de Gustavo Rodríguez Vega
Obispo de Nuevo Laredo
Muy queridos hermanos y hermanas, miembros de esta amada Iglesia de Nuevo Laredo, les saludo con afecto al inicio de este santo tiempo de Cuaresma, tiempo de oración, ayuno y limosna, en orden a la conversión, camino gozoso a la Pascua.
Al celebrar nuestro aniversario de bodas de plata nos hemos propuesto ser una Iglesia en salida, signo de comunión, viviendo más intensamente en este 2015 la virtud de la caridad. En su mensaje para esta Cuaresma, el Papa Francisco nos dice que en el mundo se ha globalizado la indiferencia, y que como Iglesia estamos llamados a superar esta indiferencia viviendo en el amor al prójimo. Parece que el mundo de hoy, indiferente al dolor de los que sufren, se hubiese identificado con la pregunta de Caín: “¿Soy acaso el guardián de mi hermano?” (Gén. 4,9); Ojalá que todos los católicos en esta Diócesis, aceptando el llamado a la conversión, escapemos de la mentalidad egoísta de este mundo y podamos afirmar: “Definitivamente sí, soy el guardián de mi hermano, lo acepto y me comprometo a ello”.
La palabra limosna puede confundirnos, si no ponemos atención. Para que la limosna sea camino de conversión tiene que ser entendida como “obra de caridad”, una caridad inseparable de la oración y del ayuno. La caridad sin oración se convierte en filantropía, en puro trabajo social, que puede desvirtuarse hasta caer en solo motivos egoístas o exhibicionistas. La caridad sin ayuno, es decir sin ascesis, no es caridad, porque no hay involucramiento de la persona. Como decía la Madre Teresa de Calcuta: “Amar hasta que duela y cuando duela, seguir amando. Así puede desaparecer el dolor y al final sólo quedar el amor”. Es el caso de la pobre viuda del Evangelio que dio dos moneditas de poco valor, pero que era todo lo que tenía para vivir. (Cf. Mc. 12, 41-44). Nuestros ayunos y sacrificios cuaresmales, hechos con amor, han de convertirse en obras de caridad.
El llamado a escapar de la “globalización” de la indiferencia espera una respuesta de Iglesia y una respuesta personal. Dice el Papa en su mensaje cuaresmal: “Cuánto deseo que los lugares en los que se manifiesta la Iglesia, en particular nuestras parroquias y comunidades, lleguen a ser islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia”. Como Iglesia Particular tenemos nuestras islas de misericordia en cada Caritas Parroquial y en la Caritas Diocesana, en la Casa del Migrante “Nazaret”, en la Casa Hogar “Enrique Tomás Lozano”, en los Centros Comunitarios, en la Pastoral de la Mujer y en la Pastoral del Penitenciaria, lugares donde los hombres y mujeres en necesidad deben sentirse amados por la Iglesia, Cuerpo de Cristo. Dios conceda a nuestros agentes de pastoral social que nunca les falte la expresión amorosa de la misericordia, en el trato respetuoso y afectuoso a cada hombre y mujer en desgracia. Pero que también en cada oficina y grupo parroquial, se sientan amados todos los que llegan, tratados con respeto y afecto en Cristo, aunque materialmente la ayuda vaya a darse en otro espacio de Iglesia, pero que de inmediato prevalezca el buen trato, amable y educado, y la conveniente orientación hacia donde han de acudir.
También los agentes de la Pastoral de la Salud son parte de ese rostro misericordioso de nuestra Iglesia Diocesana, que saben descubrir el rostro de Cristo en cada en enfermo, y que mejor que nadie tienen presente la sentencia de Jesús: “Estuve enfermo y me visitaron” (Mt. 25,36). Entre estos agentes se encuentran la inmensa mayoría de los Ministros Extraordinarios de la Comunión (MEC), que llevan el Cuerpo de Cristo a sus hermanos enfermos, y junto con la Comunión llevan al enfermo el gesto humano, amigable, que es un bálsamo extraordinario para el dolor. Muchas veces los enfermos viven en la pobreza y estos MEC les llevan despensa, medicamento, o incluso al médico que les atienda. Otras veces, como Juan Diego, se preocupan de llevar al sacerdote para que dé la Confesión y la Unción que el enfermo requiere. Estas atenciones son todo lo contrario de la indiferencia, y estos hermanos y sobre todo hermanas son indudablemente el rostro misericordioso de nuestra Madre la Iglesia.
Muchos otros de nuestros católicos se niegan a ser indiferentes al sufrimiento humano, y en forma individual o asociada llevan a los pobres, enfermos, migrantes y demás necesitados, la ayuda oportuna, movidos por la fuerza interior de su fe. Otros católicos superan la indiferencia desde su misma profesión sirviendo a los necesitados con justicia, generosidad y amabilidad, yendo muchas veces más allá de su deber como médicos, psicólogos, maestros, abogados o en cualquier profesión u oficio. Hay quienes piensan que ser misericordioso significa debilidad, pero el hombre y la mujer de fe saben que hay una fuerza interior que los mueve a obrar con caridad. Así lo dice el Papa Francisco: “Quien desea ser misericordioso necesita un corazón fuerte, firme, cerrado al tentador pero abierto a Dios”. Es Dios, mediante su Espíritu quien mueve a vencer la indiferencia con la caridad, actuando en la Iglesia y en el corazón de cada creyente.
No todos tienen la salud, la edad o las posibilidades físicas de ir a buscar a los necesitados y servirlos, pero todos, desde donde estamos superamos la indiferencia mediante la oración de intercesión por todos los hermanos y hermanas que sufren. La oración es deber de todos y, para algunos y algunas, su único y poderoso instrumento de ayuda fraterna. La oración hecha sin amor es sólo palabrería y pérdida de tiempo. El verdadero orante ora por necesidad de amor, y lleva el amor a sus hermanos al espacio de la oración. Recordemos que Jesús no nos enseñó a decir “Padre mío”, sino “Padre nuestro”; ni nos enseñó a decir “dame”, sino “danos”. En la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, el Papa Francisco nos dice: “La contemplación que deja fuera a los demás es un engaño” (E.G. 281).
Al igual que en la Cuaresma del 2014, también en esta Cuaresma el Sumo Pontífice nos llama a unirnos con toda la Iglesia en 24 horas de oración ante el Santísimo Sacramento, los dos días previos al IV domingo de este tiempo litúrgico, que corresponde en este 2015 al viernes 13 y sábado 14 de marzo. El Papa nos solicita de nuevo un solo templo al que puedan acudir los fieles de toda la Diócesis. Pero nosotros tuvimos esta adoración en todos los templos parroquiales de nuestra Iglesia Particular, tomando en cuenta las distancias y, sobre todo, la situación de inseguridad que aún hoy permanece. Ahora lo haremos del mismo modo en cada una de las parroquias, a menos que en algún decanato se quieran organizar para ir todos a un solo templo; y lo haremos desde las 9 de la mañana del viernes hasta las 9 de la mañana del sábado.
El santo tiempo de la Cuaresma es ideal para cumplir con el precepto de la confesión anual. Pido a mis sacerdotes que recuerden este deber a toda la feligresía, y que les den a conocer los días y horarios en que se ofrece este sacramento. Si fuera necesario, hagan cambios de horarios que favorezcan para que la mayoría pueda acercarse con más facilidad a la reconciliación (Cfr. E.G. 27). Un tiempo oportuno y favorable será seguramente dentro de esas 24 horas de adoración al Santísimo Sacramento.
El pasado 6 de noviembre nos consagramos como Diócesis a los Sagrados Corazones de Jesús y de María. En el interior de estos Corazones podremos siempre beber la caridad necesaria para superar la indiferencia ante nuestros hermanos. Ante el Corazón amoroso de Jesús Sacramentado podremos decir una y otra vez la jaculatoria que conocemos: “Jesús manso y humilde de corazón haz nuestro corazón semejante al tuyo”; y a María, “Estrella de la nueva evangelización” podemos decirle: “ayúdanos a resplandecer en el testimonio de la comunión, del servicio, de la fe ardiente y generosa, de la justicia y el amor a los pobres” (Cfr. E.G. 288).
Que la próxima celebración de la Pascua nos encuentre a todos debidamente preparados, con un corazón lleno de la caridad del Resucitado: el Señor de la Misericordia.
Dado en el Obispado de Nuevo Laredo a los 17 días del mes de febrero del año del Señor de 2015, Año de la Caridad, en el júbilo de nuestras bodas de plata diocesanas.