Jesús debía resucitar de entre los muertos (cfr. Jn 20, 1-9)

de Eugenio Andrés Lira Rugarcía
Obispo Auxiliar de Puebla y Secretario General de la CEM

DOMINGO DE PASCUA 2015

La oscuridad no permite ver las cosas como son; las deforma o las oculta. Eso hace el pecado; no nos deja ver con claridad lo que somos y nos hace mirar a los demás como si fueran objetos a los que podemos usar y desechar, con las terribles consecuencias que hoy padecemos: injusticia, inequidad, miseria, explotación, corrupción, violencia y muerte ¡Pero hoy la piedra que tapaba la luz ha sido removida, dejándonos ver que algo nuevo y grande ha comenzado!

Sin embargo, puede sucedernos lo que a María Magdalena, que ofuscada ante el poder de la oscuridad, no lo comprendió. Por eso fue a los Apóstoles para decirles: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo habrán puesto”. Como ella, ante la difusión del mal, quizá lleguemos a pensar que la cultura cristiana, con sus grandes valores, ha sido arrasada; que todo está perdido y que no queda más remedio que someterse a la oscuridad.

Pero aquellos que unen fe y razón, saben leer los signos del Resucitado. Como el discípulo que, luego de Pedro, entró en el sepulcro, vio y creyó. “¡Cristo ha resucitado y la Vida ha surgido”![1], comenta san Juan Crisóstomo. Él, con el poder del amor –que es Dios– disipa las tinieblas del pecado, el mal, la soledad, el sinsentido y la muerte que nos oprimían, y hace triunfar la verdad, la justicia, la libertad, el progreso y la vida.

“¡No nos cerremos a la novedad que Dios quiere traer a nuestras vidas! –dice el Papa–… nunca nos resignemos: no hay situaciones que Dios no pueda cambiar[2]” ¡El perdona nuestros pecados[3], porque su misericordia es eterna![4] De ahí el gran consejo de Santa Teresa de Jesús: “Fiémonos de la bondad de Dios, que es mayor que todos los males que podemos hacer”[5].

¡Aprovechemos la oportunidad que nos da Jesús de resucitar con Él a una vida nueva, plena y eterna! Para esto, pongamos nuestro corazón en Dios[6], que nos habla, orienta y ayuda en su Palabra, en sus sacramentos –sobre todo en la Eucaristía dominical– y en la oración, para que, con el poder de su amor, “resucitemos” a una vida nueva, a nivel personal, familiar y social.

Comprendiendo, actuando con justicia, sirviendo, pidiendo perdón y perdonando seremos tan libres y plenos que podremos ayudar a nuestro matrimonio, nuestra familia, nuestro noviazgo, nuestros ambientes de vecinos, de escuela, de trabajo y a la gente más necesitada a tener una vida digna, a realizarse, a encontrar a Dios, a ser felices. Así proclamaremos de verdad que ¡Cristo ha resucitado!


[1] Homilía sobre la Pascua.

[2] Homilía en la Vigilia Pascual, 30 de marzo 2013.

[3] Cfr. 1ª Lectura: Hch 10,34.37-43.

[4] Cfr. Sal 117.

[5] El libro de mi vida, 19,15.

[6] Cfr. 2ª Lectura: Col 3,1-4.