¡COMO LA SERPIENTE VIVIFICANTE DEL DESIERTO: CRISTO EN LA CRUZ!

¡TE ADORAMOS CRISTO Y TE BENDECIMOS PORQUE CON TU SANTA CRUZ REDIMISTE AL MUNDO Y A MI PECADOR, AMEN!

En aquel tiempo Jesús dijo a Nicodemo: “Así como levantó Moisés la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del Hombre, para que todo el que crea en El, tenga vida eterna”. (JN. III, 14-15) Palabras tomadas del interesante diálogo bautismal que Jesús sostuvo con el influyente Nicodemo, para recalcar la distinción existencial entre los “hijos de las tinieblas” y los “hijos de la luz”. Jesús es misterio de luz y de amor que se convierte en drama para aquellos que prefieren las tinieblas. Drama de fondo teológico, más que histórico. Estamos avanzando por el camino hacia la Pascua. Hoy es el cuarto Domingo de Cuaresma, tiempo litúrgicamente fuerte, en el que se nos invita, a no ser indolentes, e irresponsables ante el Misterio Pascual de Cristo. Se nos pide una conversión sincera y que tratemos de no ser creyentes teóricos o de fachada y que dejemos nuestra consciencia acomodaticia, el espíritu hedonista y no ser refractarios a la cruz de Cristo, que es el índice del amor salvífico de Dios para con el mundo. En la cruz se cifra la culminación del Misterio de la luz y de la regeneración de los hombres ante el Padre. Cristo es la luz y vida del mundo; plenitud de gracia divinizante y revelación del amor del Padre a la humanidad. Es el gran sacramento de salvación ofrecido por iniciativa Divina. Su oblación victimal en la cruz, es realizada en compensación del febril hedonismo pasional de los hombres. Su cruz es el árbol de salvación y trono de gloria y poder, desde donde ofrece su amor y su perdón a todos los hombres mordidos por el pecado, desde los mismos principios del género humano. La fecundidad del Misterio del Mesías en la cruz, fue anunciada en la serpiente vivificante del desierto.

Interesante comparación es la que hace Cristo de sí mismo, al afirmar que de la misma forma como Moisés levantó la serpiente de bronce en el desierto, durante la primera peregrinación pascual del Éxodo del Pueblo de Israel, así también será levantado en el árbol de la cruz el Hijo del Hombre, para que todo el que crea en El, tenga vida eterna. Recuerde que Dios había dado sentencia contra Aarón, que no entraría a la tierra prometida, por su rebelión en el incidente de las aguas de Meribá. Por lo mismo su muerte aconteció en el Monte Hor, alejado del pueblo y una vez que hubo entregado, sus vestiduras pontificales a su hijo Eleazar. Acontecimiento que sucedió teniendo por testigo a Moisés. Descendieron del monte, sin decir el lugar de su sepulcro. El pueblo al no ver a Aarón con ellos dedujo que había muerto y que le había sucedido su hijo, puesto que venía vestido con los hábitos sacerdotales. Después de este acontecimiento, Israel partió del monte Hor, hacia el Mar Rojo. El terreno es mísero, inhóspito y sin agua. Por lo mismo se comprende que el pueblo fatigado protestara, según era su costumbre, añorando siempre la abundancia de Egipto y despreciando el maná, como alimento de poco valor nutritivo. Dios en castigo les envió serpientes venenosas y a cuantos mordían se encontraban en situación de muerte. Reconociendo en ello un castigo, piden a Moisés que interceda por ellos a Yahvé, para que alejara las serpientes. Moisés intercedió y Yahvé le ordenó que hiciera una serpiente de bronce y que la pusiera sobre un asta, para que cuantos la miraran quedaran curados. Así lo hizo Moisés y cuando alguno era mordido por una serpiente, miraba a la serpiente de bronce y se curaba. Muchos quieren ver en este episodio un vestigio de ofiolatría o culto a las serpientes, como se tenía entre los orientales. Pero no se trata de eso; no hay en este pasaje bíblico, una atribución mágica a la serpiente de bronce levantada por Moisés por orden divina. Sino que se ve en ella un símbolo del poder curativo de Dios. Y así lo testifica el libro de la Sabiduría (4, 6-7) “El que se volvía a mirarla, no era curado por lo que veía, sino por Ti, Salvador de todos”. Y ahí mismo se le llama “Símbolo de Salvación”. Aquello ordenado por Dios a Moisés, no fue otra cosa que un tipo profético de las realidades salvíficas de la Nueva Pascua en la Plenitud de los tiempos. La imagen de la serpiente de bronce, es imagen de Cristo en la cruz. El mismo afirma este paralelismo aunque resulte extraño a nuestra mentalidad. Todo hombre, ha sido mordido por el pecado introducido en el mundo por la seducción de la gran serpiente, que es el demonio. Por esa mordedura estábamos condenados a muerte. Esta, es el salario del pecado. Pero Dios dispone un plan salvador análogo a la serpiente de bronce. Cristo será clavado en la cruz y levantado, para que quien lo mire y crea en El, se salve y tenga vida eterna.

El único requisito para salvarse es la fe concretizada en la vida. La fe es la oscuridad luminosa que nos hace penetrar un poco en el Misterio de Dios. Quienes cierren voluntariamente sus ojos a la luz de la fe, ellos mismo deciden su condenación eterna. Sin la fe, el mundo se convierte en un festín y en un sueño alegre del que se despertará angustiosa y dolorosamente; porque vivir sin Dios es ir a la destrucción. No viva anclado a lo material, no tema a la luz de la fe; sea siempre hijo de la luz. No olvide que la fe como iluminación divina regenerante, responsablemente aceptada y vivida con todas sus consecuencias, es un don salvífico incompatible con la condenación eterna. Si alguna vez es mordido por la serpiente del pecado, mire a Cristo y vuelva a El, mediante una sincera conversión ya que es sólo lo que desea. EL NO QUIERE LA MUERTE DEL PECADOR SINO QUE SE CONVIERTA Y VIVA. Pero el Divino Redentor crucificado sigue siendo para muchos, escándalo y locura. Ignoran que la salvación del hombre, está necesariamente ligada a la cruz. Porque en ella el Divino Redentor manifiesta con su obediencia heroica, hasta su muerte; su unidad con el Padre, que nos lo envió para nuestra salvación; y en ella revela con su sacrificio en la cruz, el amor del Padre, a la humanidad. Para salvarnos tenemos que ver y adorar a Cristo elevado sobre la cruz, que se convirtió en árbol de salvación; para todo ser humano sin ninguna distinción. Su muerte en la cruz es portadora de vida eterna. El fulgor del Misterio Pascual, no se agota con su muerte en la cruz. Esta, es el vislumbre de ese fulgor que resplandecerá, por toda la eternidad. El Divino Redentor, no condena; perdona. Es el hombre el que se condena a sí mismo, al rechazar la luz de la verdad que nos vino a traer y no cree en El. ¡Reflexionemos! Y la cruz, que para unos es insensatez, estupidez o alienación, para los creyentes católicos es: árbol de vida y testimonio del amor divino a la humanidad. Es nuestra bandera Cristiana. ¡Ríndanle homenajes de adoración!