de Enrique Díaz Díaz
Obispo Coadjutor de San Cristóbal de las Casas
23 Octubre
San Juan de Capistrano
Efesios 3, 14-21: “Que arraigados y cimentados en el amor, queden ustedes colmados con la plenitud misma de Dios”, Salmo 32: Dichoso el pueblo escogido por Dios”, San Lucas 12, 49-53: “No he venido a traer la paz; sino la división”
Si escuchamos atentamente el evangelio de este día, quizás nos queden algunas dudas y cuestionamientos sobre cuál sea el verdadero significado de fuego, de guerra o paz y de divisiones. Si tomamos también la primera lectura que nos ofrece hoy San Pablo cuando habla a los Efesios, se nos empezará a esclarecer por una parte la profundidad de este mensaje y por otra la radicalidad de la misión de Jesús. San Pablo nos hace la invitación a “comprender la anchura y la longitud, la altura y la profundidad del amor de Cristo y a experimentar ese amor que sobrepasa todo conocimiento humano”.
Quien entiende y vive el amor, puede comprender que no habrá indiferencia ante la presencia y el amor de Jesús. Es un fuego interior que aunque nosotros no queramos, tendremos que manifestar; es una radical decisión de vivirlo aunque nos lleve a situaciones difíciles; es una opción por seguir a Jesús que no admite componendas. Por eso, Jesús define su vida como un fuego que arrasa, que incendia. No soporta un mundo gélido e indiferente ante la situación que padecen los pequeños que sufren, que están adoloridos o que son despreciados. Es un fuego que no puede esconderse. Cuando se pretende hacerlo, aunque un momento pareciera desaparecer, vuelve a resurgir con mayor fuerza y vivacidad.
¿Nos dejaremos quemar y contagiar por ese amor ardiente de Jesús? ¡Qué diferente a la actitud apocada y tibia que manifestamos muchos de sus discípulos, como si el evangelio fuera una opción muy secundaria que pudiera esconderse o dejarse para otro tiempo. No, a Jesús no le importa que su amor le acarree contratiempos y acusaciones. No lo detiene el que sus propios parientes, para no comprometerse, digan que está loco. No se echa para atrás cuando sus más cercanos amigos parecen dejarlo solo. Y ¿nosotros? ¿Qué tan en serio nos tomamos su evangelio? Y nosotros ¿de qué somos capaces para vivir y difundir su envagelio?