Homilía en la Misa de Juntos por México, 6 de diciembre de 2014

de Eugenio Andrés Lira Rugarcía
Obispo Auxiliar de Puebla y Secretario General de la CEM

Homilía en la Misa de “Juntos por México”
Antigua Basílica de Guadalupe, 6 de diciembre de 2014

Hermanas y hermanos.

Estamos en Adviento, tiempo que nos prepara para celebrar la gran y amorosa idea que tuvo Dios; hacerse uno de nosotros y entrar en el mundo que ha creado para restaurar el caos que provocamos al cometer el pecado original, con el que abrimos las puertas de la tierra al sufrimiento, al mal y a la muerte.

¡Éste es nuestro Dios! Un Dios que se acerca, se compromete y actúa para ofrecernos un futuro, como lo anuncia el profeta Isaías: “ya no llorarás, porque tus ojos verán a tu Maestro” (cfr. Is 30,19ss) ¡Él sana para siempre los corazones destrozados! (cfr. Sal 146).

Esta esperanza nos impulsa a comprometernos como Él en la construcción de un México donde la luz de la verdad, la equidad y la solidaridad hagan triunfar la justicia, la libertad y la vida.

A esto nos envía Jesús, como envió a los doce (cfr. Mt 9,35–10, 8). Él se compadece de las víctimas del egoísmo, la inequidad, la injusticia, la corrupción, la soledad y la indiferencia, y nos pide hacer algo para remediar sus males.

Ciertamente, la causa profunda de la situación que nos aqueja se encuentra en una grave crisis cultural que niega la verdad y olvida el valor de la vida, la dignidad, los derechos y los deberes de la persona, a la que reduce al nivel de una cosa que puede ser utilizada, explotada, descartada, violentada y asesinada.

Por eso, para afrontar con eficacia esta crisis, además de las necesarias acciones gubernamentales, se requiere la participación de todos para construir una cultura realista que, reconociendo la verdad, respete, promueva y defienda la vida, la dignidad, los derechos y los deberes de toda persona, haciendo de ella el centro de la vida política, económica, educativa, cultural y social.

A eso nos envía Jesús cuando nos pide proclamar que su reino está cerca y, unidos a Él en su Iglesia, a través de su Palabra, sus sacramentos, la oración y el amor al prójimo, curar a los enfermos de egoísmo y ambición; resucitar a los muertos por el relativismo y la corrupción; sanar a los leprosos de violencia, que contagian dolor y muerte.

En esta misión, todos los bautizados tenemos un papel protagónico. A ustedes, queridos laicos les corresponde ordenar según el Evangelio su vida personal, familiar y social; la cultura, la política, la economía, los medios de comunicación, el trabajo, el estudio, la ciencia, la tecnología, el deporte, el descanso, el entretenimiento ¡todo!, procurando la salvación de todos[1].

El Papa Francisco ha recordado que esta tarea evangelizadora implica y exige una promoción integral de cada ser humano, por lo que nadie puede exigirnos que releguemos la religión a la intimidad, sin influencia alguna en la vida social y nacional. Una auténtica fe siempre implica un profundo deseo de construir un mundo mejor”[2].

Esto requiere la formación de laicos, la evangelización de los grupos profesionales e intelectuales[3], y el cuidado a la familia que, como señala el Santo Padre, “sigue siendo la célula básica de la sociedad y la primera escuela en la que los niños aprenden los valores humanos, espirituales y morales que los hacen capaces de ser faros de bondad, de integridad y de justicia en nuestras comunidades”[4].

Amigas y amigos, los felicito por aceptar este reto, individual y asociadamente, y por unir esfuerzos, manifestando que en la Iglesia somos uno en Cristo (cfr. Jn 17, 21) ¡Sigan adelante, como alegres y decididos discípulos misioneros de Cristo! Y conscientes de lo vasto de la mies, hagamos caso al Señor que, como explica san Hilario, nos manda rogar que envíe muchos distribuidores del Espíritu Santo[5], que es el Amor.

Que Santa María de Guadalupe, Mujer del Adviento, interceda por nosotros para que, llenos del Señor, nos encaminemos presurosos a servir a este mundo, comprendiendo que, como ha dicho el Papa, “hay una forma de predicación que nos compete a todos como tarea cotidiana: llevar el Evangelio a las personas que cada uno trata”[6] ¡Hagámoslo así!


[1] Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 940-943.

[2] Cfr. Evangelii gaudium, 182-184.

[3] Ibíd., 102.

[4] Discurso a los líderes del apostolado laico, Corea 16 de agosto de 2014.

[5] Cfr. In Matthaeum, 10

[6] Evangelii gaudium, 129.

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