Pescadores, pero no de pecera (III Domingo del Tiempo Ordinario Mc. 1, 14-20)

de Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro

III Domingo del Tiempo Ordinario – Mc. 1, 14 – 20

El evangelio nos presenta a Jesús cuando elige a sus primeros colaboradores y esto lo realiza en Galilea, en la “periferia” geográfica de Israel, en la región del norte, tierra de gentiles e impuros, de pobres y de marginados. Allí comienza su misión y se hace presente la Buena Noticia por primera vez. Es allí donde, al final del evangelio, serán remitidos los discípulos tras la resurrección, porque solo volviendo allí es posible ver al Señor resucitado.

Es en Galilea, donde proclama la llegada de Dios mismo a reinar, no la conversión para escapar del castigo, sino para ser capaz de recibir el Reino; no es una nueva carga, sino la buena noticia de parte de Dios: “El Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en el Evangelio”. Un anuncio que tiene un tono de alegría y un tono de urgencia y que va dirigido a todos, rompiendo todos los esquemas de exclusivizar la salvación para unos pocos; pero además esta invitando primero a los últimos, a los que viven en las márgenes, a los que ordinariamente eran considerados indignos.

Sin embargo, esta propuesta exige una respuesta de acogida expresada en dos actitudes: Fe y conversión. La fe romperá las inercias de nuestra vida y la conversión se transforma en una fuerza movilizadora de discernimiento y acción, de nuevo nacimiento. Esto, porque la conversión hunde sus raíces en la escucha de la Palabra, de la buena noticia, por la cual tenemos que dejarnos moldear. El reino de Dios es la conversión que yo acepto emprender, la apertura del evangelio que yo pongo en práctica, la intimidad con Jesús vivo.

Tras este anuncio del Reino, lo primero que hace Jesus es buscar colaboradores, rodeándose de simples trabajadores, algunos de ellos pescadores que fueron llamados en medio de sus tarea de echar y remendar las redes. Porque es la hora del Reino, cobra sentido la llamada a personas concretas para que vivan el Reino y después puedan predicarlo; Jesús ve a personas concretas, toma la iniciativa y elige. No son ellos los que lo eligen y la elección tienen consecuencias: hay que partir, hay que dejar, hay que abandonar, hay que emprender un nuevo caminar.

La respuesta de aquellos pescadores, que eran hombres sinceros los lanzó a lo desconocido. Una invitación a realizar lo mismo de otro modo, serían pescadores de hombres. Ya no se trataba de madrugar al lago, sino de rescatar a muchos hombres y mujeres para con ellos construir el Reino e Dios.

Es interesante, como dirá algún comentarista, que elige a pescadores, porque quien sabe pescar conoce de tempestades y fracasos. Es un profesional de la tenacidad y la paciencia. Comprende el sentido de la vida, con sus altos y bajos, con sus días soleados y sus oscuridades.

Una invitación para todos nosotros a “pescar mar adentro”, donde están las olas y tempestades y no en pecera, ya que allí están tantos hermanos cautivos, pero no cautivados. A ser pecadores con tenacidad y paciencia, porque la evangelización, dice el papa Francisco, “tiene mucho de paciencia” (EG 24). Una tarea que exige cada día esfuerzo y perseverancia. Porque no siempre las cosas resultan según nuestros proyectos.