2015-01-17 Radio Vaticana
(RV).- Agradeciendo de corazón la invitación a visitar Filipinas y destacando que su visita es «sobre todo pastoral» y que tiene lugar cuando «la Iglesia se prepara para celebrar el quinto centenario del primer anuncio del Evangelio de Jesucristo en estas costas» - en su primer discurso en Manila, en el encuentro con las autoridades y el cuerpo diplomático, en el palacio presidencial - el Papa Francisco subrayó la inmensa influencia que ha tenido el mensaje cristiano en la cultura filipina. Y, de manera particular, expresó su cercanía a los hermanos y hermanas que sufrieron la pérdida de sus seres queridos y la devastación causada por el tifón Yolanda. Junto con su admiración por la fortaleza y fe, con que tantos filipinos afrontaron éste y otros desastres naturales, creando redes de solidaridad y ayuda mutua y trabajando por el bien común.
«Este ejemplo de solidaridad en el trabajo de reconstrucción nos enseña una lección importante», señaló el Papa, alentando a impulsar una sociedad moderna que respete los valores, la dignidad humana y los derechos humanos «dados por Dios», «lista para afrontar las nuevas y complejas cuestiones políticas y éticas» y para «transmitir a las generaciones venideras una sociedad de auténtica justicia, solidaridad y paz».
Tras recordar que la «tradición bíblica prescribe a todos los pueblos el deber de escuchar la voz de los pobres y de romper las cadenas de la injusticia y la opresión, que dan lugar a flagrantes e incluso escandalosas desigualdades sociales», el Santo Padre reiteró la importancia de la conversión de la mente y del corazón. Y afirmó su anhelo de que el ‘Año de los Pobres’, proclamado por los Obispos de Filipinas impulse el rechazo de la corrupción en todos los ámbitos de la sociedad.
«Un momento destacado de mi visita será el encuentro con las familias y los jóvenes», que desempeñan un «papel fundamental en la renovación de la sociedad», recordó el Papa, advirtiendo que «al igual que todos los dones de Dios, la familia también puede ser desfigurada y destruida», por lo que necesita apoyo. Así como es necesario tutelar el respeto a la «dignidad inviolable de toda persona humana, de los derechos de conciencia y de libertad religiosa, el derecho inalienable a la vida, la de los no nacidos y la de los ancianos y enfermos».
Al comenzar su visita a este país, el Obispo de Roma quiso mencionar «el importante papel de Filipinas para fomentar el entendimiento y la cooperación entre los países de Asia». Sin olvidar a los filipinos de la diáspora, la promoción del diálogo y la cooperación interreligiosa, la paz alcanzada en el sur del país y los derechos de las poblaciones indígenas y de las minorías religiosas.
«A la luz de la rica herencia cultural y religiosa, que enorgullece a su país, les dejo un desafío y una palabra de aliento», dijo el Santo Padre antes de concluir su discurso, con el anhelo de «que los valores espirituales más profundos del pueblo filipino sigan manifestándose en sus esfuerzos por proporcionar a sus conciudadanos un desarrollo humano integral».
(CdM – RV)
Texto completo del discurso del Papa Francisco en el encuentro con las Autoridades y el Cuerpo Diplomático
Manila, Palacio Malacañang
16 enero de 2015
«Señoras y Señores
Gracias, señor Presidente, por su amable acogida y por sus palabras de saludo en nombre de las autoridades y el pueblo de Filipinas, y de los distinguidos miembros del Cuerpo diplomático. Le agradezco de corazón su invitación a visitar Filipinas. Mi visita es sobre todo pastoral. Tiene lugar cuando la Iglesia en este país se prepara para celebrar el quinto centenario del primer anuncio del Evangelio de Jesucristo en estas costas. El mensaje cristiano ha tenido una inmensa influencia en la cultura filipina. Espero que este importante aniversario resalte su constante fecundidad y su capacidad para seguir plasmando una sociedad que responda a la bondad, la dignidad y las aspiraciones del pueblo filipino.
De manera particular, esta visita quiere expresar mi cercanía a nuestros hermanos y hermanas que tuvieron que soportar el sufrimiento, la pérdida de seres queridos y la devastación causada por el tifón Yolanda. Al igual que tantas personas en todo el mundo, he admirado la fuerza heroica, la fe y la resistencia demostrada por muchos filipinos frente a éste y otros desastres naturales. Esas virtudes, enraizadas en la esperanza y la solidaridad inculcadas por la fe cristiana, dieron lugar a una manifestación de bondad y generosidad, sobre todo por parte de muchos jóvenes. En esos momentos de crisis nacional, un gran número de personas acudieron en ayuda de sus vecinos necesitados. Con gran sacrificio, dieron su tiempo y recursos, creando redes de ayuda mutua y trabajando por el bien común.
Este ejemplo de solidaridad en el trabajo de reconstrucción nos enseña una lección importante. Al igual que una familia, toda sociedad echa mano de sus recursos más profundos para hacer frente a los nuevos desafíos. En la actualidad, Filipinas, junto con muchos otros países de Asia, se enfrenta al reto de construir sobre bases sólidas una sociedad moderna, una sociedad respetuosa de los auténticos valores humanos, que tutele nuestra dignidad y los derechos humanos dados por Dios, y lista para enfrentar las nuevas y complejas cuestiones políticas y éticas. Como muchas voces en vuestro país han señalado, es más necesario ahora que nunca que los líderes políticos se distingan por su honestidad, integridad y compromiso con el bien común. De esta manera ayudarán a preservar los abundantes recursos naturales y humanos con que Dios ha bendecido este país. Y así serán capaces de gestionar los recursos morales necesarios para hacer frente a las exigencias del presente, y transmitir a las generaciones venideras una sociedad de auténtica justicia, solidaridad y paz.
Para el logro de estos objetivos nacionales es esencial el imperativo moral de garantizar la justicia social y el respeto por la dignidad humana. La gran tradición bíblica prescribe a todos los pueblos el deber de escuchar la voz de los pobres y de romper las cadenas de la injusticia y la opresión que dan lugar a flagrantes e incluso escandolosas desigualdades sociales. La reforma de las estructuras sociales que perpetúan la pobreza y la exclusión de los pobres requiere en primer lugar la conversión de la mente y el corazón. Los Obispos de Filipinas han pedido que este año sea proclamado el «Año de los Pobres». Espero que esta profética convocatoria haga que en todos los ámbitos de la sociedad se rechace cualquier forma de corrupción que sustrae recursos de los pobres, y se realice un esfuerzo concertado para garantizar la inclusión de todo hombre, mujer y niño en la vida de la comunidad.
La familia, y sobre todo los jóvenes, desempeñan un papel fundamental en la renovación de la sociedad. Un momento destacado de mi visita será el encuentro con las familias y los jóvenes, aquí en Manila. Las familias tienen una misión indispensable en la sociedad. Es en la familia donde los niños aprenden valores sólidos, altos ideales y sincera preocupación por los demás. Pero al igual que todos los dones de Dios, la familia también puede ser desfigurada y destruida. Necesita nuestro apoyo. Sabemos lo difícil que es hoy para nuestras democracias preservar y defender valores humanos básicos como el respeto a la dignidad inviolable de toda persona humana, el respeto de los derechos de conciencia y de libertad religiosa, así como el derecho inalienable a la vida, desde la de los no nacidos hasta la de los ancianos y enfermos. Por esta razón, hay que ayudar y alentar a las familias y las comunidades locales en su tarea de transmitir a nuestros jóvenes los valores y la visión que permita lograr una cultura de la integridad: aquella que promueve la bondad, la veracidad, la fidelidad y la solidaridad como base firme y aglutinante moral para mantener unida a la sociedad.
Señor Presidente, distinguidas autoridades, queridos amigos:
Al comenzar mi visita a este país, no puedo dejar de mencionar el papel importante de Filipinas para fomentar el entendimiento y la cooperación entre los países de Asia, así como la contribución eficaz, y a menudo no reconocida, de los filipinos de la diáspora a la vida y el bienestar de las sociedades en las que viven. A la luz de la rica herencia cultural y religiosa, que enorgullece a su país, les dejo un desafío y una palabra de aliento. Que los valores espirituales más profundos del pueblo filipino sigan manifestándose en sus esfuerzos por proporcionar a sus conciudadanos un desarrollo humano integral. De esta forma, toda persona será capaz de realizar sus potencialidades, y así contribuir de manera sabia y eficaz al futuro de este país. Espero que las meritorias iniciativas para promover el diálogo y la cooperación entre los fieles de distintas religiones consigan su noble objetivo. De modo particular, confío en que el progreso que ha supuesto la consecución de la paz en el sur del País promueva soluciones justas que respeten los principios fundantes de la nación y los derechos inalienables de todos, incluidas las poblaciones indígenas y las minorías religiosas.
Invoco sobre ustedes, y todos los hombres, mujeres y niños de esta amada nación, abundantes bendiciones de Dios.»
(from Vatican Radio)