La vocación y misión de la Iglesia es la reconciliación

de Carlos Garfias Merlos
Arzobispo de Acapulco

Queridos lectores y amigos de Mar Adentro: les saludo con mucho cariño y les deseo que sigan unidos al Señor Jesús.

Son varios y profundos los conflictos sociales presentes en nuestro estado de Guerrero. Cada uno de ellos guarda diversas raíces, matices y consecuencias. Ante tal escenario, resulta necesario y urgente recorrer el camino de la reconciliación social. Un camino que resulta apremiante para sanar los efectos de la violencia y prevenirla.

¿En qué consiste la reconciliación social? En términos cristianos consiste en un camino de conversión personal y social. Y en este sentido comporta una autocrítica. Es el análisis serio sobre aquello que hemos hecho o dejado de hacer en la vida de las personas y de la sociedad, y las cuales han generado violencia, tensión confrontación y división. La reconciliación social implica renunciar a toda forma de violencia como medio para relacionarnos con los demás o espacio para la resolución de nuestros conflictos. La reconciliación social es asumir de forma constructiva la reparación del pasado, la reedificación siempre nueva del presente, y la preparación del futuro con esperanza.

La reconciliación tiene los siguientes componentes: Primero, exige la verdad. La verdad reconociendo la afectación personal y la conciencia de los derechos humanos violados, asumiendo la responsabilidad personal. Segundo, la reconciliación social favorece la justicia, como fundamento en donde se determinan las responsabilidades de los implicados y se promueve que las víctimas sean atendidas y acompañadas por la autoridad y la sociedad civil. La justicia acredita el orden moral y evita nuevos brotes de inseguridad y violencia. Tercero, la reconciliación social presupone el perdón. Perdonar o pedir perdón nos libera de muchos sentimientos perversos, que si no se sanan se convierten en hechos violentos. Perdonar o pedir perdón nos reconcilia con nosotros mismos y nos capacita para la apertura y la aceptación del otro. Y para los cristianos el perdonar o pedir perdón nos asemeja a Dios que siempre nos ama y perdona.

La vocación y la misión de la Iglesia es la reconciliación. Todos los bautizados somos ministros de la reconciliación. Por ello, invito a todos los cristianos a ser medios, signos y testigos de la reconciliación. Aprovechemos cada espacio o momento de nuestra vida para sembrar la semilla de la reconciliación y la paz. A los párrocos, los exhorto para que sus parroquias sean un espacio de reconciliación. Que toda persona se sienta acogida, acompañada y sanada de sus males. Y a toda la comunidad diocesana los animo a hacer una opción por las víctimas de las violencias. Las víctimas son sacramento de reconciliación. En la medida en que les pongamos en el centro de nuestra vida personal y social, alcanzaremos todos, la paz.

PERDÓN Y RECONCILIACIÓN EN LA FAMILIA

La familia, como toda comunidad humana, no está exenta de conflictos, tensiones, divisiones y violencia. Las relaciones interpersonales en nuestras familias se ven muchas veces amenazadas por una serie de factores que hacen cada vez más difícil vivir la comunión.

La comunión familiar puede ser conservada y perfeccionada sólo con un gran espíritu de sacrificio. Exige, en efecto, una pronta y generosa disponibilidad de todos y cada uno a la comprensión, a la tolerancia, al perdón, a la reconciliación. Ninguna familia ignora que el egoísmo, el desacuerdo, las tensiones, los conflictos atacan con violencia y a veces hieren mortalmente la propia comunión: de aquí las múltiples y variadas formas de división en la vida familiar. Pero al mismo tiempo, cada familia está llamada por el Dios de la paz a hacer la experiencia gozosa y renovadora de la «reconciliación», esto es, de la comunión reconstruida, de la unidad nuevamente encontrada. En particular la participación en el sacramento de la reconciliación y en el banquete del único Cuerpo de Cristo ofrece a la familia cristiana la gracia y la responsabilidad de superar toda división y caminar hacia la plena verdad de la comunión querida por Dios, respondiendo así al vivísimo deseo del Señor: que «todos sean uno» (Jn 17, 21) (Temas de Reflexión y Diálogo para el IV Encuentro Mundial de las Familias, Manila 2003)

Nuevamente invito a todas las familias cristianas a promover relaciones sanas y saludables. Recuerden que para ello es indispensable el camino de la reconciliación en actitudes, sentimientos, pensamientos, gestos y palabras de paz, así como el diálogo y la comunicación.

Con mi oración, cariño y bendición.

En Cristo, nuestra paz.