Concebirás y darás a luz un Hijo (cfr. Lc 1, 26-38)

Se acerca Navidad ¡la gran fiesta del nacimiento de Jesús!, que por amor al Padre y a nosotros se encarnó por obra del Espíritu Santo de la Virgen María y entró en el mundo para liberarnos del pecado, del mal y de la muerte, reunirnos en su familia la Iglesia y hacernos hijos de Dios, partícipes de su vida plena y eternamente feliz.

¿Cómo prepararnos a recibir al más grande de los amigos que nos trae tan insuperables regalos? Aprendiendo de la Virgen María y de san José, que, como señala Benedicto XVI, vivieron con intensidad la preparación del nacimiento de Jesús[1].

Ambos nos enseñan que es Dios quien toma la iniciativa, como lo hace notar a David cuando le dice: “¿Piensas que vas a ser tú el que me construya una casa? Yo, el Señor, que te saqué de los apriscos, engrandeceré a tu hijo y consolidaré su reino”[2]. Así le anunciaba que haría nacer de su descendencia al Salvador de la humanidad: ¡Al Hijo de Dios![3]

El Señor, que toma la iniciativa, preparó a la Virgen María y a su prometido san José, descendiente de David. Él, como explica san Agustín, “eligió a la madre que había creado y creó a la madre que había elegido”[4]; la hizo nacer “llena de gracia”, libre de todo pecado y plena de amor. También a nosotros nos ha preparado a recibir a Jesús perdonando nuestros pecados y haciéndonos hijos suyos en el Bautismo.

María y José le dieron su “sí” a Dios, confiando que Él haría posible lo que les pedía. Así, cuando el ángel dijo a la Virgen que era elegida por Dios para ser Madre de Jesús, preguntó “¿Cómo será esto posible?”, expresando así, como explica san Ambrosio, que “no duda que debe hacerse, puesto que pregunta cómo se hará”[5].

María no preguntó más ni pidió que Dios le garantizara que resolvería el lío que se le armaría cuando José la viera esperando un Hijo que no era suyo ¡Podría acusarla de adulterio y ser condenada a morir lapidada! Como Ella, no esperemos a que Dios nos garantice que todo irá bien en el matrimonio, la familia, el trabajo, la escuela, en México y en el mundo para decidirnos a aceptar su invitación a entrar en la dinámica del amor, que es comprender, actuar con justicia, servir, perdonar y pedir perdón.

Con su “sí” María concibió al Redentor y contribuyó a la salvación de la humanidad. Con nuestro “sí” recibamos a Jesús en el corazón y contribuyamos a la construcción de un matrimonio, una familia, una Iglesia, un México y un mundo mejor para todos, confiando en que Él, que todo lo puede, nos dará su fuerza para cumplir el Evangelio[6].


[1] Cfr. Ángelus, 18 de diciembre de 2005.

[2] Cfr. 1ª Lectura: 2 Sam 7,1-5.8-12.14.16.

[3] Cfr. Sal 88.

[4] Sermo 69, 3, 4.

[5] Citado por SANTO TOMÁS DE AQUINO, Catena Aurea, 9134.

[6] Cfr. 2ª Lectura: Rm 16,25-27.

Noticia: 
Local