla mi Dios. Y ahora habla el Señor, que desde el vientre me formó siervo suyo, para que le trajese a Jacob, para que le reuniese a Israel -tanto me honró el Señor, y mi Dios fue mi fuerza-: «Es poco que seas mi siervo y restablezcas las tribus de Jacob y conviertas a los supervivientes de Israel; te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra.»

Sal 138, 1-3. 13-14. 15 R. Te doy gracias, porque me has escogido portentosamente.

Señor, tú me sondeas
y me conoces; me conoces
cuando me siento o me levanto,
de lejos penetras mis pensamientos;
distingues mi camino y mi descanso,
todas mis sendas te son familiares. R.
Tú has creado mis entrañas,
me has tejido en el seno materno.
Te doy gracias, porque me has escogido portentosamente,
porque son admirables tus obras;
conocías hasta el fondo de mi alma. R.
No desconocías mis huesos,
cuando, en lo oculto, me iba formando,
y entretejiendo en lo profundo de la tierra. R.

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 13, 22-26

En aquellos días, dijo Pablo:
-«Dios nombró rey a David, de quien hizo esta alabanza: "Encontré a David, hijo de Jesé, hombre conforme a mi corazón, que cumplirá todos mis preceptos." Según lo prometido, Dios sacó de su descendencia un salvador para Israel: Jesús. Antes de que llegara, Juan predicó a todo Israel un bautismo de conversión; y, cuando estaba para acabar su vida, decía: "Yo no soy quien pensáis; viene uno detrás de mí a quien no merezco desatarle las sandalias." Hermanos, descendientes de Abrahán y todos los que teméis a Dios:
A vosotros se os ha enviado este mensaje de salvación.»

Lectura del santo evangelio según san Lucas 1, 57-66. 80

A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y la felicitaban.
A los ocho días fueron a circuncidar al niño, y lo llamaban Zacarías, como a su padre. La madre intervino diciendo:
-«¡ No! Se va a llamar Juan. »
Le replicaron:
-«Ninguno de tus parientes se llama así.»
Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre.» Todos se quedaron extrañados.
Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios.
Los vecinos quedaron sobrecogidos, y corrió la noticia por toda la montaña de Judea. Y todos los que lo oían reflexionaban diciendo:
-«¿Qué va a ser este niño?»
Porque la mano del Señor estaba con él.
El niño iba creciendo, y su carácter se afianzaba; vivió en el desierto hasta que se presentó a Israel.

II. Compartimos la Palabra

«¡Oídme islas! ¡Atendedme pueblos lejanos! ¡Yahvé, desde el seno materno me llamó!»

Así comienza este segundo cántico del Siervo de Yahvé, del libro de Isaías. Esta figura bíblica del siervo que se aplica a todos los personajes significativos y determinantes en la historia de Israel, elegidos particularmente por Dios, cuya misión está en función de servir al pueblo elegido, se aplicará especialmente a Juan Bautista, como precursor, y en su plenitud a Jesús.
El Siervo de Dios, elegido y mimado desde el seno materno, al tiempo de ser un personaje concreto elegido por Dios para testigo de su Gloria, es también prototipo del Pueblo de Israel como «luz de las gentes, para que mi salvación alcance hasta los confines de la tierra». Como elegido, conoce su vocación de servicio al pueblo de Dios, para ser ejemplo y conciencia del amor gratuito de Dios y llamada permanente a la conversión, lleno de paciencia y humildad. Capaz de ofrecer su vida y realizar por su sufrimiento el designio de Yahvé: justificar a todos los pecadores y ser salvación para todos los pueblos. Aceptando el sufrimiento y el sacrificio de la propia vida, hace manifiesta la gracia y la vida de Dios. La alianza de Yahvé con su pueblo se renueva en el Siervo de Dios, «destinado a ser alianza del pueblo y luz de las gentes, para abrir los ojos ciegos, para sacer del calabozo al preso, de la cárcel a los que viven en tinieblas».

«Juan decía: “yo no soy el que vosotros pensáis, sino mirad que viene detrás de mí aquel a quien no soy digno de desatar las sandalias de los pies”»

En la predicación de Pablo a los judíos de Jerusalén, la figura de Juan aparece como ejemplo de reconocimiento del Siervo de Yahvé ya predicho desde antiguo. Igual que Juan entendió su misión y su papel en los designios salvíficos de Dios, anunciando al salvador que viene detrás de él, también el Pueblo entero debe reconocer la salvación que llega por Jesús. Aquel profeta de Yahvé que Malaquías predijo que antecedería al Mesías, se ha hecho presente en Juan, como «profeta Elías, antes que llegue el Día de Yahvé, grande y terrible». Es el momento de la conversión, de volver el corazón al Dios de la Alianza, que se ha hecho presente en Jesús para salvación de todos. Jesús también acoge el mensaje de Juan, como una llamada. La invitación de Juan a la conversión es para Jesús una experiencia de revelación: le muestra la urgencia de restablecer las relaciones del hombre con Dios, cumpliendo la voluntad divina. Y por eso Jesús aceptará el bautismo de Juan, como un acto simbólico que trasmite la necesidad de convertirse y volver a Dios. Conversión que con Jesús tendrá un nuevo y más alto significado. No sólo hay que renunciar al pecado, a la lejanía de Dios, sino que Jesús nos enseñará que hay que hacer algo más, dar un paso adelante en el amor a los hermanos, como verdadero amor a Dios.

«Pues, ¿qué será este niño? Porque, en efecto, la mano del Señor estaba sobre él»

Lucas pone en paralelo los orígenes «proféticos» de Juan y de Jesús. Une sus destinos ya desde el vientre materno, cuando Juan se remueve con la visita de María a Isabel. El Ángel del Señor aparece como causa originaria de su concepción, porque el destino al que el Señor los tiene encomendados es un destino profético. Tanto el nombre de Jesús (como salvación de Yahvé) como el de Juan (Yahvé es favorable) son impuestos por el Ángel del Señor. Lucas se esfuerza en representar a Juan como precursor de la salvación que está por venir. Una salvación que en principio significará «cambio», «conversión», «arrepentimiento» y acercamiento al Señor. Son tiempos convulsos en los que el mensaje y el ejemplo de Juan el Bautista van a causar gran impacto.

Ya desde el principio del cristianismo, la figura de Juan ocupa un lugar relevante en la historia salvífica de Jesús. El mismo Señor recibe el bautismo de Juan. También Jesús predica como Juan la conversión, el volver la vida a Dios, ponerse del lado de su amor y su justicia. También Jesús asume el bautismo de Juan, ya no sólo como metanoia o purificación, sino como cambio de vida, como renovación de la vida del pecado para vivir en la vida de Dios.

Se anuncia de nuevo la acción de Dios en la historia. «Juan Bautista bautiza con agua, pero el más Grande, Aquel que bautizará con el Espíritu Santo y con el fuego, está al llegar.» La fuerza profética que Juan Bautista transmite desde el principio del cristianismo es este despojarse de todo lo viejo, abrirse al hombre nuevo, al mensaje de salvación de Jesús, libres de cargas y ataduras, para poder vivir la gozosa alegría de anunciar la Buena Noticia que es Jesús.

D. Oscar Salazar, O.P.
Fraternidad San Martín de Porres (Madrid)