de Enrique Díaz Díaz
Obispo Coadjutor de San Cristóbal de las Casas
18 Agosto
Ezequiel 24, 15-24: “Ezequiel servirá de señal: harán lo mismo que él ha hecho”, Deuteronomio 32: “Abandonaron a Dios que les dio la vida”, San Mateo 19, 16-22: “Si quieres ser perfecto, vende lo que tienes y tendrás un tesoro en el cielo”
La dura experiencia del profeta Ezequiel que pierde a su esposa y que no puede hacerle duelo, sirve de señal para que el pueblo de Israel comprenda su infidelidad y el gran amor que el Señor le tiene. El amor de Dios debía ser lo más importante. Pero ellos olvidan esta preponderancia de su Dios.
Quizás a nosotros nos pase lo mismo: hay en nuestra vida muchos anhelos e ilusiones. Decimos que tenemos ideales que queremos alcanzar y hasta hacemos ciertos propósitos, pero después descubrimos que tenemos el corazón atado a pequeñeces, a miserias, a pasiones y a la ambición. Desde propósitos sencillamente buenos: como la ecología, el bienestar corporal, la relación con las personas, hasta propósitos que nos llevarían a un compromiso mayor: vivir plenamente el evangelio, comprometernos en serio con los hermanos, seguir a Jesús. El ejemplo del joven del evangelio es muy real y muy actual.
También nosotros preguntamos qué es necesario para tener una plenitud de vida, pero también nosotros quisiéramos alcanzarlo con simples cumplimientos, con mediocridades, con irla pasando. La respuesta de Jesús nos descubre una entrega completa. No es simplemente ir cumpliendo mandamientos, que ya esto sería muy importante para nosotros, sino se trata de mirar el espíritu de esos mandamientos. No se trata simplemente de no robar, sino de compartir con los demás; no se trata de no matar, sino de dar vida; no se trata sencillamente de no cometer adulterio, sino de aprender el verdadero amor. Cristo siempre nos pide una entrega completa, así como Él la vivió. Se ilusiona con invitarnos a cada uno a compartir la construcción del Reino… pero para esto tenemos que tener el corazón libre. Y nuestro corazón se deja amarrar fácilmente por cuatro naderías: una pasión, el dinero, la ambición, el placer… y nos retiramos con la cabeza baja cuando no somos capaces de responder efectiva y comprometidamente a Jesús.
Hoy Jesús nos hace nuevamente esa invitación: dejar todo, mirar en cada pobre un hermano, escuchar su palabra y seguirlo. Ofrece la verdadera felicidad, la que no depende cosas externas, la que se asienta en lo profundo del corazón. ¿Qué le respondemos hoy a Jesús?