de Eugenio Andrés Lira Rugarcía
Hoy celebramos el día de la Organización de las Naciones Unidas, institución nacida en 1945, después del drama de la II Guerra Mundial.
Ya en el siglo XV, el fraile dominico Francisco de Vitoria, considerado precursor de la idea de las Naciones Unidas, decía que el fundamento de toda acción de los gobernantes es la “responsabilidad de proteger” a los gobernados.
Este es precisamente el objetivo de la Organización de las Naciones: promover, sobre la base de los derechos y los deberes innatos de toda persona, su dignidad y libertad, la paz, la justicia, el desarrollo, la asistencia humanitaria y la colaboración entre los pueblos de toda la tierra[1].
Por eso, el primer Papa en visitar la sede de esta Organización, el beato Paulo VI, afirmaba la necesidad de edificar la civilización moderna sobre aquellos principios espirituales, que provienen de Dios[2]. Sólo así será posible desarrollar la conciencia común entre los pueblos de ser una “familia de naciones”, como dijo en su discurso a este organismo san Juan Pablo II[3].
Para ello, es necesario que esta institución sepa beneficiarse de la disponibilidad de los creyentes a trabajar por el bien común.
El rechazo a esta contribución, que fomenta la comunión con el Absoluto y entre las personas, fragmentaría la unidad de la persona y provocaría actitudes individualistas, como advertía Benedicto XVI a la Asamblea de las Naciones Unidas[4].
Sólo la fraternidad universal, la correlación entre derechos y deberes y una acción conjunta, harán posible enfrentar los retos actuales de seguridad, desarrollo, reducción de las desigualdades locales y globales, y la protección del medioambiente.
Hagamos lo que nos corresponde y seamos constructores de paz en nuestra familia y en nuestra sociedad, actuando siempre con aquella justicia que no cambia.
[1] Cfr. Carta de las Naciones Unidas, art. 1.2-1.4.
[2] Cfr. Discurso a la Asamblea General de las Naciones Unidas, 4 de octubre de 1965, 15.
[3] Cfr. Discurso a la Asamblea General de las Naciones Unidas, 5 de octubre de 1995, 14.
[4] Cfr. Discurso a la Asamblea General de las Naciones Unidas, 18 de abril de 2018.