de Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro
El evangelio de San Mateo nos presenta la narración sobre Jesús que dialoga con la mujer cananea y que nos enseña a tener una actitud de apertura hacia los demás a fin de acogerlos sin distinción ni reservas. Además Jesús pone como única condición para alcanzar la salvación, la fe. Toda oración será escuchada, no importa si la expresa un judío o un pagano.
En esta narración se resalta la fe constante y confiada de una mujer sin nombre y extranjera que arranca a Jesús una alabanza y, además, el don del pan de la salvación para los paganos.
Como reacción a esta oferta de salvación, Jesús encuentra la hostilidad de los dirigentes del pueblo judío a sus enseñanzas y, por otro, la acogida sincera de una mujer pagana. Por eso el pan de la salvación, sus enseñanzas y los signos que hace también son entregados a los paganos, quienes por su fe formarán parte del nuevo Israel.
Jesús se encuentra en territorio pagano, en la región de Tiro y Sidón, y allí se encuentra con esta mujer, recordada en el Antiguo Testamento como idolatra y enemigo de Israel. Un pueblo al cual se dirigía lo judíos de manera despectiva para referirse a todo pagano, por ello Jesús atenúa el calificativo hablado de “perritos”.
Impresiona la fe de la mujer que va con insistencia detrás de Jesús llamándole “Señor” e “Hijo de David”, títulos que evocan el misterio de su persona y que incluso a los discípulos les está costando reconocer. No le pide nada, solamente le señala que su hija “vive maltratada por un demonio”. Ella sabe que está acudiendo a alguien para quien es suficiente ver, compadecerse y actuar. Ante estos gritos llama la atención la actitud de los discípulos y la de Jesús quien parece desentenderse del caso y recuerda que su misión está restringida al pueblo de Israel, sin embargo ella no se da por vencida, su fe se sobrepone a cualquier resistencia.
Ante aquella mujer arrodillada, “obstinada”, Jesús cede y exclama: “¡Mujer, qué grande es tu fe!” y concede la salvación a su hija. Se trata de una salvación que queda abierta para cualquier persona que acuda con fe a Jesús, tú o yo.
Una mujer extranjera, pagana y sin nombre aparece hoy en el evangelio como modelo de fe fuerte, como ejemplo de súplica profunda y confiada, como prototipo de auténtica piedad. Su figura no puede dejaros impasibles.
Una invitación: a valorar el testimonio y la presencia de la mujer en nuestras comunidades. ¿Hasta qué punto nuestra comunidad parroquial reconoce y valora el servicio de la mujer en la Iglesia? ¿Que podríamos hacer? ¿Cómo incorporamos en nuestra comunidad a los emigrantes que llegan de otros lugares? ¿Consideramos que ellos nos evangelizan, como hizo la mujer cananea, modelo de fe?