de Eugenio Andrés Lira Rugarcía
Obispo Auxiliar de Puebla y Secretario General de la CEM
Celebramos hoy que hace 483 años Santa María de Guadalupe, la “Madre del Amor”[1], consciente de que, como afirma san Ambrosio,“el amor no conoce de lentitudes”[2], se encaminó presurosa al Tepeyac, al igual que en otro tiempo hizo con su parienta Isabel (cfr. Lc1,39-48), para ofrecernos el mayor de los servicios: traernos a Jesús, fruto bendito de su vientre.
Como en aquella época, los tiempos actuales son difíciles. México y el mundo enfrentan la imposición de ideologías y estilos de vida que niegan la verdad y olvidan el valor de la vida, la dignidad, los derechos y los deberes de la persona, a la que terminan reduciendo al nivel de una cosa que puede ser utilizada, explotada, descartada, violentada y asesinada.
Pero en medio de este oscuro invierno, María nos trae al que es la luz del mundo, en quien Dios nos muestra que no es un Creador que se quede en la distancia, mirando con indiferencia lo que pasa, sino un Dios–amor (cfr. 1 Jn 4,8) que se acerca, se compromete y actúa para ofrecernos un futuro: el triunfo definitivo de la verdad, el amor, la justicia, la libertad y la vida.
Juan Diego recibió esta Buena Noticia, que nos libera del pecado y nos hace hijos de Dios[3], y aceptó la misión que le confiaba la Virgen Morenita: pedir al Obispo que se le edificara un templo, lo que en la mentalidad náhuatl significa construir la comunidad en torno a Dios, que en Cristo ha venido a hacernos hermanos.
El santo indígena, a pesar de que al principio el Obispo no le creyó y todo se complicó con la enfermedad de su tío, perseveró. Como él, no nos desalentemos cuando nuestro esfuerzo por edificar un matrimonio fiel, una familia unida, un noviazgo honesto y una sociedad que reconozca, valore, promueva y defienda la vida, la dignidad, los derechos y los deberes de toda persona, no se alcance en los primeros intentos.
¡Ánimo! Como san Juan Diego, escuchemos la dulce voz de la Guadalupana, que, deseosa de que todos, con nuestras palabras y obras alabemos a Dios[4], nos dice a cada uno: “No se turbe tu corazón ni te inquiete cosa alguna ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre?”[5]. Con esta confianza, ¡sigamos adelante!
Si escuchando a María nos unimos a Jesús en su Iglesia, a través de su Palabra, sus sacramentos, la oración y el amor al prójimo, no nos extrañemos de que, como ha dicho el Papa Francisco, “en pleno invierno florezcan rosas de Castilla. Porque….tanto Jesús como nosotros, tenemos la misma Madre”[6].
[1] Cfr. 1ª Lectura: Eclo 24,23-31.
[2] Citado por SANTO TOMÁS DE AQUINO, Catena Aurea, 9139.
[3] Cfr. 2ª Lectura: Gál 4,4-7.
[4] Cfr. Sal 66.
[5] VALERIANO Antonio, Nican Mopohua, Ed. Fundación La Peregrinación, México 1998, 119.
[6] Videomensaje con motivo de la peregrinación y encuentro "Nuestra señora de Guadalupe, Estrella de la Nueva Evangelización en el Continente Americano", 16 de noviembre de 2013.