La muerte no es el termino de la vida

de Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla

Este día la palabra de Dios nos presenta tres lecturas para que, como nos dice la segunda lectura del apóstol San Pablo, no vivamos ignorando lo que pasa con los difuntos; para que no vivamos tristes por la ausencia de quienes amamos en vida; para que nosotros tengamos una esperanza firme. Este es el objetivo de celebrar a los fieles difuntos en esta Eucaristía. La Iglesia nos propone esta celebración para alentar y encender nuestra fe y entender ese paso de la muerte que, hoy dice el profeta Isaías en la primera lectura, es un velo que cubre el rostro de todos los pueblos, es un paño que obscurece todas las naciones.

Nadie había pasado el velo de la muerte y, regresar después de haberlo pasado para, volver a nosotros en esta misma vida terrestre; sólo Jesucristo es el único que ha venido de la muerte y nos da, entonces, un testimonio firme y seguro de lo que está detrás de ese velo que nos esconde el misterio del paso de la muerte. Por ello, es en Jesucristo donde ponemos nuestra esperanza, es en su palabra en la que nosotros confiamos. Vamos, entonces, a partir de las lecturas, a entender no solamente el recuerdo de la Resurrección de Jesucristo, sino también, cómo nosotros podemos crecer en esa confianza en Jesucristo para afrontar nuestra propia muerte y, también para, entender la muerte de todos nuestros seres queridos.

Dice el texto del profeta Isaías: “El Señor del universo preparará… un festín con platillos suculentos para todos los pueblos”. Jesucristo nos enseñó en sus parábolas, constantemente, que el reino de Dios se parece a un banquete en el que todos estamos invitados; prepara un festín, un suculento platillo para todos los pueblos. Y en el Evangelio de hoy, Jesucristo mismo, nos dice que él es ese Pan de la Vida. El pan como expresión del alimento sustancial que no falta en ningún banquete. El Pan de la Vida, dice Jesús, soy yo mismo. “El que come mi carne y bebe mi sangre… tendrá vida eternamente”.

Esta consideración del banquete nos hace pensar hacia el futuro, hacia ese paso que daremos el día de nuestra propia muerte; pero hoy la palabra de Dios nos dice que ese banquete, está ya a nuestro alcance, que ese banquete, es la Eucaristía. Por eso estamos aquí, por eso domingo a domingo, la comunidad cristiana se reúne en torno al altar que simboliza la presencia de Cristo; por eso ven ustedes que el altar tiene una dimensión de mesa, porque aquí se prepara hacia ese banquete eterno, hacia el compartir con Dios para toda la eternidad. La Eucaristía es, entonces, la presencia de Dios que nos ofrece en Jesucristo el pan de la vida para nutrir nuestra fe, porque son muchas las circunstancias que vamos viviendo que nos pueden hace decrecer nuestra fe, desalentarla, o incluso entrar en cierta duda o frustración, pensado qué habrá detrás de la muerte.

En la Eucaristía se nos da el alimento de la palabra de Dios, como la hemos escuchado hoy, se nos ofrece, también, la presencia sacramental de Cristo, es él el Camino, la Verdad y la Vida. Por eso es tan importante nuestra participación dominical en la Eucaristía. Quien viene y se alimenta de la palabra de Dios y del pan de la vida, tiene garantizada la fortaleza de esa fe que necesita para ver más allá del velo que cubre el futuro de nuestra eternidad. Es aquí en la Eucaristía donde nosotros nutrimos nuestra fe, es aquí donde nosotros encontramos que no estamos solos, no soy yo solo el que busca a Cristo, sino somos la comunidad cristiana, (que somos todos los que estamos aquí presentes) creyentes en las enseñanzas de Jesucristo. Es así como la Eucaristía, entonces, nos alimenta personalmente; pero al mismo tiempo, nos alimentamos unos con la presencia de los otros. Escuchando su palabra y participando del pan de la vida, nutrimos nuestro propio espíritu, y así, cada día que avanzamos, cada momento que nos acercamos más a ese paso definitivo, tendremos mayores fortalezas, mayores certezas desde la fe, ¡desde la fe! porque la fe ha sido alimentada. Este es el misterio, pues, que en Jesucristo nosotros asumimos y por ello lo seguimos, por eso somos cristianos, porque hemos creído en lo que él ha enseñado, hemos creído en su Resurrección; en el único ser humanos que, después de haber muerto, ha regresado a esta vida terrestre para decirle a sus discípulos lo que nos espera en el encuentro definitivo con Dios nuestro Padre. Por eso la Iglesia proclama: “la muerte, no es el termino de la vida, la muerte es el paso de esta vida a la vida eterna, la muerte es nuestro destino porque nos hace que nos encontremos con ese Padre misericordioso que nos ha creado, que nos da la mano, que nos acompaña siempre, que nos regala su espíritu, que nos fortalece en todo momento y que está pendiente de nosotros para auxiliarnos ante cualquier circunstancia adversa o gozosa, para expresar la alegría o para fortalecernos en la tristeza.

Por ello, releyendo la segunda lectura, podemos asumir lo que nos dice San Pablo: “Pues, si creemos que Jesús murió y resucitó, de igual manera debemos creer que, a los que murieron en Jesús, Dios los llevará con él, y así estaremos siempre con el Señor. Consuélense, pues, unos a otros, con estas palabras”.

Que así sea.

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