Si tu hermano te escucha, lo habrás salvado

de Eugenio Andrés Lira Rugarcía
Obispo Auxiliar de Puebla y Secretario General de la CEM

XXIII Domingo Ordinario, ciclo A

La película “El náufrago”[1], narra la aventura de un hombre que, después de un accidente aéreo, se convierte en el único sobreviviente en una isla deshabitada, donde experimenta la crudeza de la soledad; no había nadie que lo escuchara, nadie con quien hablar, nadie que le ayudara o le corrigiera si tomaba una decisión equivocada.

¡Gracias a Dios nunca estamos solos! El Padre, creador de todas las cosas, que siempre está con nosotros, nos ha rescatado del naufragio del pecado enviando a su Hijo, en quien nos libera de la soledad, del mal y de la muerte, y nos invita a ser sus colaboradores para rescatar a los náufragos del pecado que se han condenado a vivir en la soledad del egoísmo, corriendo el riesgo de instalarse en la tristeza eterna[2].

Por eso, el Señor nos dice, al igual que al profeta Ezequiel, que nos ha puesto de “atalaya”[3], es decir, como torre edificada en lugar alto para dar aviso de lo que se descubre. Normalmente todos queremos ser mejores. Sin embargo, padecemos lo que Luft e Ingham llaman, en su “ventana de Johari”, un “área ciega”[4]; una parte de nosotros mismos, frecuentemente errónea, que no alcanzamos a ver. Por eso nos es de gran ayuda que aquellos que sí pueden verla, nos corrijan.

“Quien ama a su prójimo no le causa daño”[5], dice san Pablo. Si descubrimos que el esposo, la esposa, los hijos, papá o mamá, los hermanos, los suegros, la nuera o el yerno, las cuñadas, la novia, el novio, los amigos y la gente que nos rodea está equivocando su camino y no le decimos nada, le hacemos daño. Y eso es señal de que no los amamos, al menos lo suficiente.

Claro está que al corregir debemos recordar que, como explica san Agustín: “El Señor nos advierte que no debemos… buscar lo que debemos reprender, sino ver lo que debemos corregir… con amor, no con deseo de hacer daño, sino con intención de corregir”[6]. Efectivamente, no se trata de andar buscando los defectos de la gente para echárselos en cara, sino de ayudar al que yerra, teniendo presente que, como decía san Juan Pablo II, no basta con decir la verdad; hay que decirla con caridad[7].

Y si después de varios intentos, vemos que la persona no se corrige, noendurezcamos el corazón ni desesperemos[8]; confiando en Jesús, que nos asegura que si nos ponemos de acuerdo para pedir algo el Padre del cielonos lo concederá, unámonos como Iglesia en la Eucaristía, donde Jesús está en medio de nosotros, y pidamos que esa “explosión del bien que vence al mal”, suscite “la cadena de transformaciones que poco a poco cambiarán el mundo”[9].


[1] Cast away, 20th Century Fox, Estados Unidos de América, 2000.

[2] Aclamación: 2Cor 5,19.

[3] Cfr. 1ª Lectura: Ez 33,7-9.

[4] Cfr. RULLA Luigi María, Psicología del Profundo y vocación. Las instituciones, Ed. Atenas, Madrid, 1985, p. 105.

[5] Cfr. 2ª Lectura: Rm 13,8-10.

[6] Sermones, 82,1,4.

[7] Cfr. Ut unum sint, 28 y 29.

[8] Cfr. Sal 94.

[9] BENEDICTO XVI, Homilía en la Misa de la XX Jornada Mundial de la Juventud, Colonia, 21 de agosto 2005.