de Enrique Díaz Díaz
Obispo Coadjutor de San Cristóbal de las Casas
24 Marzo
Números 21,4-9: “Si alguno era mordido y miraba la serpiente de bronce, quedaba curado”, Salmo 101: “Señor, escucha mi plegaria”, San Juan 8,21-30: “Cuando hayan levantado al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo soy”
¿Cómo librarse del mal en nuestros días? Todos hemos sentido la impotencia ante las estructuras del pecado y ante una cultura de muerte. El pueblo de Israel lo experimentaba en su diario caminar y descubría los males que le aquejaban externa e internamente. Y unía, en su pensamiento religioso, las dos vertientes del mal: las picaduras de la serpiente no sólo eran graves por la muerte que podían traer, sino también porque eran expresión de la murmuración, de la falta de fe y de las dudas de aquel pueblo.
Una serpiente de bronce levantada en lo alto, pretendía no que volvieran los ojos a la serpiente, sino que arrepintiéndose volvieran sus ojos al Dios que los había liberado de la esclavitud y que ahora los acompaña en el camino del desierto a pesar de las infidelidades del pueblo. Jesús retoma esta imagen y se la aplica a sí mismo: será levantado en alto y quienes lo miren reconocerán que “Él es”. Y establece una clara diferencia entre los criterios de Dios y los criterios del mundo y la supremacía de su amor y su verdad. Al ser levantado en lo alto nos manifiesta que está por encima de los valores del mundo y que podemos, con su fortaleza, vencer también nosotros el mal.
Las dudas del pueblo de Israel, el recuerdo de lo que comían en la esclavitud, las dificultades del desierto, lo hacían tambalearse y son muy parecidas a las dificultades y problemas que hoy tenemos y que nos hacen dudar. La mirada llena de confianza que dirigían los israelitas hacia la serpiente, es la misma mirada que el pueblo en busca de salvación dirige a su único Salvador Jesús. Utiliza Jesús esta imagen de la serpiente ante los judíos que lo critican y cuestionan su autoridad y no aceptan su mensaje. Hoy también estas palabras se dirigen a nosotros que sufrimos, que nos atemorizamos y que dudamos ante la ola de violencia, de corrupción que parece inundarnos.
Que estos días de cuaresma, ya tan cercanos a la semana santa, dirijamos nuestra mirada a Jesús clavado en la cruz, como signo desalvación verdadera. No solamente en una contemplación, así como lo hemos puesto en lo alto de muchos de nuestros cerros y construcciones, sino con un cambio verdadero de corazón, con una conversión sincera y con un recuerdo permanente de su amor por nosotros.