Dichosos los que creen sin haber visto (cfr. Jn 20,19-31)

de Eugenio Andrés Lira Rugarcía
Obispo Auxiliar de Puebla y Secretario General de la CEM

II DOMINGO DE PASCUA FIESTA DE LA DIVINA MISERICORDIA 2015

Quizá, frente a este mundo hostil, sintamos miedo. Un miedo que, como sucedió a los discípulos tras la aprehensión y muerte de Jesús, nos haga encerrarnos en nosotros mismos, pensando que, quien busca construir su familia y la sociedad basándose en la verdad, la fidelidad, la honestidad, la comprensión, la justicia, el servicio, la solidaridad y el perdón, se arriesga a perder. Pero ¿qué sentido tiene una vida encerrada en la solitaria, oscura e infecunda cárcel del miedo?

“Ésa –comenta el Papa– no es la opción de una vida digna y plena, ése no es el deseo de Dios para nosotros”. Por eso el Creador de todas las cosas, cuya misericordia es eterna, al resucitar a Jesucristo de entre los muertos, “nos concedió renacer a la esperanza de una vida nueva, que no puede corromperse ni mancharse”. Es lo que el Resucitado nos hace ver al mostrarnos las heridas de los clavos, señal de su amor por nosotros y prueba de que el amor triunfa sobre el pecado, el mal y la muerte.

De esta manera, curando el corazón de los que dudan, como dice san Agustín, nos dice: “Como el Padre me envió, así los envío yo” ¡Nos envía a amar como Él, para hacer triunfar la verdad, la libertad, la justicia, el progreso y la vida! Y para que pudiéramos hacerlo, nos comunica el poder de su amor: el Espíritu Santo.

Con esta fuerza, la Iglesia ha venido cumpliendo la encomienda del Señor, evangelizando, celebrando los sacramentos, orando, educando y formando; asistiendo a los huérfanos, a los enfermos, a los ancianos y a los pobres; procurando la unidad de los cristianos, la cooperación entre las diferentes religiones, y promoviendo la vida, la verdad, la justicia, la libertad, los derechos humanos, la cultura, el progreso, la solidaridad, el respeto a la naturaleza y la paz ¡Así, amando a Dios y a todos sus hijos, proclama que Cristo ha resucitado y que el amor es el auténtico poder

Pero si como sucedió a Tomas, todavía tenemos dudas y no le creemos mucho al testimonio de la Iglesia, Jesús no nos rechaza; nos sale al encuentro en medio de la comunidad de sus discípulos misioneros, reunidosen la Eucaristía dominical. Ahí podremos sentir como Jesús nos repite lo que dijo a santa Faustina: “El alma que confía en Mi misericordia es la más feliz porque Yo mismo tengo cuidado de ella”.

Confiar en Jesús consiste, no en un sentimiento o una emoción pasajera que depende de las circunstancias, sino creer en su Palabra –contenida en la Biblia y en la Tradición de la Iglesia–, y vivir como nos pide: “Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso” (Lc6,36) ¡Así, como los primeros cristianos, con el poder del amor daremos testimonio de la resurrección del Señor Jesús!

Con nuestra oración, nuestras palabras nuestras acciones y nuestros esfuerzos de cada día en casa, la escuela y el trabajo, con nuestro compromiso cristiano y ciudadano, con nuestra generosidad hacia los más necesitados y hasta con nuestros sufrimientos, podemos contribuir al gran proyecto de Dios de mejorar el mundo y ayudar a todos a encaminarse al encuentro definitivo con quien hace la vida eterna: la Divina Misericordia, cuyo amor no desilusiona a nadie.