«Que no tiemble vuestro corazón»
Conmemoración de los Fieles Difuntos y la experiencia de la hermana muerte
Hoy la liturgia del domingo, el día del Señor, se reviste con la esperanza escatológica a la que nos enfrenta la muerte, la de nuestros antepasados y la nuestra. La escatología de la vida es una tensión esencial de nuestra fe cristiana.
Lectura (Lamentaciones 3,17-26): ¡Qué bueno (tob) esperar en Dios!
Muy probablemente las Lamentaciones no fueron escritas Iágrima a lágrima por Jeremías. El tema del templo destruido y le la nación subyugada, hizo nacer este pequeño libro de origen litúrgico, compuesto de cinco lamentaciones (en "acrósticos", con las letras del alfabeto hebreo), con el tema central de la caída de Jerusalén en el año 587 a.C. Después de la ruina de Jerusalén y de las cosas tristes que sucedieron con esta ocasión, los judíos trataron le comprender el significado religioso de la catástrofe. Ven las ruinas como un merecido castigo de Dios, y reafirman el amor a Yahvé para con su pueblo. Cuando los desterrados volvieron a su patria, en el año 530 a.C. muy posiblemente, se reunían para orar en común con estos lamentos. Después siguieron rezándolos cada año en la fecha que recordaba la catástrofe, y más tarde la Iglesia se acostumbró a proclamarlos en la Semana Santa, para recordar la muerte de Jesús. La tradición judía atribuía a Jeremías este poema, no tanto porque sea de él, sino porque el espíritu y el sentimiento de las lamentaciones son muy parecidos al estilo del profeta.
En tema del c. 3, del que se toma esta primera lectura, es de carácter personal. Sobresalen las expresiones que ponen de manifiesto el lamento que expresa la derrota personal del ser humano; para un creyente en Dios, en Yahvé, el silencio que se siente cuando las cosas no salen como uno esperaba. El diálogo con el "alma", con uno mismo, le lleva a recordar. Este recordar y hacer memoria es en Israel la clave teológica para recuperar lo perdido. Sin el recuerdo no se hace historia humana, ni la religión tendría sentido, Recordar (zkr) en la Biblia es todo un mundo de posibilidades por lo que el hombre vuelve a Dios, enumera sus gestas y sus intervenciones y espera que de nuevo Dios venga y actúe. El hombre que no recuerda no solamente es una persona sin historia, sino sin futuro. El recuerdo atrae el pasado y lo actualiza.
¿Qué recuerda el poeta-lamentador y orante?: "que el amor de Dios no acaba". El hesed (amor) y la ternura o compasión (rahain, que es como el seno materno) de Dios no pasan, no terminan. Por consiguiente ante la catástrofe, ante la muerte, tenemos que estar nosotros para experimentar que Dios ama y es tierno como una madre. Si la muerte nos llevara a la nada, entonces no tendría sentido el amor y la ternura de Dios. El poeta y orante, es posible que todavía no pudiera asomarse a una vida tras la muerte, porque Israel tardó tiempo en descubrirlo, pero aquí la "inspiración divina" de la oración va revelando la escatología de que no hemos nacido simplemente para morir. Porque morir es pasar a sentir, de verdad, el hesed y el raham de Dios. Por eso debemos "buscar" a Dios siempre, hasta en la muerte, porque quien lo busca encontrará lo que más ha anhelado en la vida: amar y ser amado. Todo eso lo trae a la memoria (zkr) el orante para esperar.
Lectura (Romanos 6,3-9): La vida nueva en Cristo
Se ha dicho que no hay teología más extraordinaria sobre el sentido y el significado del bautismo que este c. 6 de Romanos, aunque no todo sino 63-14. El texto de hoy sí está centrado en la experiencia de muerte que simboliza el bautismo. Morir, por el bautismo, el morir al hombre viejo, al hombre bajo la ley y el pecado, al hombre heredero de una antropología cultural y religiosa que le ha cegado el corazón y el alma; al hombre que ni siquiera la religión lo ha liberado de verdad de la muerte del pecado. Este hombre, en realidad todos los hombres, están llamados a una nueva vida en Cristo. Mientras caminamos en esta vida, el bautismo es el "sacramento" que nos adelanta este misterio escatológico. Porque se muere para resucitar. Se muere para ser "criatura nueva".
La primera destrucción del pecado es la muerte. Cuando se muere, el "poder" del pecado, que en Pablo es toda una magnitud mítica, deja de tener eficacia. Y es verdad, el pecado no cuenta ya en la muerte. Es como la magia encontrada por Dios para liberar a los suyos de esta potencia que los destruye. A partir de ese momento, de la muerte, todo es nuevo: el hombre es nuevo, la vida es nueva, la conciencia es nueva y el pecado ya no puede actuar. El pecado está unido al tiempo, y sin tiempo no es nada. Por eso la vida nueva es una vida eterna. La resurrección, pues, no es la victoria sobre la muerte, sino sobre el pecado que nos persigue y nos deshumaniza. La muerte es más humana de lo que pensamos y vivimos. La muerte es un parto que nos libera del tiempo y, consiguientemente, del poder dinámico del pecado en todos sus formas.
En el bautismo, el cristiano se muere para vivir resucitado; como todavía estamos en el tiempo, estaremos también bajo el pecado; pero en esperanza real apuntamos a la meta escatológica de la vida nueva, de la resurrección de Jesús, que se nos adelanta en nuestra propia existencia para experimentar lo que nos aguarda. El bautismo, en esa dimensión cristológica en que lo presenta Pablo, es estar bajo la fuerza de su muerte y de su resurrección. La muerte de Jesús es una victoria descomunal sobre el poder de este mundo. Morir "entregándose" es morir para vivir la vida nueva de la resurrección. Hay que saber morir así, todo lo demás no tendría sentido.
Evangelio (Juan 14,1-6): Yo soy el camino, la verdad y la vida
El evangelio de hoy de Juan, es uno de los discursos de revelación más densos de su obra. Está inserto en el testamento de Jesús a los discípulos en la última cena, que es un relato muy particular de este evangelista. Es un discurso de despedida. Aquella noche, entiende Juan, Jesús comunicó a los suyos las verdades más profundas de su vida, de su existencia y de su proexistencia (existir para los otros). Jesús se propone, se autorevela, como el camino que lleva a Dios; se presenta igual a Dios, igual al Dios que es Padre. El centro del mismo es la afirmación de Jesús como "camino, verdad y vida". Nos encontramos en uno de los momentos culminantes de la teología joánica a todos los efectos. Sabemos que Jesús de Nazaret no habló exactamente así; lo hizo de otra manera más sencilla o más directa. Pero la "escuela joánica" reinterpreta, de forma nueva, la experiencia fundamental de Jesús: yo os llevaré a Dios, os llevaré a la vida.
Ya sabemos que el camino es para andar y llegar a una meta; la vida es para vivirla, gustarla y disfrutarla; la verdad es para experimentarla como bondad frente a la mentira, que engendra desazón e infelicidad. En el mundo bíblico la verdad (emet) no es una idea, sino una realidad que se hace, se realiza, se lleva a la práctica. En el mundo de la filosofía helenista puede que la verdad sea algo más ideológico. Camino, verdad y vida, pues, son formas concretas que se viven, que se hacen, que se realizan. Estas son cosas que todos buscamos en nuestra historia: queremos caminos que nos lleven a la felicidad; amamos la verdad, porque la mentira es la negación del ser y de lo bueno; queremos vivir, no morir, vivir siempre, eternamente. No nos es suficiente tener una "biografía" del pasado y de nuestros hechos del pasado, por muy importante que haya sido ésta. La propuesta del Jesús joánica de ir y preparar una existencia nueva (las moradas) ponen estas afirmaciones teológicas en su auténtica clave escatológica. Es un aspecto decisivo de la religión cristiana.
Nadie puede llegar al Padre sino por Jesús ("por mi"). Los hombres buscan a Dios, necesitan a Dios; pero no a cualquier dios, sino el Padre. Jesús lo ha revelado de esa forma y en ello ha empeñado su palabra y su vida: esta es su verdad. San Juan, pues, está afirmando que no es posible experimentar a Dios sino por medio de Jesús. Este absolutismo joánico se explica porque en este momento de la cena, de la despedida, del testamento o última voluntad, Jesús está revelando todo en beneficio nuestro, en beneficio de los que “son de la verdad” (Jn 18,37) como dirá a Pilato en el momento de ser juzgado. Escuchar su voz es confiar en su palabra de vida.
A Jesús, lo propone el evangelio de Juan, con estos conceptos tan consistentes, como el que puede liberarnos en nuestra existencia agobiada, esquizofrénica. Podemos decir que esta alta teología joánica sobre quién es Jesús para la comunidad cristiana, es una propuesta de fe ("creed en mí"); pero no una propuesta de experiencias abstractas, sino de las realidades que buscamos siempre y en todas partes. Él es el camino que nos lleva a Dios como Padre, porque de otro forma hubiera seguido siendo un dios desconocido para nosotros. Jesús se atrevió más que nadie, y precisamente por ello es la verdad de nuestra existencia cristiana y la vida de nuestra experiencia de fe.
Fray Miguel de Burgos Núñez
Lector y Doctor en Teología. Licenciado en Sagrada Escritura