de Oscar Armando Campos Contreras
Obispo de Tehuantepec
Tal parece que todos estamos convencidos, frente a los terribles hechos de violencia, repartidos en diferente medida del Sur al Norte de nuestro País, que la culpa está únicamente del lado contrario. Como en el juego infantil, nos basta gritar, desde cualquier tribuna, ¡pégale, pégale! Yo no fui...
Todos nos sentimos con buena conciencia, señalando como culpables directos o indirectos a grupos, instituciones, organizaciones, corporaciones, personas, movimientos... Sin duda, en todo, hay niveles de responsabilidad de los que se debe dar cuenta. Es bueno que la indignación nos haga tomar conciencia del mal que nos envuelve; pero, ¿la culpa está sólo del lado del adversario? Con facilidad vemos el mal en el ojo ajeno y nos cuesta aceptar que nuestro ojo también está dañado.
La violencia, que destroza el tejido social y la misma vida de familia, no es sino la pus de la grave enfermedad que hay en el interior de la persona, incapacitada ya para la generosidad, la bondad, el perdón, la misericordia, el diálogo, la honestidad, la justicia, la verdad. Incapacitada ya para valorar su propia vida y, en consecuencia, la vida de los demás. ¿Por qué nos asustamos si hemos dejado que la enfermedad crezca en torno a nosotros o en nosotros mismos?
¿Quiénes y cómo hemos alimentado esta enfermedad? ¡Yo no fui!... Mientras cada uno de nosotros no asumamos la responsabilidad, y la parte de culpa que nos toca por hacer el mal o por dejar de hacer el bien que nos corresponde, por complicidad o por indiferencia, la enfermedad seguirá creciendo.
Como en familia, ante un problema que afecta a todos, tenemos que ayudarnos mutuamente. ¡Que nadie esté como buitre esperando los despojos del país para quedar satisfecho! ¿Nos preocupa verdaderamente que los niños y niñas, que los jóvenes de hoy se desarrollen en un País que les ofrezca seguridad, justicia, honestidad, verdad, solidaridad? El País es de ellos y de todos nosotros. Nadie tiene toda la medicina para el cáncer de la violencia que ha crecido en el charco de la impunidad y la corrupción; que se seguirá extendiendo en la medida que jugamos a echarnos culpas sin asumir responsabilidades.
Por encima de los legítimos intereses particulares, ¿estarán dispuestos, los gobernantes, las autoridades de todos los niveles, las universidades, los sindicatos, los grupos y organizaciones civiles, los partidos políticos, los dirigentes sociales, los educadores, los empresarios, los medios de comunicación, las iglesias, las familias, y cada uno de nosotros a reconocer que el País es de todos? ¿O cada quien seguirá trabajando, aislada y egoístamente, por el País que conviene a sus propias ventajas?
Únicamente con el esfuerzo de todos podremos superar las causas, las condiciones, los ambientes y los mismos lenguajes, que alimentan odios personales, rencores sociales, resentimientos partidistas, ambiciones y frustraciones económicas, divisiones familiares, generando violencia y muerte. Sólo juntos construiremos un México con vida digna para todos.
Por amor a México, aportemos lo mejor de cada uno de nosotros. Por amor a México, ¡Colaboremos para reconstruir esta sociedad dañada! Por amor a México, ¡Busquemos la unidad!
No podemos continuar jugando perversamente al "Yo no fui, fue Teté..." México ha sido la casa de los padres y los abuelos. Tendrá que ser el hogar de los hijos y los nietos. Por amor a México, ¡Actuemos!