Lecturas del viernes, cuarta semana del tiempo ordinario, ciclo B

Pastoral: 
Litúrgica
Date: 
Vie, 2015-02-06

I. Contemplamos la Palabra

Lectura de la Carta a los Hebreos 13,1-8:

Conservad el amor fraterno y no olvidéis la hospitalidad; por ella algunos recibieron sin saberlo la visita de unos ángeles. Acordaos de los que están presos, como si estuvierais presos con ellos; de los que son maltratados, como si estuvierais en su carne. Que todos respeten el matrimonio, el lecho nupcial que nadie lo mancille, porque a los libertinos y adúlteros Dios los juzgará. Vivid sin ansia de dinero, contentándoos con lo que tengáis, pues él mismo dijo: «Nunca te dejaré ni te abandonaré»; así tendremos valor para decir: «El Señor es mi auxilio: nada temo; ¿qué podrá hacerme el hombre?» Acordaos de vuestros dirigentes, que os anunciaron la palabra de Dios; fijaos en el desenlace de su vida e imitad su fe. Jesucristo es el mismo ayer y hoy y siempre.

Sal 26 R/. El Señor es mi luz y mi salvación

El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida,
¿quién me hará temblar? R/.

Si un ejército acampa contra mí,
mi corazón no tiembla;
si me declaran la guerra,
me siento tranquilo. R/.

Él me protegerá en su tienda
el día del peligro;
me esconderá en lo escondido de su morada,
me alzará sobre la roca. R/.

Tu rostro buscaré, Señor,
no me escondas tu rostro.
No rechaces con ira a tu siervo,
que tú eres mi auxilio;
no me deseches. R/.

Lectura del santo evangelio según san Marcos 6,14-29:

En aquel tiempo, como la fama de Jesús se había extendido, el rey Herodes oyó hablar de él. Unos decían: «Juan Bautista ha resucitado, y por eso los poderes actúan en él.» Otros decían: «Es Elías.» Otros: «Es un profeta como los antiguos.»
Herodes, al oírlo, decía: «Es Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado.»
Es que Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel, encadenado. El motivo era que Herodes se había casado con Herodías, mujer de su hermano Filipo, y Juan le decía que no le era lícito tener la mujer de su hermano. Herodías aborrecía a Juan y quería quitarlo de en medio; no acababa de conseguirlo, porque Herodes respetaba a Juan, sabiendo que era un hombre honrado y santo, y lo defendía. Cuando lo escuchaba, quedaba desconcertado, y lo escuchaba con gusto. La ocasión llegó cuando Herodes, por su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea. La hija de Herodías entró y danzó, gustando mucho a Herodes y a los convidados.
El rey le dijo a la joven: «Pídeme lo que quieras, que te lo doy.»
Y le juró: «Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino.»
Ella salió a preguntarle a su madre: «¿Qué le pido?»
La madre le contestó: «La cabeza de Juan, el Bautista.»
Entró ella en seguida, a toda prisa, se acercó al rey y le pidió: «Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan, el Bautista.»
El rey se puso muy triste; pero, por el juramento y los convidados, no quiso desairarla. En seguida le mandó a un verdugo que trajese la cabeza de Juan. Fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza en una bandeja y se la entregó a la joven; la joven se la entregó a su madre. Al enterarse sus discípulos, fueron a recoger el cadáver y lo enterraron.

II. Compartimos la Palabra

“Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre”

Estamos en el último capítulo de la carta a los Hebreos y el autor sagrado da algunos consejos a los cristianos de aquella comunidad. Consejos que atañen a diversos ámbitos de la vida, y que son propuestas concretas para la vida de un cristiano.

Como punto de partida encontramos el imperativo “perseverad en el amor fraterno”. En este amor debemos permanecer y debemos cultivarlo. Debemos descubrir maneras y condiciones para que se dé ese amor de hermanos, para que sea una realidad en la vida de los creyentes en la Iglesia. Porque la Fe no es solamente intelectual: se traduce en conductas y compromisos concretos.

Una comunidad presidida por el amor fraterno dará como frutos: la hospitalidad; la preocupación eficaz por los presos, los perseguidos, los que sufren en un cuerpo; la fidelidad a la santidad del matrimonio; el desprendimiento y huida de la avaricia, confiando más en la providencia de Dios que en los bienes terrenos. Ya lo dice la Escritura en otro lugar: “Amar es cumplir la ley entera”.

Y para terminar, una afirmación que fundamenta todo lo anteriormente dicho: “Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre”. Es preciso meditar detenidamente esta maravillosa fórmula. El núcleo sólido de nuestra fe es Jesucristo inmutable, el mismo «ayer y hoy» porque es eterno.

Y tenemos necesidad de apoyarnos fuertemente en esta estabilidad, porque sólo Él tiene poder de cambiar nuestra vida y nuestras relaciones con los demás dando sentido pleno a todo lo que hacemos. Porque, en definitiva, sólo en El encontramos la felicidad que anhela nuestro corazón.

“Juan era un hombre recto y santo”

El evangelio de hoy tiene como protagonista a Juan el Bautista, figura admirable por su ejemplo de entereza en la defensa de la verdad y su valentía en la denuncia del mal. De Juan aprendemos sobre todo su reciedumbre de carácter y la coherencia de su vida con lo que predicaba. El Bautista había ido siempre con la verdad por delante, en su predicación al pueblo, a los fariseos, a los publicanos, a los soldados. Ahora está en la cárcel por lo mismo.
Juan Bautista muere como profeta mártir. Su denuncia del mal, sin miedo al enfado de los fuertes, de Herodes, le trajo la muerte. Por eso Juan quedará en el recuerdo del pueblo como profeta coherente que lleva su misión hasta el final sin cobardía. La muerte es su compañera esperada, su corona y su triunfo.

Nosotros, tal vez, no llegaremos a estar amenazados de muerte. Pero sí somos invitados a seguir dando un testimonio coherente y profético, a anunciar la Buena Noticia de la salvación con nuestras palabras y con nuestra vida en medio de un mundo que persigue valores que no lo son, o que levanta altares a dioses falsos. Habrá ocasiones en que también tendremos que denunciar el mal allí donde existe.

Los hombres de nuestro tiempo no quieren más maestros, lo que necesitan son testigos que les demuestren con sus obras (las enumeradas en la primera lectura, entre otras) lo que dicen con sus palabras. Por ello la vida y la muerte de Juan el Bautista es toda una invitación para la Iglesia, para las comunidades cristianas: a la fidelidad, la perseverancia, al martirio si es preciso.

Hoy recordamos a San Pablo Miki que fue apresado junto con otros compañeros cristianos, conocidos como los 26 mártires de Japón, y murieron crucificados. Pablo predicó desde la cruz su último sermón y se afirma que perdonó a sus verdugos, diciendo: "Yo declaro que perdono al jefe de la nación que dio la orden de crucificarnos, y a todos los que han contribuido a nuestro martirio".

MM. Dominicas
Monasterio de Sta. Ana (Murcia)