de Enrique Díaz Díaz
Obispo Coadjutor de San Cristóbal de las Casas
XXII Domingo Ordinario
Jeremías 20, 7-9: “Me has seducido, Señor”, Romanos 12, 1-2: “Ofrézcanse, como sacrificio vivo”, San Mateo 16, 21-27: “El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, que tome su cruz y me siga”
Cosas de carpinteros o de albañiles, según se le mire. La vieja ermita ya no resistía ni un momento más. Tan dañada estaba en su estructura, tan viejas las vigas y la techumbre, tan reducido el espacio que la decisión de demolerla y hacer una nueva fue muy bien acogida por toda la comunidad. La única condición y mayor preocupación es que “el templo nuevo” debía tener un espacio amplio y accesible donde se pudiera venerar, tocar y contemplar la bella imagen de Cristo Crucificado que desde tiempos antiguos tenía la comunidad y la custodiaba como su reliquia más preciosa. La imagen fue trasladada a una casa, se le encomendó a un lugareño y se comenzó la construcción. Cooperaciones y faenas, entusiasmo y alegría, fueron las notas de la construcción. Y se hizo un bello retablo con un nicho donde colocar la preciosa imagen. Llegó el día de la bendición. Con gran procesión, música y flores, fue llevada la imagen desde la casa hasta la nueva iglesia. Todo mundo emocionado, con las lágrimas a punto de brotar, la miraron pasar frente a ellos, aprovecharon la oportunidad para tocarla. Y cuando se estaba en el culmen y ya se quería colocarla, ¡oh sorpresa! ¡La imagen no cabía en el nicho! De una y otra forma intentaron introducirla, pero no hubo manera, ¡no cabía en el nicho! Las culpas iban y venían y las soluciones también. O se ampliaba el nicho o se recortaba parte de la cruz, “al cabo sólo era un pedacito”. Sin acuerdo, quedó por lo pronto, la imagen en una mesa con su mantel porque no cabía en el nicho.
Hoy le toca Pedro, pero también nos toca a nosotros: los criterios de Cristo no caben en la cabeza de Pedro; pero tampoco caben en nuestros esquemas de “mundanidad”, como dice el Papa Francisco. Nos sentimos fascinados y seducidos, como dice Jeremías, pero después no nos gusta afrontar las consecuencias de proclamar la palabra. Nos gusta seguir a Jesús, nos gusta escuchar su palabra y quedamos admirados y sorprendidos al contemplar su actuar, su misericordia y su poder. Nos gusta descubrir su bondad pero ¿cargar su cruz?, eso es otra cosa. Colgaremos cruces preciosas en nuestro pecho, adornaremos nuestras habitaciones con impactantes crucifijos, coronaremos nuestros cerros de enormes cruces y cada construcción tendrá su pequeña o grande cruz, pero ¿cargarnos la cruz de Jesús? Lo pensaremos dos veces. Nosotros igual que Pedro lo alabaremos y diremos que es el Mesías y el Hijo de Dios, pero ¿seguirle sus pasos? ¡Qué difícil!
No cabe la cruz en nuestra vida. El hombre moderno se hace un nicho donde quiere colocar a Jesús pero que no se salga de allí. Pero Jesús no cabe en los pobres moldes y esquemas en que nosotros lo hemos encerrado. Y como no queremos romper nuestro molde de “mundanidad”, tratamos de acomodar la cruz de Jesús a nuestros gustos y caprichos y lo primero que le reducimos es su cabezal, la parte superior, la que está dirigida a Dios. A Dios lo colocamos lejos de nuestra vida, sin renunciar a Él, pero sin que intervenga en nuestra vida. Seguimos nuestros caprichos y ajustamos las reglas a nuestro parecer. ¿La concepción de la vida? Le ponemos nuestras leyes e iniciará cuando nosotros digamos. Excluimos a Dios de la actividad diaria, de los negocios, de las relaciones… todo lo hacemos a nuestro gusto y a nuestro antojo. Nuestros pensamientos no son los de Dios. Y se quita a Dios de la vida para disfrutarla, para gozarla y romper con toda regla: alcohol, sexo, droga, desenfreno, trampas, corrupción, violencia… Después se acaba en el vacío, en el sin sentido de la vida que lleva, sobre todo a muchos jóvenes, a pensamientos suicidas y a actitudes destructivas. ¿Cómo se puede vivir sin Dios? Pero nosotros lo hemos expulsado de la vida porque “nuestros pensamientos, no son los pensamientos de Dios”.
La cruz de Jesús se encarna, enraíza y toma vida de la tierra. Tampoco nos gusta mucho esa parte inferior de su cruz y la adaptamos a nuestro parecer. Nos olvidamos que debemos estar en sintonía y armonía con la naturaleza y con el universo. Rompemos los esquemas y abusamos de la naturaleza, del agua, del aire, de los recursos naturales. La basura, la contaminación, el desperdicio, todo lo lanzamos en contra de nuestro mundo y lo asfixiamos con tal de aprovecharnos de él. Petróleo, minerales, bosques, plantas y animales son usados, abusados y dañados por nuestra ambición. No queremos límites, no queremos reglas y la naturaleza se rebela y se vuelve agresiva contra el hombre. Pero es el hombre quien primeramente ha degradado y deformado su casa natural. Y no somos conscientes, seguimos cortando esa parte inferior de la cruz, esa parte que nos sostiene y nos da vida. Pero queremos hacer la cruz a nuestro gusto. ¿Dónde podremos sostenernos?
Los brazos abiertos de amor y servicio de Jesús están clavados en su cruz, Él se ha hecho ofrenda y sacrificio vivo. Pero, según nuestros criterios, los brazos abiertos de la cruz nos estorban para el camino. Esos brazos son para encontrar al hermano, para sostenernos mutuamente, para enlazarnos en abrazo de amor. Pero los brazos de la cruz estorban a quien camina en el egoísmo y la ambición. Los cortamos y los hacemos a nuestro arbitrio. Preferimos la felicidad solitaria nacida de la injusticia, al ideal de Jesús de una vida de hermandad y compresión. Los asaltos, la mentira, los engaños, son cotidianos con tal de conseguir nuestros triunfos. No importa pisar al hermano, con tal de escalar unos peldaños más. Rompemos con el otro, lo ignoramos o lo discriminamos. No lo reconocemos como hermano, porque creemos que el compartir nos empobrecerá, cuando no hay mayor felicidad que el bien compartido.
¿Cabe la cruz en nuestros criterios mundanos y comerciales? Jesús sigue lanzando la invitación esperanzado en que tomemos con seriedad y con alegría su cruz. Nos provoca para que nos dejemos seducir por la verdad, por el amor y por la justicia. Cuando nos mira esclavizados y encerrados en nuestros nichos y criterios, pronuncia sus palabras: “¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero, si pierde su vida?”. Si no seguimos a Jesús, parecería que todo se nos vuelve en nuestra contra. Al haber roto con Dios, la vida pierde el sentido y vagamos sin rumbo; al haber destrozado la naturaleza, nos sentimos agredidos y como extraños en nuestro propio mundo; y al haber roto con los hermanos nos perdemos en nuestra soledad y egoísmo. ¿De qué ha servido nuestro esfuerzo sin nos encontramos en la peor de las infelicidades? El hombre sólo puede ser feliz cuando se encuentra en armonía con Dios, con la naturaleza y con los hermanos, parecería una pesada cruz, pero es una cruz que da vida y más si lo hacemos al estilo de Jesús: por amor, con amor y en el amor. ¿Cómo cargamos nuestra cruz? ¿Qué partes le hemos destrozado? También para nosotros son las palabras de Jesús: “Toma tu cruz y sígueme”, entonces encontraremos la verdadera felicidad. Sólo la cruz de Jesús da vida.
Señor Jesús, que cada día nos llamas con renovada esperanza para que dejando nuestros nichos de egoísmo carguemos tu cruz, concédenos la audacia y generosidad necesarias para vivir tus opciones y tus criterios de amor y de vida. Amén.