El camino de la fe de María concluye en su asunción gloriosa

Celebramos la solemnidad de María Asumpta al cielo, fue llevada hasta donde llegó su Hijo, lo acompañó en todos los momentos de su Misterio Pascual y hoy la Iglesia festeja la llegada de la Madre de Dios y madre nuestra como dijera el Papa Pío XII en 1954: la Virgen Inmaculada… terminado el curso de su vida en la tierra, fue llevada a la gloria del cielo y elevada al trono por el Señor como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los señores y vencedor del pecado y de la muerte y de igual manera lo ratificó el Concilio Vaticano II en el espléndido documento LUZ DE LOS PUEBLOS #59.

Estamos en la alegría del evangelio valorando a la fiel discípula de Cristo, la que le hizo en su corazón un lugar para Dios y ahora Él le hace un lugar en la plenitud la gloria; cuando el discípulo hace espacio para el Señor éste le da el espacio reservado para el siervo fiel, para el discípulo generoso que se dejó modelar por la Palabra que hace nuevas todas las cosas. La vida del discípulo se hace más bella, más grata, más grande y más rica en los dones del Señor como lo hizo en María Madre de Dios.

Contemplar a nuestra Madre llevada en su totalidad a la gloria de su Hijo nos da la certeza del cumplimiento de las promesas del Evangelio, el discípulo después de la muerte no va al vacío o a la nada, sino va a donde llegó su Señor resucitado; y hoy lo celebramos cumplido en su Madre Asumpta. Lo cual nos alienta y alegra y nos hace cantar la fe que sustenta la esperanza de nuestra resurrección en Cristo, pues Dios nos espera en su seno trinitario.

La proclamación de la salvación en el género apocalíptico, primera lectura, contrasta la descripción simbólica de una sociedad monstruosa y deforme, con cientos de cabezas muchas veces invisibles, los llamados poderes fácticos, sociedad obsesionada por el tener y el poder, siempre predispuesta a devorar al débil y la vida que nace. Frente a ese monstruo de maldad la mujer indefensa, armada solo de la verdad y la inocencia, con el niño en brazos y dispuesta a servir a la vida y al amor contra todo tipo de egoísmo. Espléndida figura del momento histórico que vivimos.

Escena importante en esta solemnidad es también el abrazo de dos mujeres al servicio de la vida y de la salvación desde Dios; el diálogo generador de esperanza y alegría, dos discípulas que han sido conformadas al plan de Dios, colaboradoras del mundo nuevo, de una manera novedosa de ser del hombre: con la sencillez del Bautista y la plenitud humana de Cristo.

Ambas en la profunda alegría de la esperanza en las promesas de Dios, desde el corazón pobre que hace espacio para Dios, le creen al todopoderoso y experimentan ser amadas por el que todo lo puede; bienaventuradas porque escucharon la Palabra que da vida y esperanza y la pusieron en práctica.

Ahí está la discípula llegando a la plenitud, llevada a la totalidad, asumpta al cielo, la que es modelo de la Iglesia, se ve acogida por Dios Padre, la misma que fue acosada por el dragón del apocalipsis, se ve llena de gloria y perfección.

Lo proclamaremos en el inicio de la anáfora o prefacio: “porque hoy ha sido elevada al cielo la Virgen Madre de Dios, anticipo e imagen de la perfección que alcanzará tu Iglesia, garantía de todo consuelo y esperanza para tu pueblo, todavía peregrino en la tierra. Con razón no permitiste, Señor, que conociera la corrupción del sepulcro aquella que, de un modo inefable, dio vida en su seno y carne de su carne a tu Hijo autor de toda vida”.

La que optó por dar vida ha llegado a la plenitud de la existencia, lo cual nos lleva a alabar, bendecir, glorificar, dar gracias en la alegría del Evangelio.

Estupendo evangelio que me lleva a proclamar mi fe en este 13° aniversario de mi ordenación episcopal porque el todopoderoso ha hecho maravillas, me ha tomado en serio y me llamó a ser instrumento de comunión para la Iglesia, los últimos tres años en estas tierras sinaloenses. Me ayuda también a reconocer la fidelidad del que me llamó al ministerio ordenado solamente porque me ama y su amor no tiene fin. Reconozco en cada uno de ustedes hermanos en el bautismo, hermanos en el diaconado y presbiterado, hermanas de vida consagrada, la constante ayuda a mi debilidad; sin ustedes imposible cantar el gozo de este aniversario y poder ofrendar mi servicio episcopal en esta Iglesia particular que peregrina en la fe para llegar con María nuestra Madre llevados por Cristo a la gloria de Dios Padre.

Además nutro mi conciencia episcopal en el “ahora y aquí”, en el tiempo y en el espacio. Pues me corresponde animar nuestra diócesis de Culiacán para que se manifieste en dicho tiempo y espacio como iglesia católica: esta realidad diocesana tiene que revelar los rasgos de la iglesia apostólica; y aquí, en la geografía diocesana, tenga la identidad de iglesia local con su diversidad propia en el conjunto de las iglesias diocesanas del mundo entero son sus respectivas diversidades. La primera dimensión está asegurada por la sucesión apostólica y la segunda por la comunión con la Iglesia de Roma, en comunión con el Papa Francisco.

Dios bendiga abundantemente su generosidad y su paciencia para mi pastoreo entre ustedes. Muchas, muchas gracias a todos por su oración, su testimonio y presencia esta mañana, seamos juntos ofrenda grata al Señor que sigue haciendo maravillas entre nosotros.

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