PROFESOR RATZINGER HÁBLENOS  DE LA FELICIDAD

2012-03-22 L’Osservatore Romano
Raros y preciosos. Bastan dos adjetivos sencillos para resumir los escritos juveniles de Joseph Ratzinger que la editorial Messaggero y la  Facultad teológica del Trivéneto acaban de volver a publicar en el volumen «Salvezza cristiana e storia degli uomini. Joseph Ratzinger con Luigi Sartori tra i teologi triveneti» (Padua, 232  páginas). A cargo de Ermanno Roberto Tura y con el epílogo de Andrea Toniolo, el libro recuerda en particular dos encuentros primaverales que tuvieron lugar a mediados de los años Setenta en Roana (Vicenza) por invitación del Instituto de cultura cimbria, en los que participaron Luigi Sartori, uno de los padres de la teología  italiana, y —como docente— el profesor Joseph Ratzinger.  He aquí un texto del cardenal Ratzinger.

Creo que la historia del desarrollo de las palabras es como un espejo en el que se puede leer el progreso del pensamiento humano. El término  «felicidad» ha sustituido progresivamente, en el sentimiento y en el habla común del área teológica, al término clásico  «salvación». Eso ha implicado la pérdida del fuerte sentido cósmico  contenido en el concepto cristiano de salvación. Con el término  «salvación» se aludía a la salvación del mundo, dentro de la cual se realiza la salvación personal. En cambio, , ahora felicidad reduce el contenido de la salvación a una especie de bienestar individual, a una «cualidad» del vivir del hombre entendido como  individuo; en esta perspectiva el «mundo» ya no se considera por sí mismo y globalmente, sino sólo en función individualista.

Así se devalúa el contenido teológico de la salvación. En vez del término «felicidad» está utilizándose principalmente otro más afortunado: el término  «futuro». Este último, por decirlo así, rehabilita la intención profunda que se hallaba oculta en el término  «salvación». La «felicidad» se entendió cada vez más en sentido autónomo y opuesto respecto a  «salvar el alma».

Pero de este modo el hombre, sediento de placer, cerrado en el horizonte limitado de sus sueños inmediatos, ha comenzado a confrontarse con los demás, con los más afortunados y más felices que él. Al no poder soportar la presencia de otros hombres más felices que él, ha comenzado a soñar un futuro de igualdad para todos. El ideal burgués ya no basta, porque el hombre no puede quedar aislado él solo; tiene hambre de una felicidad total, más grande.

Regresa entonces la intención dirigida al mundo, a la salvación del mundo, en el sentido de llevar a cabo un cambio del mundo que ofrezca condiciones para una felicidad más plena para todos. El «futuro», por lo tanto, absorbe en su utopía lo que antes podía evocar de sentido y significado sea el  término «salvación» sea  el término «felicidad».

Futuro, esta es la nueva palabra: el marxismo hace hincapié en ella.

En cuanto a esta historia de  los términos, la teología debe confesar que se dejó implicar en el proceso de reducción, de caída, de pérdida de sentido en el genuino concepto bíblico de salvación. Doble reducción, también en teología: ante todo, privatización e interiorización de la salvación, que la reduce a problema de la pura y simple «salvación del alma»; y luego adaptación al modelo burgués, sentido individualista de la salvación.

El resultado es que hoy la verdadera respuesta de la fe se puede oscurecer en dos aspectos. Por una parte, la memoria «eucarística» del amor del Señor y de su promesa se cambia por una memoria «peligrosa» (Bloch), instrumento de una religión de la envidia. Por otra, el cristianismo se puede considerar como factor de mantenimiento de la situación actual del mundo, privilegiando a pequeños grupos poderosos.

Hoy, por lo demás, se escuchan voces de cansancio y de resignación también de personas que han patrocinado la superación del inmovilismo y la inserción radical en la «lucha por lo nuevo». El momento eufórico de la razón tecnológica de Occidente y de la razón revolucionaria de Oriente parece pasado. Se está produciendo una crisis de cansancio.

Es preciso reaccionar. La teología misma debe ayudar al hombre de hoy a encontrar posibilidades, las más profundas y verdaderas, de cambio del mundo.  Esta estrategia debe ser nueva en el sentido de que sea capaz de ensanchar y superar precisamente los círculos tanto de la racionalidad tecnológica occidental como de la racionalidad revolucionaria oriental. El hombre ya no se contenta con un suplemento, con una cantidad añadida de felicidad; ni con una simple distribución más equitativa de los bienes presentes. Pide algo total, algo verdaderamente nuevo, más profundo.

Por eso, para comprender y para responder a esta demanda radical del hombre, a su sed de felicidad,  lo primero que hay que hacer es tener la valentía de apelar a una  «razón total», es decir, a una razón que no sea sólo «productiva», que no tome la realidad como objeto, sino que esté también abierta a la escucha del «tú», del amor, incluso del amor eterno y de su fuerza transformadora. Despertar la razón, para que no se duerma en el dato, incluso el calculado y previsible.