Buscar que acabe la violencia y aumente la generosidad

de Enrique Díaz Díaz
Obispo Coadjutor de San Cristóbal de las Casas

20 Octubre
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Efesios 2, 1-10: “Nos dio la vida en Cristo y nos ha reservado un sitio en el cielo”, Salmo 99: “El Señor es nuestro dueño”, San Lucas 12, 13-21: “¿Para quién serán todos tus bienes?”

Hoy toca el Evangelio uno de los puntos más neurálgicos de la vida humana: la avidez de la riqueza. En medio de una crisis económica que hunde a los países pobres en más miseria y corrupción, se encuentran quienes también se dicen preocupados por la situación pero desde una cómoda situación de seguridad y ventajas. El problema se torna cada día más grave pues en lugar de disminuir las deudas o aumentar el empleo, se hace la situación más angustiante.

No hace mucho que los obispos de México nos advertían que: “La desigualdad es el desafío más importante que enfrenta el país. La pobreza sigue siendo el principal problema que vulnera a la mayoría de los mexicanos y mexicanas. Según datos oficiales, que miden la pobreza en relación con el ingreso, la mitad de la población de nuestro país vive en situación de pobreza. 44 millones de personas viven en pobreza en México, y de ellas, 24 millones la padecen en su forma extrema. La pobreza priva a las personas de las condiciones de vida que les aseguren su derecho a una alimentación adecuada y a la satisfacción de las necesidades básicas. Atender su situación se plantea como una urgencia moralmente inaplazable, pues hablamos de derechos sociales básicos sin los cuales no se garantiza el derecho a una vida humana” Y hoy Cristo nos dice cuál es la raíz de todos esos problemas: “Eviten toda clase de avaricia, porque la vida del hombre no depende de la abundancia de los bienes que posea”.

Con un ejemplo, de aquel hombre que acumuló y hacía planes para el futuro cuando estaba a punto de terminar su vida, Cristo nos hace ver que la riqueza se queda en este mundo y que no se logra nada con ella para la vida eterna. Nos exhorta a no amontonar riquezas, sino a hacernos ricos delante de Dios. Nosotros hoy podemos mirar nuestro corazón y ver si lo tenemos libre de la ambición. Claro que es muy fácil decir que somos generosos y que estamos libres de ese pecado, pero examinémonos y veamos qué cosas concretas estamos haciendo para compartir en estos momentos.

Se dice que cuando hay pobreza aumenta la violencia, pero nosotros como cristianos tenemos que hacer que aumente la generosidad, la capacidad de organización, el construir entre todos, el compartir lo poco que tenemos. En esto nos da un gran ejemplo Jesús que compartió y dio su vida. ¿Cómo estoy compartiendo y cómo estoy dando vida?

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