de Carlos Garfias Merlos
Arzobispo de Acapulco
Durante la cuaresma que es tiempo sagrado de renovación para la Iglesia y para cada creyente, quiero hacer un llamado a todas las comunidades de la Provincia Eclesiástica de Acapulco para que juntos realicemos experiencias profundas de conversión que se manifiesten en expresiones de perdón y de reconciliación.
De frente a la realidad de violencia, corrupción, inseguridad, crisis moral, y relativización de la vivencia religiosa, que se expresa en la pérdida del sentido de Dios que en los últimos tiempos ha herido profundamente a nuestro Estado de Guerrero, y a nuestra Iglesia Arquidiocesana de Acapulco, quiero expresar mi profundo dolor y solidaridad con las víctimas de las violencias y, al mismo tiempo, invitarles a renovar nuestra esperanza, fundamento de una vida con sentido para la vida cristiana y confiar plenamente en el Señor, fuente de misericordia y de paciencia amorosa.
El Papa Francisco en su mensaje de Cuaresma para este año 2015 nos exhorta a ?fortalecer nuestros corazones? (St 5,8). Y abrir nuestros corazones a Dios, así como están en estos momentos de nuestra vida, con las frescas ilusiones de la juventud, o la sabiduría que dan los años, con el amor sencillo y sincero de quien se compromete con Dios, o tal vez herido, lastimado, cansado, desilusionado, o traicionado por el mismo pecado personal.
Nuestro Dios es un Dios cercano, que habita en la ciudad, en la montaña, en la costa y en la playa, en cada hogar y en cada corazón del ser humano, si quieres encontrar a Dios busca en lo más profundo de tu corazón, haz silencio y escucha su voz en el interior de tu conciencia.
Dios no es indiferente a nuestra realidad personal y comunitaria duramente lastimada y herida por la violencia, la corrupción, las injusticias, o la manipulación maquiavélica de la información. O ante las estructuras de pecado. El Papa nos hace un llamado para decir no a la globalización de la indiferencia en todas sus manifestaciones. La indiferencia vuelve a las personas apáticas, insensibles y frías, y es lo contrario a la empatía, a la solidaridad fraterna. Incluso, muchas veces, la indiferencia se puede presentar como un medio autodefensivo, que lleva al aislamiento, dificultando las sanas y gratificantes relaciones con los demás, llegando a ocultar un miedo no expresado, escondiendo dolor, sufrimiento, mentira o traición, matando la motivación en la vida y debilitando poco a poco nuestras creencias.
Quiero unir mi corazón a la palabra de los profetas que levantan la voz y nos despiertan. ¡Tenemos necesidad de Dios en nuestras vidas, de profunda renovación, de conversión y de expresiones concretas de perdón!
El Santo Padre nos propone tres alternativas para meditar acerca de la renovación.
1. «Si un miembro sufre, todos sufren con él» (1 Co 12,26)
Estamos llamados a dar testimonio de solidaridad fraterna ante el sufrimiento del otro, y a dejar a un lado la indiferencia que a menudo parece tener tanto poder en nuestros corazones. Quien es de Cristo pertenece a un solo cuerpo y en Él no se es indiferente hacia los demás. «Si un miembro sufre, todos sufren con él; y si un miembro es honrado, todos se alegran con él» (1 Co 12,26). Dejémonos tocar por la ternura del amor de Dios revelado en Jesucristo y aprendamos a servir como Él, a compartir lo que somos y lo que tenemos.
2. « ¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4,9)
A la luz de la espiritualidad de comunión, se nos invita a sentir al hermano de fe en unidad profunda del Cuerpo místico y por tanto como ?uno que me pertenece? para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para intuir sus deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad. El otro es un regalo de Dios: un ?don para mi? que tengo que cuidar y defender.
Rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos acechan y engendran competitividad, ganas de hacer carrera, desconfianza y envidias. Hagamos de cada comunidad, y de cada parroquia, islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia.
3. «Fortalezcan sus corazones» (St 5,8)
También como individuos tenemos la tentación de la indiferencia. Estamos saturados de noticias e imágenes tremendas que nos narran el sufrimiento humano y, al mismo tiempo, sentimos toda nuestra incapacidad para intervenir. ¿Qué podemos hacer para no dejarnos absorber por esta espiral de horror y de impotencia?
En primer lugar, podemos orar. No olvidemos la fuerza transformadora que tiene la oración en la vida de las personas. Por este motivo el Papa Francisco desea que se celebre en toda la Iglesia Universal y en cada diócesis, las 24 horas para el Señor en los días 13 y 14 de marzo, respondiendo a la necesidad de encontrarnos con Dios en la oración. En segundo lugar, podemos ayudar con gestos de caridad mostrando nuestro interés por el otro, con un signo concreto, aunque sea pequeñito, esto tiene un gran valor cuando se hace por amor. Y, en tercer lugar, el sufrimiento del otro constituye un llamado a la conversión, porque la necesidad del hermano me recuerda la fragilidad de mi vida, mi dependencia de Dios y de los hermanos. Si pedimos humildemente la gracia de Dios y aceptamos los límites de nuestras posibilidades, confiaremos en las infinitas posibilidades que nos reserva el amor de Dios.
Vivamos esta cuaresma como un camino de formación del corazón. Tener un corazón misericordioso no significa tener un corazón débil. Quien desea ser misericordioso necesita un corazón fuerte, firme, cerrado al tentador, pero abierto a Dios. En definitiva, un corazón pobre, que conoce sus propias pobrezas y lo da todo por el otro. De ese modo tendremos un corazón fuerte y misericordioso, vigilante y generoso, que no se deje encerrar en sí mismo y no caiga en el vértigo de la globalización de la indiferencia.
Quien vive la experiencia de conversión se dispone a acoger libremente el don de la fe, que da a su vida un horizonte nuevo, una frescura al alma y una orientación decisiva; ya que la fe libera del aislamiento del yo, de la indiferencia, de la apatía y de la pereza espiritual, llevándonos al perdón, a la reconciliación y a la comunión, como don de la misericordia divina.