de Enrique Díaz Díaz
Obispo Coadjutor de San Cristóbal de las Casas
15 Enero
Hebreos 3,7-14: Anímense mutuamente mientras dura este "hoy", Salmo 94: “Señor, que no seamos sordos a tu voz”, San Marcos 1,40-45: “Se le quitó la lepra y quedó limpio”
¿Cómo callar tus maravillas cuando has tocado nuestro corazón? ¿Cómo no hablar de ti si nos has rescatado de las aguas profundas y del terrible pecado? Hoy escuchamos en el evangelio de San Marcos uno de los milagros que nos enseña la verdadera misión de Jesús: a un leproso lo cura de su enfermedad y lo envía a que se presente ante las autoridades para que lo declaren sano y pueda reintegrarse a la comunidad.
¿Podremos imaginar la alegría de aquel leproso? ¿Podremos imaginar toda la felicidad que no le cabe en el corazón? Entonces comprenderemos fácilmente que no pueda callar toda la felicidad que lleva adentro, aunque Jesús se lo haya ordenado. Quien ha sufrido largamente la enfermedad, quien ha padecido el desprecio de una sociedad que lo acusa de impuro y pecador, quien ha tenido que abandonar familia, trabajo y todo, por una situación que parece injusta y que sin embargo se da con cada enfermo, se llena de felicidad cuando Jesús lo toca y lo sana.
Nadie más justo que Jesús y sin embargo Él no condena sino que reintegra; nadie más limpio que Jesús, pero Él no se aparta, sino que extiende su mano y toca; nadie más solidario que Jesús y por eso lo invita a reintegrarse a la comunidad. ¿No nos sentimos también nosotros tocados por Jesús? ¿No nos lava de todas nuestras inmundicias? ¿No nos invita a reincorporarnos nuevamente a su familia borrando todas nuestras injusticias?
Si somos conscientes de todos los prodigios que Jesús ha obrado en nosotros tendremos que proclamarlo, tendremos que anunciarlo y tendremos que llenarnos de alegría. Sólo así seremos solidarios con los demás y animaremos a los demás: siendo testigos y proclamando lo que Jesús ha hecho en nosotros. Entonces fácilmente entenderemos las palabras de la carta a los Hebreos animándonos a permanecer firmes en la fe, sosteniéndonos unos a otros. Habiendo experimentado la misericordia de Dios, no podremos tener un corazón malo que se aparte del Dios vivo por no creer en Él. Cuando se vive y se experimenta el amor gratuito de Jesús, tendremos que transmitirlo y contagiarlo a los demás.