de Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro
XXV Domingo del Tiempo Ordinario – Mt. 20, 1 – 16
Una parábola que nos presenta a unos trabajadores, quienes son contratados por un patrón a diversas horas del día y que refleja que los pensamientos de Dios están muy lejos de los nuestros ayudándonos a entender la lógica de Dios y su infinita misericordia.
El evangelio de hoy continúa con el anuncio del Reino: la novedad en las relaciones humanas se comprende desde la novedad en la relación de cada creyente con Dios.
La escena que describe era habitual ya que cada mañana muchos hombres, como hoy, esperaban ser contratados para trabajar a lo largo de la jornada y poder llevar a sus casas el sustento necesario para su familia. Varias veces sale en búsqueda y aun al final de la jornada sigue contratando, consciente de que ese trabajo iba a rendir muy poco. Al final sucede algo insólito para los que trabajaron toda la jornada: decide darles a todos los trabajadores el mismo salario.
Lo que deja el asunto claro es la repuesta del propietario, con dos preguntas rotundas: “¿No quedamos en un denario?, ¿no puedo hacer con lo mío lo que quiera?”.
El señor de la parábola representa a Dios y sale a diversas horas en busca de los jornaleros, de aquí el mensaje que podemos captar: Dios busca continuamente trabajadores para su viña. En su plan de salvación Dios quiere la ayuda de los hombres para llevar a cabo su obra, pero esta colaboración solidaria la quiere de todos, sin envidias y por amor.
La viña es el mundo entero y todos son invitados a trabajar en la esperanza de una recompensa segura. Dios nos recompensará igual a todos, ya que lo que Dios hace en esta parábola y siempre, no es injusticia contra nadie sino generosidad con los últimos. No es agravio sino bondad. El regalo hecho a los últimos provoca la envidia indignada de los primeros. Tenemos que alegrarnos cuando a los hermanos les va bien; por ello dice el Papa Francisco: “Alegrarse cuando otros se equivocan nos aleja de Dios”.
Una enseñanza que podemos destacar es que entre los miembros de una comunidad no podían considerarse más importantes los que desempeñan una tarea de responsabilidad y liderazgo o quienes eran especialmente activos en la evangelización, que otros “pequeños” que prestaban un servicio más discreto.
Estamos invitados a actualizar la parábola cada uno o en comunidad y leerla en el contexto particular de nuestra vida y de nuestra Iglesia, recordando que los últimos serán los primeros con un salario generoso.