Consuelen a mi pueblo

de Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo de San Cristóbal de las Casas

VER

¡Cuántos problemas hay en nuestra patria y en las familias! No sólo la desaparición y probable ejecución de los normalistas de Ayotzinapa, que nos tienen consternados, sino la corrupción que pretende invadir todo, la justicia que no es justicia, la demagogia preelectoral, la violencia y la agresividad, la descarga emotiva contra toda institución, sin fundamentos reales. Por todas partes se reparten culpas; incluso no falta quien diga que la Iglesia es culpable de la desaparición de los estudiantes de Guerrero. Hay un desahogo pasional, que nos preocupa y angustia. Se pierde la serenidad de juicio y nos exponemos a reacciones incontrolables, sin posibilidad de un diálogo maduro y objetivo. No se reaccionó igual cuando fueron también desaparecidos y ejecutados 72 centroamericanos en San Fernando, Tamaulipas, ni cuando recientemente excarcelaron a probables autores del crimen de Acteal. Hoy las pasiones sociales están desatadas.

En las familias, ¡cuántas tensiones entre esposos, entre padres e hijos, por las limitaciones económicas, las enfermedades, las incomprensiones, las infidelidades, la violencia intrafamiliar, la falta de trabajo y de oportunidades de desarrollo! La migración forzada por la pobreza trae muchas inseguridades para la estabilidad del hogar. Algunos hijos no valoran lo que sus padres hacen por ellos, los menosprecian y abandonan. Aumentan los divorcios, las separaciones, la soledad de los hijos, de los padres y abuelos. ¡Cuánto sufrimiento y dolor! Necesitamos algo de consuelo, cuya fuente más profunda es Dios.

PENSAR

El domingo pasado, dijo el Papa Francisco: “La liturgia de hoy nos presenta un mensaje lleno de esperanza. Es la invitación del Señor expresada por boca del profeta Isaías: ‘Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios’ (Is 40,1). Con estas palabras se abre el Libro de la Consolación, en el que el profeta dirige al pueblo en el exilio el anuncio gozoso de la liberación. El tiempo de tribulación ha terminado; el pueblo de Israel puede mirar con confianza al futuro: le aguarda finalmente el regreso a casa. Y por eso, la invitación a dejarse consolar por el Señor.

Isaías se dirige a gente que ha pasado por un período oscuro, que ha sufrido una prueba muy dura; pero ahora ha llegado el tiempo de la consolación. La tristeza y el miedo pueden dejar lugar a la alegría, porque el Señor mismo guiará a su pueblo en el camino de la liberación y la salvación. ¿Cómo se hará todo esto? Con el cuidado y la ternura de un pastor que cuida de su rebaño. Esta es la actitud de Dios hacia nosotros sus criaturas. De ahí que el profeta invita a quien le escucha --incluyéndonos a nosotros, hoy-- a difundir entre el pueblo este mensaje de esperanza. El mensaje es que el Señor nos consuela, y dejar espacio al consuelo que viene del Señor.

Pero no podemos ser mensajeros de la consolación de Dios si nosotros primero no experimentamos la alegría de ser consolados y amados por Él. Esto sucede especialmente cuando escuchamos su Palabra, cuando permanecemos en la oración silenciosa en su presencia, cuando nos encontramos con Él en la Eucaristía o en el Sacramento del Perdón. Todo esto nos consuela.

Hoy se necesitan personas que sean testigos de la misericordia y de la ternura del Señor, que sacude a los resignados, reanima a los desalentados, enciende el fuego de la esperanza. ¡Él enciende el fuego de la esperanza! Muchas situaciones requieren nuestro testimonio consolador. Ser personas alegres, consoladas. Pienso en aquellos que están oprimidos por sufrimientos, injusticias y abusos; a los que son esclavos del dinero, del poder, del éxito, de la mundanidad. Pobrecillos. Tienen consuelos falsos. Todos estamos llamados a consolar a nuestros hermanos, testimoniando que sólo Dios puede eliminar las causas de los dramas existenciales y espirituales. ¡Él puede hacerlo! ¡Es poderoso! Por favor, ¡hay que dejarse consolar por el Señor!

ACTUAR

Sin dejar de ser críticos ante la realidad, dejémonos consolar por Dios y llevemos consuelo a tantas personas que sufren, sobre todo a las víctimas de todo mal.

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