¡Que no se olvide el motivo!

de Oscar Armando Campos Contreras
Obispo de Tehuantepec

1 de Diciembre de 2014.
¡Que no se olvide el motivo!

Queridos hermanos y hermanas

Nos preparamos para celebrar la Navidad. Hemos iniciado el mes de Diciembre con los preparativos exteriores para esta fiesta que nos recuerda el Nacimiento de Jesús, nuestro Salvador. En Jesús, nuestra historia personal puede encontrar el camino de una verdadera felicidad. La Navidad nos invita a sentir y a reconocer agradecidos el gozo de la presencia de Dios entre nosotros.

Sin embargo este acontecimiento, que habla de la inmensa ternura de Dios y marca la historia de la humanidad, es olvidado por muchos. Tal parece que sólo importa la fiesta; que el motivo, no importa. Organizamos festejos llenos de ruido, de comida, de bebidas, de regalos para satisfacernos a nosotros mismos. Nos saludamos, nos felicitamos, nos invitamos; pero, no invitamos a Dios a compartir nuestra vida.

Esta ausencia de Dios está dejando un vacío en el corazón humano. Un vacío que ha permitido, a pesar de tener muchas costumbres religiosas, que la superficialidad de la vanidad, la ambición materialista, el individualismo egoísta, el odio fruto del rencor, la venganza, el desprecio a la vida, la corrupción y la mentira como plagas dañinas, se vayan metiendo y apoderando de la vida personal, de las relaciones familiares y aún del mismo ambiente social.

¡Reconozcamos con sinceridad! Quien comete cualquier acto criminal, aunque traiga una medalla al cuello, tiene la maldad en su corazón dañado. Quien descuida la educación de los hijos y deja que los arrastren los vicios o con su ejemplo los empuja al mal, aunque tenga su casa llena de imágenes religiosas, impide que Dios entre a su hogar. Los pueblos y comunidades que, en lugar de colaborar para superar los atrasos del subdesarrollo, alimentan enfrentamientos, odios, venganzas y rencores sociales, dañando la convivencia pacífica entre los ciudadanos; aunque celebren con grandes gastos las fiestas patronales, están alejándose de Dios.

Si de verdad queremos celebrar la Navidad, debemos darle un lugar en nuestro corazón a Jesucristo. Si de verdad queremos que nuestra familia celebre unida la alegría del amor de Dios, acerquémonos juntos a escuchar su Palabra para que los padres sepan dar ejemplo y orientar el camino de los hijos con la luz de Dios, para que los esposos se respeten y crezcan en la comprensión, la comunicación y el amor. Si en verdad somos cristianos y queremos vivir como hermanos, perdonemos las ofensas y busquemos la reconciliación. La unidad nos fortalece, la división nos debilita. Dialoguemos para superar las diferencias y vencer las dificultades. Dios se hace presente cuando trabajamos unidos para mejorar la vida de nuestros pueblos. La humildad del Niño Dios que nació en un pobre pesebre nos invita a rebajar nuestro orgullo. ¡Aceptemos a Cristo de verdad!

La Comunidad cristiana, la Iglesia, nuestra Iglesia, también está urgida de la presencia de Jesús. También nosotros podemos dedicarnos a muchas actividades olvidándonos de Cristo. Este tiempo nos invita a revisar humildemente lo que hemos hecho o lo que hemos dejado de hacer para preparar el camino del Señor en la vida de las familias, de los jóvenes, de los que están alejados... ¿Hemos anunciado con entusiasmo su presencia? ¿Damos los cristianos un verdadero testimonio del amor de Dios a los demás? También nosotros podemos mantener la puerta cerrada a la llamada que nos pide posada... como aquellos que, en Belén, no quisieron darle a Jesús un espacio para nacer.

La Iglesia tiene que ser la casa de puertas abiertas. No puede cerrarse a nadie. Jesucristo es el dueño de la casa. ¡No nosotros! Es la casa abierta siempre al pobre que carece de los bienes necesarios para vivir; al pobre que experimenta la soledad, el abandono por la edad o por la lejanía de la familia; al pobre que no es capaz de ser y vivir como hermano del prójimo; al pobre que harto de bienes materiales ha perdido el sentido de la vida. Y, no olvidemos al pobre que desconoce a Dios o se ha alejado de Él. Son grandes y diversas las miserias de nuestra condición humana, pero Jesús no cierra su puerta a nadie...

Si la Navidad nos recuerda que Dios se ha hecho presente en Jesucristo, que Él quiere acercarse a cada uno de nosotros, estemos muy atentos a revisar nuestra vida, y mantengamos el corazón abierto a la bondad, a la alegría y a la esperanza que serán siempre superiores al mal. Como la Virgen María preparemos su Nacimiento llenos de gozo, para que nuestra vida se transforme como transforma la vida de una familia el nacimiento del hijo ansiosamente esperado. Con el nacimiento de un hijo esperado se renueva el ánimo personal, se unifica la familia, y la vida se lanza al futuro a pesar de las dificultades del presente. De esa misma manera debemos prepararnos durante todo este tiempo, para que la Navidad sea una celebración permanente durante todo el próximo año, para que Cristo vivo esté presente en nuestra vida, en nuestra familia, en nuestra comunidad y en nuestra Iglesia.

Para todos, mi bendición y mi oración y el deseo de que tengan una Navidad muy feliz y permanente. ¡Que no se olvide el motivo! ¡La Navidad es la presencia de Cristo en nuestro corazón!

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